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ACCIÓN DIRECTA

 

         “El sueño de la razón produce monstruos”. La razón de los sueños provoca tempestades. Animado por el deseo de cambiar la realidad concreta por otra diferente, cosechada por la intuición, destilada a fuego lento en el alambique del pensamiento, el hombre ha escrito la historia con la sangre de todas las revueltas, levantamientos y revoluciones destinadas a adaptar esa realidad soñada, esa razón que emana de sus sueños, a su concreto universo existencial.

         El motor de esa voluntad de cambio siempre ha sido la juventud. Cada nueva generación se encuentra con un mundo decadente, conservador, anacrónico... Los sueños son los mismos: respeto, dignidad, justicia social, una sociedad menos corrompida, un mundo más habitable. Varían algunas prioridades en función del discurso socioeconómico del momento, pero sobre todo la evolución se efectúa en el método, en los medios que cada nueva generación asume para lograr los fines.

         Tras el fracaso de las revoluciones armadas que durante este siglo pasado han sembrado de cadáveres el mundo occidental, ya no procede morir por causa alguna, al menos colectiva. No existe justificación para tomar las armas cuando una experiencia histórica tan próxima y depurada ideológicamente con tantas esperanzas, nos ha demostrado hasta la saciedad que de los campos abonados con cadáveres tan sólo brotan nuevos cementerios.

         La progresiva desmilitarización sociológica de las masas en el mundo desarrollado (debida, por un lado, a dicha experiencia histórica y al acceso masivo a la cultura; pero, por otro lado, no nos engañemos, producto de un proceso de cambio sustancial en las necesidades estratégicas de los ejércitos, que cada vez dependen menos de la cantidad de recursos humanos disponibles y más de una pequeña élite cualificada capaz de manejar la sofisticada tecnología armamentista), así como el abandono de la política activa extraparlamentaria en las democracias occidentales han inducido alternativas de lucha en los grupos juveniles característicamente comprometidos con el movimiento social, a saber, la izquierda política y el sindicalismo militante. Hablamos de juventud porque es el único sector que incluso en los partidos de izquierda más conservadores, mantienen abierto el debate político y la conexión viva con la realidad concreta, la del día a día, tanto en la calle como en las universidades. Y hablamos, además, de una juventud muy dilatada en el tiempo a consecuencia de la coyuntura económica actual y del cambio en las relaciones interpersonales, pues ambos los alejan cada vez más de la edad adulta, es decir, del momento de emanciparse y crear un proyecto vital o familiar independiente.

         Las citadas alternativas de lucha, aunque variadas en su oferta, ofrecen dos frentes esenciales: el apoyo a las reivindicaciones ciudadanas al incorporarse a las asociaciones vecinales y el trabajo de ayuda humanitaria coordinada por las ONGs. Tenemos, en un frente, actuaciones sobre la mejora de los servicios y las infraestructuras en el marco de las ciudades y los barrios, impulsadas por el lento, a veces desesperante proceso del reformismo político presupuestario; y en el otro frente programas de desarrollo social destinados básicamente al tercer mundo, cuyos principales recursos se pierden en el mantenimiento y nueva creación de estructuras e infraestructuras organizativas y en la compleja gestión de los propios recursos obtenidos.

         Ambos grupos, los vecinales y los “no gubernamentales”, trabajan integrados en buena parte dentro del Sistema y subvencionados por éste casi en la totalidad de sus presupuestos. Paralelamente, tanto los partidos políticos con amplia representación parlamentaria como los sindicatos mayoritarios, se han convertido en poderosas superestructuras totalmente centralizadas, dirigidas desde una cúpula inaccesible, casi invisible pero en constante conexión con el poder económico, a la manera de las multinacionales empresariales. Con el europeísmo, este fenómeno traspasará todas las fronteras mediante todo tipo de pactos sindicales y anexiones partidistas a nivel internacional.

         Las bases, sin capacidad crítica de actuación, desvinculadas ideológicamente y a la vez necesitadas de un salario que en numerosas ocasiones, cada vez más, encuentran trabajando para partidos, sindicatos, asociaciones, organizaciones... se acomodan paulatinamente a medida que la impotencia para intervenir y la dependencia económica crecen, y abandonan el debate político en manos del sector más joven, el universitario, incapaz de organizarse por carecer de los medios adecuados. Esto lo estamos viendo desde hace tiempo en los dos únicos movimientos de acción directa que “funcionan” en este país, el de insumisión al servicio militar y el de ocupación de viviendas. Los dos carecen de un apoyo directo de los grupos avalados por el Sistema. Si acaso, algunos “simpatizan”, simplemente, con ellos.

         Se echa en falta un movimiento de acción directa ciudadana, verdaderamente independiente, que al amparo de la Constitución incida sobre la realidad concreta de la comunidad a través de la canalización de ese potencial deseo de cambio inherente a la juventud, a veces dispersado infructuosamente en aras de proyectos tan realistas como inabarcables unas veces y como insignificantes otras.

         Una realidad soñada, pero a la vez cercana, destilada en el pensamiento de una ciudadanía que busca lo de siempre: más respeto, una vida más digna, mayor justicia social, menos corrupción, un mundo más habitable para todos...

 

 

ALA EN EL VIENTO

 

         Te fuiste sin llegar, como ola tempestuosa izada en medio de la mar, que no alcanzó la arena. De ti, todo lo sé: eres la Luz, ¿qué más he de saber? Hundiste mi navío, golpe de mar, relámpago de furia y mar adentro, al pairo, me dejaste, sobre ligera balsa que el viento besa y lleva hacia la orilla de tu sueño, más allá del ardiente crepúsculo, donde la mar ensancha el útero y pare navegantes de esperanzado exilio.

         Náufrago de tu piel, recorro tu cintura en círculos concéntricos, espiral de deseo, torbellino que me arrastra y un día ha de tragarme hasta lo más profundo de tus aguas. Allí te beberé, de encendida pasión el rojo llameando en tu mirada, hasta saciar mi sed en la agonía convulsa de tu voz, espuela aérea del amor en mis entrañas.

