arcatora

DOÑA MAR

 

            A las seis de la madrugada del viernes se propagó la noticia. Ascendió desde el puerto hasta la plaza del pueblo bifurcándose a su paso por las diferentes callejuelas que se asoman a la calle Mayor, arteria principal de la villa, para dejar en los rostros de la gente un rictus de estupor que más tarde se transformaría en asombro y desesperación. Nadie había imaginado que aquello pudiera llegar a suceder. Todos deseaban verlo.

            Pedrín terminó de vestirse y apresuró su paso para llegar al espigón antes que la aglomeración de curiosos se lo impidiera. También él quería comprobarlo con sus propios ojos, aun después de haber intentado advertirles, días atrás, que aquello terminaría por suceder. Tan sólo Xuacu le había hecho caso, y eso tras mucho insistir y ver que la cosa se ponía fea. La mayoría ni siquiera le escuchó. Nadie escucha  al tonto del pueblo, a no ser para burlarse de él. Esto no había preocupado hasta ahora a Pedrín. “Allá ellos, pior pa ellos si nun saben escuchar”. Él sí sabe hacerlo, boquiabierto y con ojos de lechuza al acecho, sobre todo cuando Xuacu le cuenta alguna de sus aventuras. Seguramente por eso la señora se había confiado a él y había decidido que fuera su mensajero: porque sabía escuchar. Y menuda aventura le había  contado, tan increíble al principio como la mayoría de las hazañas de Xuacu, el viejo lobo de mar, a bordo de su destartalada chalupa. Pedrín, que jamás olvidaba una historia, realizaba grandes esfuerzos para imaginar los monstruos marinos de sus descabelladas historias o los exóticos parajes que Xuacu le describía; pero al final siempre conseguía reproducirlos fielmente en su cabeza y memorizar hasta los detalles más insignificantes.

 

 

            El día de la aparición de la señora coincidió con el desajuste de la primera marea: la pleamar nocturna del domingo no había alcanzado el nivel habitual en el muelle. Pedrín lo oyó comentar esa noche en la taberna, enfrentadas la extrañeza de los que se habían percatado del fenómeno   y    las  bromas  incrédulas  del  resto.  Cuando quiso intervenir para explicar la relación entre el suceso y la misteriosa dama, se rieron de él. Tan sólo atinó a decir que se encontraba en la playa cuando ella apareció, saliendo de las agua, rodeada por una extraña luz... Una luz parecida a la de esos crepúsculos tristes y moribundos que tanto le gustan a Pedrín a pesar de inundar de melancolía su corazón. Llegó envuelta en una túnica que alguna vez fue blanca, pero que se veía ahora renegrida y salpicada por la misma espuma amarillenta que la bajamar deposita en la arena del puerto.

            El lunes por la noche todos eran conscientes del problema. En veinticuatro horas habían perdido casi dos metros de calado en el muelle. De continuar así, las embarcaciones quedarían embarrancadas y los pescadores no podrían salir a la mar, aunque más de uno comenzaba a dudar si merecía la pena hacerlo tras las escasas capturas obtenidas durante los últimos meses, apenas suficientes para combatir el hambre y costear los aparejos de pesca.

            - Diz que tá vieya y enferma, que la tamos matando con toes les porqueríes que tiramos al agua. Necesita un vientre nuevu, el suyu ta mediu muertu. Dientro poco nun podrá dar vida. Diz que necesita parir una fía, la fía d’un pescador...

            - ¡Vaya vieya verde; ha, ha, ha...! - rió Xuacu, enseñando los cuatro dientes cariados que todavía conservaba en las encías. - ¿Y tú pienses que-y valdría yo o preferirá un mozu nuevín y guapu? Ha, ha, ha...

            - Yo nun me río - protestó Pedrín -, la cosa ye muy seria. Paez medio bruxa. Too ta cumpliéndose como ella dixo. Lo de les marees y el retiru les agües. Y diz que va ponese pior si nun consigue quedase preñada.

            Xuacu posó sobre sus rodillas la nasa que estaba repasando y golpeó suavemente con los nudillos la cabeza del mozalbete.

            - ¿Y quién pienses tú que va tener valor y xeito  pa preñar una vieya?. Rapaz, usa la mollera, nun sías fatu. Pos vaya, si nun apaeció una embustera mayor que yo... Nun siendo que tenga ganes de rabu la muy golfa, a la so edá... ¡Polos clavos del Cristu, voi cuntate...!

            - ¡Nun me cuntes ná... Tol mundo tómame por fatu; naide me fae casu... Pero pior pa vosotros; vais pagalo mui caro cuando nun podáis pescar...! - dio media vuelta y se alejó enfadado, mascullando una retahíla indescifrable.

            Doña Mar, que así había decidido Pedrín llamar a la señora, se hallaba en el sótano del faro, lugar donde el chaval le encontró refugio tras la fascinante entrevista del pasado domingo. Le había jurado no revelar a nadie el escondite, excepto al pescador que aceptara su especial requerimiento. Pensaba hacerle una visita para explicarle lo difícil que le estaba resultando hacerse oír, para contarle que ni siquiera su mejor amigo le creía; pero recordó sus palabras de despedida: “Nun te priocupes por mí, Pedrín. Nun necesitu d'agua ni alimentu. Sólu ve y cuando tornes que sea acompañáu d'un pescador.” Además, su curiosidad inicial se había ido transformando en temor a medida que los vaticinios de Doña Mar se iban cumpliendo. De modo que decidió no hacer esa visita.

            Hora tras hora, la desesperación de la gente iba en aumento ante el imprevisible alcance del problema. Durante todo el martes se sucedieron las reuniones extraordinarias y las consultas a técnicos y preclaros personajes de la localidad, sin que estos vislumbraran la más mínima explicación racional al fenómeno, y mucho menos la manera de atajarlo.  Las  autoridades convinieron finalmente convencer al cura de la necesidad de organizar una procesión encabezada por el Cristu Marineru, patrón parroquial y protector de los pescadores.

            Al anochecer, el Cristu atravesó la villa en dirección al puerto, aclamado por la multitud, y fue ubicado más tarde sobre un podio que previamente se había levantado en el muelle. Su figura dominaba majestuosa la totalidad de la dársena.

            Aguardaron la llegada de la pleamar durante toda la noche, alternando las plegarias con los “culines” de sidra; pero las aguas continuaron retirándose. Con las primeras luces del alba pudieron comprobar que las olas mojaban tan sólo la punta del espigón. Además de encontrarse varados en la arena, ya no podrían pescar a caña o echar las nasas desde el malecón y los enormes bloques de hormigón que un par de días antes protegían a las barcas en el puerto. Aparecían ahora como una construcción absurda, innecesaria... y hasta diabólica, pues no pocos pensaron que allí habría de quedar para siempre, reseca y silenciosa,  como  mudo   testigo   de  algún   castigo divino   de    origen    impreciso      pero    indudablemente merecido.

            Pedrín aprovechó la concentración de personas para hacer oír su reprimido discurso. Encendidos por el alcohol y amargados por la desesperanza, no sólo se burlaron de él una vez más y con mayor crueldad, sino que a punto estuvieron de arrojarlo al vacío. Le libraron los gritos de Xuacu, recordando a los hombres que la mar ya no llegaba hasta allí y la arena no era suficientemente blanda para amortiguar una caída desde más de cinco metros de altura.

            Xuacu, muy preocupado por el cariz que estaban adquiriendo las cosas, se alejó con Pedrín del lugar y se interesó seriamente por la conversación mantenida entre él y la misteriosa mujer. El joven repitió entusiasmado, literalmente e incluso con puntos y comas, el mensaje de Doña Mar:

            “Hola, Pedrín, yo soy la Mar. Me dirijo a ti porque eres inocente, porque tú representas la inocencia y sólo la inocencia original puede salvarme. Escucha bien lo que te voy a decir porque es un mensaje vital para la Humanidad, un   manifiesto   que   habrá de  recorrer la Tierra  de  punta   a   punta,  de  boca  en  boca, hasta  que  todos  los hombres lo escuchen y comprendan.

            Soy fuente de vida, soy la propia Vida y sin mí no es concebible su existencia. Durante millones de años he ido tejiendo la trama de la misma y he contemplado con orgullosa satisfacción la evolución de mis criaturas. Pero algo falló. De repente uno de mis hijos se volvió contra mí e infectó mi vientre hasta tornarlo prácticamente estéril.

            Mírame, estoy vieja y enferma. He envejecido en este último siglo, por culpa de los hombres, a un ritmo desconocido y de consecuencias desgraciadamente irreversibles. De entre todos ellos, es con el pescador con quien he mantenido siempre una relación más estrecha y apasionada, de amor y odio, de resentimiento y respeto a la vez. Y es también quien más me necesita, a pesar de haberse alejado de mí en los últimos tiempos, a pesar de haberse transformado en un saqueador innoble y avariento... Necesito una hija, tan sólo una Mar joven y sana puede salvar la Vida. Quién, sino él, ha de ser su padre o de lo contrario perderme para siempre.

            Paulatinamente,  me retiraré de su playa, dejaré  de mecer su barca, me apartaré de su vista y jamás me recuperará si antes de una semana, es decir, de la próxima tarde de domingo, no ha hecho el amor conmigo.

            Ve y cuéntale esto a muchos pescadores. Aunque sólo uno es necesario, sé muy bien que costará trabajo encontrar quien te crea y más aún quien se ofrezca. Únicamente aquél que te escuche y comprenda será digno de mí, pues habrá demostrado que todavía conserva, como tú, la inocencia...”