         La esencia del amor es una sola, liberada de las leyes del tiempo y la geografía de los cuerpos. Impone sus tiránicos designios hasta la esclavitud de sus siervos, hasta el eclipse total de la razón, hasta alejarse por completo de convencionalismos que la moral vigente ordena en cada época, hasta llegar a ser, sin más, ala en el viento.

         Vuela alto, hasta alcanzar el espejo de mi rostro y mírate: tus ojos fondeados como barcos de papel en el estanque azul de mi mirada. Derrama tu luz sobre mi ser, abrásame de luz y duérmete después entre mis brazos, furiosa ola de amor sobre la arena.

 

 

HASTA LLEGAR AL FRÍO

 

         Otoño largo, de campos erizados por castañales sabios vaciando su simiente, de escarcha fina rendida con sumisión al tibio sol de la mañana en la fangosa charca, de días cortos que entregan su ocaso a la noche vertiginosamente, sin presentar batalla. Hasta llegar al frío.

         Otoño deshojándose sobre cabellos de rala nieve, aún por cubrir, depositando su marchita hojarasca sobre unos hombros hoy libres de equipaje, por fin libres cuando ya parecía inminente el cautiverio perpetuo de sus horas, un tiempo muerto regalado a los gendarmes del amor, a los testigos ciegos de la desolación. Hasta llegar al frío.

         Fría es la libertad cuando va sola, compañera inclemente cuando no hay unos ojos donde mirarse libre. Soledad y libertad llegan de ésta manera a ser la misma cosa cuando convergen ambas en una misma ausencia. Hasta llegar al frío.

         Otoño terminal, largo será tu olvido: ¿cómo olvidar sin más tanto vacío? De tus ramas desnudas temerosas de invierno, cuelgan pájaros grises que perdieron el rumbo de sures migratorios. Se alimentan, voraces, de fríos plenilunios y cantan a la noche tristes canciones de cometas errantes cuyo rastro de fuego se extinguió en su viaje hasta llegar al frío.

 

 

ALIENÍGENAS

 

         Es de un negro tibio, casi sombra. Vive al filo del abismo, en el acantilado, sobre los arrecifes que fueron de coral un día ya olvidado. Vigila tenazmente, con precisión saética la salida del Sol y arrodillado da gracias a un dios desconocido por el rojo incendiado de un cielo promisor: un nuevo día.

         De la mañana a la noche alimenta su espera milenaria, a veces en compartida soledad, a veces defendiendo la soledad de un territorio como un lobo estepario.

         Nadie sabe de él más de lo que él sabe de sí mismo: que ha nacido en un lugar extraño a los sueños que pueblan su memoria, como si ya antes de nacer hubiera sido desterrado, condenado a vivir en otro tiempo o en otro espacio diferente, inesperado.

         Cansado de peregrinar infructuosamente en busca de su mundo, impotente en su lucha por adaptar el mundo que habita a su propio concepto de vivir, contempla con estoica resignación el espectáculo de su desolación, amparado tan sólo por los astros en los que se ve reflejado como en un espejo que confirma la realidad de su existencia: sus ojos le miran, fijos de estupor, a través de la inmensurable distancia.

         Ve a los hombres tolerar la barbarie, la miseria y el hambre como males necesarios para un proyecto de futuro al que llaman civilización. Los ve saquear y corromper impunemente la tierra y los mares que no hace mucho tiempo nos han regalado la vida y justificarlo con algo que nombran desarrollo. Los ve enterrarse vivos en gigantescos mausoleos de hierro y hormigón, abandonar su destino en aras de un progreso cada vez más incierto y consolarse con obtener las cosas que éste deposita en los escaparates, en fratricida competencia por conseguir los más valiosos “tesoros”, tesoros que no les sirven para vivir su propia vida sino para matar el tiempo que les queda por vivir, entretenidos en ver desfilar ante sus ojos las vidas de los otros, como meros espectadores de una absurda opereta de ficción. Los ve sutilmente encadenados a oscuros planes  que unos urden para otros desde lujosos despachos situados en la cima de la Torre de Babel, cumbre piramidal manjataniana. Los ve hacer del amor y la amistad un despreciable juego de intereses creados donde en vez de entregarse tan sólo se espera recibir el pago por favores prestados. Los ve adorar a falsos dioses que comercian con el cuerpo y con la sangre en nombre del amor...

         Los ve y quisiera renegar de ser un hombre o renunciar al menos a morar entre ellos; pero sigue viviendo al filo del abismo, en el acantilado, con la esperanza, renovada cada amanecer, de que una estrella fugaz lo arrastre al caer la noche en su viaje.

 

 

CANCIÓN DEL FARERO

 

         Antes de ver su luz ya había un faro en mi geografía cerebral, a neurónadas luz de distancia, proyectando un haz tenue y lejano pero intermitentemente estable como el latido de un corazón sano.

         Excesivo cansancio habitado en la sombra y un rumor de olas muertas apremiando los pasos, rogando nuevas playas donde sentirse vivos me llevaron allí: paraje sideral, azul metálico, cincel griego en la roca que al sol de mi mirada se tornó botánica sonrisa de cálido animal.

         Y su luz fue mi faro y mi faro su luz, perfecta simbiosis en un mar neblinoso, almas a la deriva en busca de algún puerto donde al final anclar.

         El tiempo detenido, proscritos los relojes, tan sólo un rumbo fijo, mojones en el agua y un espacio finito que la vida y los hados habrían de calcular.

         Nada preconcebido, no existen los convenios escritos en el agua, siempre han de naufragar. Tampoco es el destino, no creo en los horóscopos, las estrellas son sólo otro guía en la noche para surcar la mar.

         Antes de ver su luz ya había un faro en mi geografía cerebral. Su haz, ahora cercano y deslumbrante, ilumina ese puerto donde hemos de arribar.

 

 

AMAR BAJO CONTRATO

 

         Somos animalillos costumbristas. El tiempo va erosionando aristas y bravuras. El niño aventurero se pierde entre los recovecos de una esclerótica memoria, asediado por la decrepitud y el desencanto. Nos volvemos conservadores, temerosos, sedentarios. Es muy difícil irse. Nadie se va por otra. Ni por otro. No nos vamos por aquello que soñamos tener, pues ya no creemos en los sueños. Si acaso los vivimos a hurtadillas, ladronzuelos adúlteros culpables. Pero, ¿irse?. Eso ya es otra historia. Tan sólo nos vamos por lo que no tenemos, tan sólo nos vamos porque los restos de ese naufragio cotidiano ya no aportan siquiera un buen madero  al que agarrarse y sentirnos seguros en medio de la desolación. Hay que echarle valor, pero al final nos vamos cuando olemos a muerto.

         Luego llegan los celos y el orgullo. Uno de los dos, el más cobarde, fingirá ser la víctima y nombrará un culpable, de esos que puedes encontrar en cualquier mercadillo mañanero en días laborables o en algún rastro urbano por la tarde de la mano del amigo del alma tocándote los huevos. Y se arma el belén. Odio a raudales. La memoria tramposa recordando tan sólo dolor y mezquindades. La ilusión de un proyecto en común, el placer, la ternura, miles de días juntos compartiendo la vida, no significan nada de repente. ¿Es que ya no te acuerdas? El odio, sólo el odio, el poderoso odio extiende su neblina y la razón se pierde en las alturas. Cráteres, simas,  abismos insondables salen al paso amenazantes, visibles apenas a un palmo de nariz. Y llega el vértigo, la desesperación, el caos, quizá, con la caída, el suicidio o el crimen.

         Sagrada necedad. ¿Cuántos milenios más serán precisos para que el hombre aprenda a serlo, a merecer su propio nombre? ¿Acaso no es amar, amar la libertad de quien amamos? ¿acaso no es amar, desear la felicidad de quien amamos? ¿acaso siendo así, amando de verdad, no seremos capaces de conservar para siempre, de una u otra manera, a quien amamos, a quien durante tanto tiempo nos ha amado? No sabemos amar. Amar no es poseer, sino entregarse. Amar es ofrecer, nunca exigir el cumplimiento de un contrato. El daño no lo ocasiona la firma de un papel, sino el olvido del papel que hemos jugado. Olvidar la pasión, el cariño, la amistad, el respeto y convertirse en meros firmantes de un contrato. Llegados a éste punto, ¿qué nos queda? Romperlo y a otro lado...

 

 

EL  DISIDENTE

 

         Pudiera parecer, a simple vista, un perdedor; pero él sabía desde hacía demasiado tiempo que no le quedaba nada que perder. Si acaso algunos sueños revueltos entre la hojarasca reseca de un otoño que negaba con terquedad la lógica rotación de las estaciones.

         Su libro de familia le aseguraba mujer. Y también hijos. Era cierto. O mejor dicho, fue cierto en otra época. La mujer se tornó poco a poco esposa fiel bandera cartón piedra, ideal para paseos matutinos domingueros a brazo compartido por el parque central y cócteles nocturnos compromiso con presentación ancha sonrisa qué buena está la tía. Los hijos, ya se sabe, son quienes nos confirman definitivamente que el verbo ser nada tiene que ver con el estar.

         Un trabajo cómodo, fijo y bien remunerado decidió desde temprana edad su condición burguesa. Precoz niño mimado del “Estado del Bienestar”, privilegiado obrero dentro de la colmena, había bebido, sin embargo, de las amargas fuentes de saber. Sabía. Conocía todas las trampas del Poder. Incluso aquéllas que habían atrapado su vida en la noria sin sentido de la monótona rotación estacional, preludio de una muerte anunciada antes de tiempo, antes de haber vivido su propio tiempo, a su manera y no a la manera que otros tejieron a escondidas para él, espesa telaraña, desde elevados despachos urbanícolas, configuración virtual de las celdas hexagonales para el desarrollo sostenido del Sistema.

         El vasto y seductor escaparate se encargaba del resto, pero a él nunca le importó dormir sobre la hierba, quizás un poco más seca y mullida con los años por eso del endurecimiento óseo y no le vayan a joder con lo del reuma.

         Tuvo algunos amigos que quizá perdió o tal vez se perdieron y otros que conservó porque jamás supieron que para él habían llegado a serlo. Amantes, sólo las necesarias: una pecho de luna playa desierta en el verano, corazón de chimenea para caldear las noches del invierno, y otra culo de sombra bajo la luz abrasadora del desierto, mira qué calor hace cómo rodamos juntos hasta el río por el cañaveral. Discreto. Muy discreto. Casi inexistente de tanta discreción.

         Un día decidió dejarlo todo y lanzarse desde la confortable cima de la colina como un canto rodado por la ladera del sueño, batido por los rápidos del vivaz arroyuelo, para no dejar de rodar hasta alcanzar la mar, su más profundo sueño.

         Los nombres de la mar son numerosos y casi siempre indescifrables. No sabemos si al fin nadó en sus aguas. La memoria colectiva es quebradiza, sobre todo para los finales felices. Esto nos da una pista, pero tras indagar afanosamente en las crónicas de la época y remover el desván encefálico de los mejores recordadores que con él compartieron el mismo espacio y tiempo, tan sólo podemos aseverar con objetividad y prudencia que a simple vista parecía un perdedor, a pesar de saber, desde mucho tiempo atrás, puede que desde siempre, que no tenía nada que perder.

 

 

ELOGIO DE LA LOCURA

 

         He volado sobre el nido del cuco, aquí, en la puta calle, donde cualquiera puede ser acusado de estar loco. Pobre de ti si no reúnes atributos suficientes de egoísmo, razón y mezquindad. Pueden encerrarte para siempre. En nombre de la verdad absoluta, el orden establecido y las ciencias exactas. Estúpidos gendarmes. Piensan que el caos se puede controlar. ¿Acaso puede alguien impedir la formación de una galaxia, el enfriamiento de una estrella, la erupción de un amor...?

         He volado sobre el nido del cuco. Aquí, en la puta calle, he visto cuerdos de atar caminar hacia suntuosos despachos urbanícolas donde diseñan planes de exterminio masivo. Guerra limpia. Ya no mueren soldados. Ya no sufre un cobarde oculto en la trinchera, opositor a loco, carne psiquiatrizable. Aviones invisibles pintan de gris el cielo a velocidad sónica desparramando heces letales con espantosa precisión tecnolátrica. Lo pagan los impuestos de aquellos que aborrecen la guerra en casa propia. Estamos tocando techo, en el gran pozo de mierda que sabiamente hemos levantado sobre nuestras cabezas. Damocles era un memo con lo de las espadas. Nosotros sí sabemos hacerlo.

         He volado sobre el nido del cuco y he visto a la gente corriente huir despavorida de sí misma en busca de alguna cosa que llevarse al altar. Adoratrices de la materia prima, los laberintos de silicio y el desarrollo insostenible del sistema bursátil, los moradores de los barrios altos de la aldea global derraman lágrimas y risas apasionadamente mientras devoran palomitas de maíz en cómodas butacas al ritmo del silbido de las balas en la pantalla grande, protectora, infranqueable, el enemigo no puede detectar nuestra presencia en la confortable sala climatizada, con cinemascope y sonido sensurround, vívela tal como la guerra misma, siente cómo estallan las bombas a tu lado sobre la impecable moqueta del suelo firme, puedes pisar tranquilo, no llega la metralla, eso es en otra guerra de algún arrabal barriobajero, funciona la taquilla y los beneficios de las acciones sirven para pagar las bombas, las de ficción y las otras, las de la cruda realidad que mueren otros detrás de la pantalla.

         He volado sobre el nido del cuco. Desde la pobreza más absoluta, como dijo Groucho, continuamos ascendiendo hasta las cotas más altas de la miseria, guiados por un racionalismo rapaz que justifica cualquier medio empleado para lograr un único fin al que nombramos progreso, desarrollo, civilización. La paz justifica la guerra es la más absurda paradoja proclamada por el cinismo humano desde que estamos aquí, desde que hollamos esta Tierra herida, saqueada en nombre de ese mismo fin del que la ciencia, la razón pura, es instrumento y oráculo a la vez. No existe escapatoria. Vigilantes tenaces del orden planetario, los gendarmes del mundo patrullan sin descanso  las calles de la aldea global hasta sus últimos rincones, apagando el más leve conato de locura. No arde más fuego que el suyo, excepto el propio caos que acabará borrándolos de la faz de la Tierra.

 

 

FLOR DE LOTO

 

         “Cómo pudiste hacerme esto a mí, yo que te hubiera seguido hasta el fin”. Aprovechó la entrada de un vecino para colarse como un ladrón nocturno en el interior del portal y ahora la espera escondido en la oscuridad, en un recoveco del inmueble cercano al ascensor, con el puño izquierdo dentro del bolsillo de la cazadora y apretando en el derecho la ofrenda que ha de abrir su corazón.

         El bar donde ella trabaja ya tenía bajadas las persianas metálicas cuando él pasó por la acera de enfrente y la imaginó a solas, dedicada a la limpieza del local, contoneando sus caderas, ajustadas al perfecto formato de los tejanos negros, al ritmo de la canción de Alaska que le había llegado tenue pero concisa mientras precisaba la manera de no ser visto al pasar: lo importante, por supuesto, era darle una sorpresa.

         Se siente un animal herido, agazapado en la espesa oscuridad del edificio, en una situación que se le antoja cada minuto más desesperada, una situación extrema que racionalmente le animaría a salir corriendo, todavía puede hacerlo; pero tal es su determinación, lo ha meditado tanto que decide permanecer allí aguardando su próxima llegada, ha estudiado sus movimientos durante las últimas noches, desde que se enteró de su trabajo en el bar, y sabe que vendrá directamente a casa en cuanto termine de cerrar.

         Rememora la noche que la conoció, en el discobar de moda esquina con Atocha, no recuerda el nombre, de espaldas, ceñidas sus caderas por aquellos vaqueros siempre negros, obsesivamente negros, moviéndolas sinuosas al ritmo que Marley dibujaba a través de los bafles. La invitó por detrás. Cuando se dio la vuelta y aceptó sonriente fundir sus cuerpos en cadencia de reggae, supo al verse en sus ojos, negros como pozos, que habría de caer hasta nadar o ahogarse en su mirada.

         Cuatro años habían transcurrido desde entonces, compartiendo sus vidas en aquel ático de la calle Amadeus -“vaya nombre cabrón”, murmura ahora a la vez que aprieta con decisión su puño derecho, el puño de su ofrenda- en una armonía que se acercaba mucho al concepto que él tenía de la felicidad.

         Pero hacía algún tiempo se había instalado en la casa sin invitación previa una especie de asfixiante vacío que poco a poco fue llenándolo todo hasta que casi no se podía respirar. Ya no quedaba aire para los dos. Fue ella quien había decidido marcharse unos tres meses atrás.

         La recuerda haciendo las maletas “por favor no te vayas, ¿hay otro hombre en tu vida? no me hagas esto, no seas tan cruel, ¿es que ya no me amas?” y cerrando la puerta suavemente al marchar, lágrimas en sus ojos de rímel catarata “es la vida, cariño, se nos murió el amor”...

         Alguien llega y enciende la luz de la escalera. “¿Será ella por fin?...”. asoma con cuidado la cabeza “...pero, ¡maldita sea, todo se ha ido a la mierda!” piensa tras advertir que viene acompañada.

         Ella pulsa el botón. Él oye los chasquidos de lenguas vibratorias, el roce de las manos desenvainando pieles, risitas y susurros y aprieta más su puño, casi hasta hacerse sangre, mas llega el ascensor.

         Sale de su escondite, ve el ascensor subir, se imagina a otro hombre sobando la turgencia de sus negros tejanos, negros como la noche, como pozos nocturnos donde se ahoga la luna, tira la negra flor de loto cuyo tallo apretaba férreamente en su puño sobre la jardinera de flor plastificada y se aleja tranquilo, triste como la nada, para no volver más.

 

 

HIJOS DEL VIENTO

 

         Hay una América de lata y de cartón, aún prisionera de un tiempo de asesinos que aniquilan por selvas y avenidas, machete en mano o a golpe de gatillo, las vidas, los destinos de los indios.

         Corre su sangre y corre nuestra sangre fundida en la sangría de los siglos; es tan nuestra la inquina que somete su dignidad, su porte, pueblo altivo, como de ellos el hambre y la miseria, como de ambos la lucha contra el gringo.

         No hay un mar que separe, el viento es uno; el dolor, la esperanza en un futuro donde nos dejen ser nosotros mismos, donde no venga nadie a redimirnos, son de todos también, también son uno.

         ¿Y las revoluciones fracasadas? Del Octubre de Asturias al siempre de Chiapas ya ni Cuba se salva. ¿Quién nos robó los sueños, la Utopía? ¿quién nos vacía el alma de ilusiones? ¿quién la puebla de absurdas mercancías? A cambio de ofrecernos la Galaxia en paquetes de bursátiles acciones, ¿quién nos convierte en islas?

         El viento que nos lleva hacia ellos y el viento que los trae hacia acá

son siempre un mismo aire y un mismo respirar: sufre un hombre en Chiapas y llora aquí una gaita; muere un hombre en Bolivia y nace una canción universal.

         Hijos del viento somos, del viento enamorados, y la canción de América Latina es también nuestro canto, el canto de los parias y los desheredados, el canto de los hombres que creen en el amor como único equipaje para llevar a mano, el amor a la vida, el amor a su hermano.

 

 

ÍTACA

 

         Aún flotaban en el aire las cenizas. El Sol era una mancha vertical y pardusca que trabajosamente irradiaba su luz a las paredes calcinadas. Caminé entre los escombros con la esperanza de hallar a alguien que me contara lo ocurrido, pero no veía ni una sola persona. Tampoco sus restos. El éxodo debía haber sido total, mas resultaba extraño que un incendio tan devastador no hubiera ocasionado víctimas, cuerpos estrellados sobre el pavimento tras saltar al vacío o aplastados durante la huida por la caída de las enormes piedras que se esparcían por doquier. Quizás habían abandonado la ciudad antes de la catástrofe, mucho antes que las primeras llamas escupieran al cielo el humo gris que todavía expelían algunas construcciones. Pero, ¿por qué? ¿qué salvadora profecía les habría alertado?

         Recordé las palabras que me regaló el sabio antes de mi partida: “ No temas encontrar la ciudad destruida. Fluye hacia tu destino y alarga tu viaje todo cuanto puedas. El camino templará tu carácter y te armará de valor para afrontar el final, cualquiera que éste sea.”

         Muchos años habían transcurrido desde entonces. El anciano había premonizado mi futuro. O tal vez me habló del suyo propio, del de todos aquellos que deciden un día abandonar la patria y exiliarse por vida. De cualquier modo, había acertado: apenas me afectaba el deprimente espectáculo que los dioses me habían deparado. Colmado de experiencias, forjado mi espíritu en la fragua de las pasiones más viles unas veces y más sublimes otras, ¿qué visión podría sorprenderme?. Harto de ver arder en la pira de la traición y del olvido los iconos más sagrados creados por los hombres, o condenados por ellos a vagar entre ruinas y parajes desolados, ¿qué cabía esperar más que desolación y ruina al término de mi viaje?

         Me hubiera complacido, sin embargo, conocer la ciudad de mis sueños, apurar mis últimos años en ella, alcanzar en ella la paz, el descanso que ansiaba mi corazón... La curiosidad me animó a seguir caminando, a adentrarme más y más en aquel escenario inhóspito con la esperanza de localizar un confidente o al menos una pista que me proporcionara la clave de su fatal destino.

         Fue ella quien me encontró. “Te esperaba, extranjero -exclamó-. Abandona tu búsqueda porque no hallarás nada ni a nadie que te permita descifrar tu tragedia. Sólo te diré que se han ido todos durante la noche y en su huida han quemado sus casas ante la noticia de tu inminente llegada.”

 

 

LABERINTO

 

         Nada que preguntar, nada que reprochar. Podemos seguir nuestro camino. ¿Que qué camino? Tampoco eso importa. Hemos llegado a un punto del recorrido en que ya no necesitamos respuestas. ¿Para qué hacer preguntas?

         Estoy donde quise estar, estoy donde quiero estar, estoy donde querré estar. ¿Qué hay de malo en ello? Y si a pesar de todo no sé dónde estoy, es porque no te siento estar. ¿Sabes tú dónde estás?

         Es muy fácil juzgar, es muy fácil criticar mientras otro se juega tu alma. ¿Dónde cojones estabas mientras tanto? Dime, ¿dónde estás ahora?...

         Sabíamos que no era sencillo llegar sin destrozar, sin destrozarnos. Y sabíamos, deberíamos saber, que corríamos el riesgo de perder el rumbo, de extraviarnos, de dejarnos tragar por el olvido.

         Quizá no debimos hacerlo de una manera diferente, puede que la única forma sea dar rienda suelta a los instintos. Es más emocionante, más intenso, más real aprovechar el tirón de los sentidos.

         En lugar de ello hemos creado un laberinto de deseos reprimidos y emociones cautivas. Nos hemos perdido en soledad entre sus altos muros de pasillos socavados por el tiempo y la tristeza. Tal vez para no encontrarnos nunca. Y al final, lo más triste es que quizá hayamos provocado el mismo daño. Nos salva la intención de no hacerlo, y que al menos se haya repartido y no le pese a nadie por completo.

         La incomprensión, la duda, es siempre inevitable en estos casos. Resulta sospechoso quien se aleja del soporífero calor de la manada. ¿Por AMOR? ¿Acaso piensas que la manada cree en el AMOR? Mira a tu alrededor. Sólo los locos son capaces de amar de esta manera, con fe, con esperanza, como única esperanza. Los demás no te perdonan que seas diferente, ni siquiera perdonan la posibilidad de tu existencia. Presidio, manicomio, potro de las torturas... Se juran a sí mismos cambiarte o recluirte. Esa es su lucha: convencerse de que no eres posible, de que nunca pudieron equivocarse tanto.

         No escuches su grosera melodía. Sigue los latidos de tu propio corazón, camino corazón. Será la única forma de volver a encontrarnos, esta vez de verdad. Seremos al fin dos seres libres recluidos en la dulce prisión de nuestros besos.

 

 

PERFUMES

 

         Llegaste como una brisa ardiente de invasora fragancia. Irrumpiste en mi mundo, arrabal de exiliado, barriendo con tu gracia las sombras atrapadas dentro de mis estancias como negros fantasmas, como perros rabiosos aullándole a la luna por ella, para siempre, detenida la noche, ejecutado el alba.

         A través de tus ojos se abrió paso la luz y tu aliento fundió torrenteras heladas que inundaron furiosas el páramo sin vida de mi desierta alma.

         Llegaste con la noche, cubierta con el velo hechicero de su magia, ¿de dónde?, qué me importa, sólo quiero saber, ahora que ya amanece de nuevo en mi ventana, sólo quiero saber si volverás mañana.

         Posible amor, quisiera regalarte eternidad, una hermosa palabra porque no impone límites, pero a la vez tan triste porque jamás se cumple: hay final y es la nada.

         Anhelo con tus curvas dibujar mi esperanza y en tu piel fondear, nave errante, mi ancla, y dormirme en tu orilla, al arrullo marino de mi sed, de tus aguas; dormirme como un niño al calor de tus senos, abrazado a la paz que brota en oleadas de tu vientre de nácar.

         Llegaste sin aviso, marisma de mis ansias, a perfumar mis noches y anegar mis nostalgias. Por ti he abierto hoy las selladas ventanas por donde entra el amor de puntillas para orear la vida y de ilusión llenarla. Sólo quiero saber, aroma que me salva, sólo quiero saber si volverás mañana.

 

 

EL SEMENTAL

 

         Amador Vergara es obrero de la construcción. Debido a que es un buen profesional y debido también, cómo no, a que “para eso siempre he tenido buena suerte”, nunca le ha faltado trabajo. Terminó los estudios primarios “a trancas y a barrancas” y se puso a trabajar “de paleta” en la primera obra que encontró.

         A los veinte años se enamoró perdidamente de Rosa Martirio y como había un sueldo asegurado todos los meses, se casó con ella cuando ambos tenían veintidós. Pagaron con los ahorros de Amador la entrada de un piso,  se endeudaron para quince años con el fin de liquidarlo en cómodos plazos y se dieron toda la prisa que pudieron para tener un hijo, pues ambos decidieron que cuanto primero mejor.

         Amador Vergara sale de trabajar entre las siete y las ocho de la tarde, en parte porque si no está dispuesto a echar horas extra “me largan del curro, tío” y en parte porque le viene bien para pagar las letras de los muebles, la del coche y también para tomar unas copas y ahorrar un poco para las vacaciones.

         Antes de nacer Paquito, regresaba a casa directamente al término de su jornada laboral, salía con Rosa a dar una vuelta hasta la hora de cenar e incluso a veces se liaban con algún amigo hasta bien entrada la noche. Pero ahora, con el bebé, Rosa no se anima a salir, porque “el humo de los bares” y “el relente de la noche”. De vacaciones tampoco irían ese año, y el siguiente “ya veremos” porque “el cambio de aires” y “piensa en mí, no seas egoísta, voy a estar todo el día esclava del niño” y además “menudo rollo, cargar con todo el equipo, no nos van a caber las maletas en el coche”. A sus padres tampoco le apetece dejárselo, primero porque era demasiado pequeño y después, cuando comenzó a caminar, porque “piensa en ellos, pobrecitos, el niño da demasiada guerra.”

         Pasa el tiempo, y como no encuentra conversación con su esposa y carece, como ella, de inquietudes o entretenimientos domésticos, Amador Vergara comienza a frecuentar las sidrerías en compañía de algunos compañeros a la salida del tajo. A veces se lía un poco más de la cuenta y se le enfría la cena.

         Mientras tanto, Rosa entabla amistad con Rebeca, una vecina recién separada que tiene un niño un poco mayor, de casi cuatro años. Entre partida de parchís y de brisca, ésta la pone al corriente de la mala vida que le dio su exmarido y de lo egoístas, desconsiderados y machistas que son todos los hombres, “porque es que son todos igual, hija”.

         A los pocos meses, Amador Vergara recibe de su mujer un acta de separación de mutuo acuerdo para que lo firme. La incredulidad cede poco a poco paso a la sorpresa, ésta a la ansiedad, al vacío, al dolor... y tras unas cuantas broncas descomunales, antes de volverse loco firma el papel y hace las maletas.

         Rosa Martirio se ha quedado con el piso, todavía por pagar, la custodia del niño, una pensión para éste y otra compensatoria para ella pues carece de trabajo. Continúa jugando al parchís con su vecina, con la que va estrechando los lazos. No tardan en salir juntas, previamente empaquetados sus hijos con los respectivos abuelos, a probar la renovada fuerza de sus encantos algún sábado noche. Incluso hacen planes para acercarse ese verano hasta la Costa del Sol, aprovechando las escandalosas ofertas hoteleras. Por supuesto, con los niños, incluido todo el equipo.

         Amador Vergara, enamorado aún de su exesposa y con la autoestima por los suelos, tardará casi un par de años en volver a mirar a otra mujer. Pero, como el tiempo todo lo cura menos la muerte y como tenía asegurados los dos tercios de su salario todos los meses, al cabo de diez años decide casarse de nuevo con una jovencita de la que está locamente enamorado.

         De esta nueva unión nacen dos hijos, todo muy rápido porque ambos decidieron que cuanto primero mejor. Vuelve directo a casa al salir del trabajo, atiende a los niños “como si fuera su madre” y para entretenerse, en vez de liarse en las sidrerías, “no vaya a ser que la cague otra vez”, decide hacer realidad uno de sus grandes sueños: construir una enorme maqueta de trenes eléctricos. La instala “en la habitación que está libre de momento, hasta que crezcan los niños y podamos amueblarla, que para entonces ya habremos terminado de pagar el piso. Luego ya veremos”.

         Felicia Diosdado, su nueva esposa, después de cuatro años de matrimonio, amarrada a los hijos, sin haber disfrutado la vida, comienza a despertar a sus veintisiete años y se pregunta “qué coño hago yo aquí, encerrada entre estas cuatro paredes, con un marido que pronto será un viejo y que toda su vida será un crío, más infantil que el regaliz en rollo, míralo con sus trenecitos, jugando con sus hijos como otro niño más y sin poder comentar con él más que los anuncios de la tele”.

         Amador Vergara, a sus treinta y nueve años, con un nuevo acta de separación de mutuo acuerdo en la mano para que lo firme, no se pregunta si le merece la pena seguir viviendo. En lugar de eso, como ya viene de vuelta, se pregunta para quién trabajará en el futuro, si para él o para sus exmujeres y para los sucesivos compañeros de las mismas, padres circunstanciales de sus hijos. Se pregunta si su trabajo de albañil le permitirá comer todos los días del mes o deberá incrementar su sueldo partiéndose el lomo con las horas extra o mendigando por las calles. Se pregunta, al fin y al cabo, si no le hubiera venido mejor una suerte más perra con eso del trabajo. Habría engrosado desde joven la lista del paro, vivido del cuento o de la beneficencia y muerto felizmente complacido por la bondad de sus caritativos congéneres.

 

 

SUBURBIAL

 

         Tenía que ser el capullo del Leo, sí, ese charlatán, esta vez la lió bien liada ese listillo, va de filósofo el muy imbécil, siempre dándoselas de genial y misterioso, como no tiene ni media ostia, pues de algo tiene que fardar el mamonazo, sí, fue él quien dijo que no sabemos qué cojones hacemos aquí, que sólo los niños son felices porque no saben que tienen que morir, y que los suicidas son las personas más inteligentes del planeta, los únicos...¿cómo dijo?...ah, sí, los únicos que son coherentes con la puta realidad, porque vamos a ver, dijo el enterao, ¿cómo se entiende que alguien siga soportando esta mierda si no encuentra un motivo, al menos un único motivo cada día para seguir aquí, padeciendo esto que los que viven de puta madre llaman vivir?...no sé cuánto más dijo, a mí no me marea, el muy cabrón, le tengo bien tomada la medida, es de los que te dejan toda su porquería encima del tapete y luego se van a jugar a otra mesa, menudo cuento que se gasta el tío, si midiera metro ochenta y fuera medio guapo no lo paraba ni dios, por Puerto Vanús andaría viviendo de las guiris, y de las del país, que labia no le falta, no, yo lo tengo bien calado, pero tuvo que soltar todo aquel rollo macabro aquella tarde, delante de ella, por supuesto para hacerse el interesante, seguro que si ella no hubiera estado allí no se hubiera metido tan a fondo, pero claro, tenía que echar el resto delante de la Loles, que para eso estaba supercojonuda y le iban los tíos que no usan el tarro solamente para peinarse, sí, ya sé que él no sabía nada de lo que le había pasado, pero aún así... y es que yo estoy convencido de que estos tíos que van por ahí explicando lo que es el mundo y la vida y todo eso, al final no son más que unos soplapollas reprimidos que la terminan cagando toda y sólo sirven para tocarle los huevos al personal, lo que les pasa en realidad es que no saben vivir ni puta gana de aprender que tienen y se mueren así, dando por culo a todo el mundo mientras intentan explicar a otros lo que ni ellos entienden y además a quién cojones le importa... bueno, pues el caso es que la Loles estaba aquel día superdeprimida porque la habían echado del curro, ese aguarón de la tienda de antigüedades, un mafioso hijodeputa que se ha forrado en cuatro días con el relleno de las figuritas “milenarias” que recibe de importación desde Marruecos y Colombia con su correspondiente sorpresa, y sólo porque la pilló chorizándole una bolita de chocolate, nada, ni quince gramos, el julay quiso arreglarlo a su manera, pero la Loles es muy suya y no se la chupa a cualquiera, el muy puerco, con esa cara de cerdito seboso y ese barrigón que ni siquiera se la ve cuando va a mear, y por si fuera poco llega a casa después de tres días durmiendo fuera, en casa de su hermana la puta porque su padre andaba un poco rebotado con ella esos días, y se encuentra a su madre con la nariz rota, otro regalito de papá, esta vez porque tenía la regla y no quiso follar con él cuando llegó a la chabola borracho esa madrugada, y la vieja que me quiero morir y que pa qué me vas a llevar al hospital, hija mía, que luego tendré que denunciarlo otra vez y la próxima me rompe las piernas, que ya me lo tiene dicho, y la Loles que me pregunta qué coño puedo hacer, Gelo, me siento impotente, me busco la vida fuera de casa, no puedo seguir así, vaya mierda de vida... y me la llevé a dar una vuelta por las afueras, para charlar y distraerla un poco, ella no estaba por la labor, le tuve que meter un par de ostias, pero al final conseguí echarle un polvete rápido contra una tapia, la verdad, no me salió la faena muy bien que digamos, pero ella lloraba y se abrazó a mí y la tía es que estaba tan buena y yo tenía tantas ganas que no me pude aguantar, joder, se mosqueó bastante, pero al final la convencí y fuimos a encontrarnos con los colegas, a fumarnos unos petas y lo que hiciera falta en los barracones, y claro, allí estaba el Leo con ganas de soltarle el rollo, el muy liante, y vaya si la lió, pero ya se sabe, estas cosas no pueden denunciarse, no puede uno irse a la pasma y soltarles que el puto del Leo es un enemigo público porque le come el tarro a la peña y luego resulta que te encuentras a la Loles despachurrada en la vía del tren y alguien dice que si fue un accidente, o que si el mal rollo familiar, o que si el curro es un artículo de lujo, o que si las drogas... pero yo sé muy bien que fue por él, el muy hijodeputa le comió la cabeza, sólo él tuvo la culpa, cuando lo pille le voy a cortar la lengua al cabronazo, menudo soy yo, lo tiene claro, ese ya no le come la bola a nadie más...

 

 

UNICIDAD

 

         He estado en todas partes, con mi presencia, con mi imaginación, con mi memoria. Todo lo he visto, a veces con mis ojos, a veces con los tuyos. Y en todas partes hemos visto lo mismo: injusticia, miseria, dolor, desolación. Allá con dictaduras antropófagas, acá con urnas funerarias hemos visto lo mismo: marginación, asedio, pillaje, alienación. El hombre por el hombre conquistado, humillado, torturado, aniquilado. Todas las revoluciones sumadas en la Historia son apenas un ligero murmullo de rabia y de dolor ahogándose en el griterío salvaje de la depredación. Nos han engañado desde siempre: el rey de la selva no es el león, sino el omnívoro fagocitador cainita que un día no lejano se irguió sobre sus cuartos traseros en medio de la noche y descubrió en las estrellas un abismo insondable, aterrador. El miedo lo dirige desde entonces y como perro amarrado a las piedras del camino ladra y muerde a cualquier desconocido que por su territorio se acerque a curiosear.

         He estado en todas partes y he visto, y tú también, al niño de la mano, en sus primeros pasos, la mirada inocente de descubrirlo todo cual la primera vez. Solamente en sus ojos, ya lo dijo el poeta, puede anidar segura la promesa remota de otra revolución. Lo hemos visto después “apegarse a otro cuerpo como una enredadera” y amar con la hondura de la tierra hasta abrirse en capullo y florecer. Y también elevarse y pintar sobre el lienzo el sexo de los ángeles y cincelar el silencio hasta la melodía embriagadora, lenguaje de los dioses, o el mármol hasta la Venus voluptuosa o el perfecto David de Miguel Ángel o encadenar palabras hasta alumbrar con ellas el río de la vida, la llama del amor, la fosa de la muerte...

         Lo hemos andado todo y en todas partes hemos visto a los hombres luchar por ser más hombres y aprender a volar. Sabemos que existimos porque nos hemos visto ofrecer nuestra vida para alentar a otra o dedicar nuestra existencia a mejorar la de todos sin buscar beneficio que no sea el común. Sabemos que existimos. Y que nuestra existencia está compuesta de tiempo, un tiempo breve que siempre queda corto dedicado a una obra que no acaba jamás. Tomamos el relevo de manos del legado que nos dejan aquéllos que sin querer se van. Por un camino u otro, más o menos certero, sabiendo que aunque erremos lo importante es andar. Nada está perdido. Nada puede perderse pues no existe el olvido. La memoria es común, disponemos de un banco de memoria universal. Mientras exista un sólo hombre seguiremos luchando por salir de la selva y aprender a volar.

 

 

VIRUS

 

         Llegaron como un virus: de invisible presencia disfrazados. Lucharon por una causa justa: un nuevo mundo, sobrevivir. Llegaron, colonizaron, se instalaron de manera eficaz sobre sus propias excrecencias. Todo lo que fueron capaces de corromper, devorar, aniquilar les sirvió de cimientos para formar su hogar.

         Venían de un lugar donde la noche acampa sobre la necesaria labor de hacerse un hombre, a la luz del estío tras una primavera de fe y de piedad. No tuvieron color los juegos de su infancia. Su adolescencia un juego de aprender a matar.

         Y como niños, ferozmente inocentes, corrompieron, devoraron, aniquilaron, copularon y se multiplicaron. Crearon un Gran País. Apuntalaron, sobre fronterizos cadáveres tras duelo fratricida, un ramillete de estrellas sobre un pedazo de trapo ensangrentado, sangre línea recta de abominable urgencia. Buscaron la eficacia, como un virus. Y se instalaron, rápidos y seguros, fortificados en el vórtice de la pirámide y desde allí dejaron rodar sus excrecencias, reguero fácil, hasta los moradores de los Barrios Bajos.

         Iluminados alquimistas, convirtieron en oro todo lo que cayó en sus manos: petróleo, silicio, uranio... Habitantes de un mundo que adoraba el dinero, su poder fue creciendo a la par que su avaricia fue un himno a propagar. Mutaciones alménicas, inexpugnables muros, sofisticadas armas... Se hicieron invencibles, como un virus mortal.

         Como un virus mortal infectaron la tierra, el agua, el aire y se hicieron los dueños y señores del fuego, su único enemigo potencial. Infectaron la Vida. Contaminaron hígados, pulmones, corazones... Sobre todo cerebros, erigieron la idea del Pensamiento Único en la Aldea Global. El pensamiento, el suyo, más vale quien más tiene, depredador asfáltico, jugar para ganar. La aldea un territorio por ellos conquistado, vasallaje absoluto, sumisión planetaria, un único destino universal... Llegaron como un virus: de invisible presencia su disfraz...