            - ¡Hosties, Pedrín, fales cristianu zarráu!... Eso nun pudiste inventalo tú...

            - Da-y que da-y... ¡¿ye que nun vais creeme nunca, coñe?!

            - ¡Polos clavos del Cristu...! Pemeque voy tener una charra poco amistosa con esa bruxa amiga tuya...

            El viejo marinero mesó sus canosas y ensortijadas barbas y frunció el ceño, realzando al hacerlo las grietas que el tiempo y la sal habían labrado en su rostro a lo largo de cincuenta años cosechando la mar. Meditabundo, mientras observaba las olas salpicar apenas las últimas piedras del espigón, continuó:

            - Pedrín, esto ye cosa seria,  ties razón, pero  si lu cuntamos perhí van tomanos por llocos. Ella dionos de plazu hasta'l domingo. Tiempu al tiempu. Si les agües siguen baxando, el viernes vamos ver la bruxa, ¿ta claru?

            - Oi Xuacu, ¿nun val que vayas tú solu? Nun m’apetez muncho vela...

            - ¿Serás pazguatu?¿y quién va presentámela?...Vamos los dos xuntiquinos. Nun me digas que-y ties miéu... Ha, ha ha - rió el lobo de mar a la vez que notaba un respingo recorrerle la espalda.

 

 

            Cuando Pedrín llegó al puerto esa madrugada de viernes tras escuchar la noticia recorrer las calles como un aluvión, un numeroso gentío abandonaba el espigón en dirección al faro. Buscaban un punto más alto desde donde divisar la mar.

            Se cruzó con Xuacu, que avanzaba como un alma en pena entre la multitud. Lo siguió y una vez arriba contemplaron juntos la tragedia: Toda la plataforma del Cantábrico, hasta donde alcanzaba la vista, no era más que un  páramo   inmenso  salpicado   de   rocas   y   pequeñas lagunas, ondonadas que se mantenían con agua todavía.

            Muy a lo lejos, casi en la línea del horizonte, creían ver un gris plata oceánico que también pudiera ser simplemente un espejismo. Las mujeres lloraban como plañideras en un monumental entierro y los hombres miraban sin ver la lejanía, con ojos neblinosos y un definitivo asombro en su semblante.

            El párroco exigió fe y serenidad y conminó a sus feligreses para que apiñados fueran todos a rezarle al Cristu, que permanecía en el puerto, tan triste e impotente como la misma noche que lo izaron.

            Poco a poco el lugar fue vaciándose de gente. Xuacu y Pedrín se quedaron al fin solos, mirándose con una mezcla de espanto y complicidad.

            A través de la trampilla de la carbonera se introdujeron en el sótano del faro en busca de doña Mar. Ésta los recibió sonriente, rodeada de un inquietante y luminoso halo visible en la penumbra de la desordenada estancia.

            - Al fin lo has conseguiu, Pedrín. Veu que t'acompaña   un   pescador   veteranu.  Hemos   compartiu tantos momentos, querido Xuacu...

            - ¡Polos clavos del Cristu...! ¿Pue sabese de qué me conoz usté?

            - Una madre conoz todos sus fíos, por muchos qu'estos sean.

            - ¡Madre mía!... Bono, señora, dexémonos d’hestories y vamos al asuntu. Si fae falta sacrificase pa salvar la mar, pues faigamos de tripes corazón y p’alantre. Y tú, Pedrín, espérame fuera, qu’esto nun ye pa guahes.

            En cuanto el mozo desapareció por la trampilla, Xuacu se acercó a doña Mar, lento y tembloroso como si caminara por el mástil de proa, sobre la mar plagada de tiburones de alguna de sus fantásticas historias. Sin embargo, la sonrisa de la mujer ofrecía confianza y a pesar de su repugnante túnica y de su blanca y alborotada cabellera, en sus ojos brillaba una verde ternura y su boca destilaba una frescura no lejana.

            Xuacu cerró los ojos y posó sus labios en los de ella. Al abrirlos de nuevo, doña Mar había desaparecido. Miró a su alrededor, medio aturdido. Removió después cajas y trastos amontonados allí durante años. Estaba solo.

Vinieron a su mente leyendas de burlonas xanas encantadas que escuchara de niño, al calor del fuego del hogar en el invierno, si bien nunca había oído hablar de una xana marinera... Salió corriendo al exterior.

            - ¡Rapaz, polos clavos del Cristu, ¿nun viste salir a la bruxa?

            - Per equí nun salió naide, Xuacu.

            -¡¡¿Tas seguru?!!

            - ¡Xúrote que nun quité’l gueyo la trampiella...!

            - ¡Esto ye coyonudo, ¿pues nun desapaeció la mui cabrita?!... Agora que taba yo entrando en calor...

            - ¡¡¡ Mira, Xuacu, mira...!!!

            Una mujer cubierta con una túnica de deslumbrante blancura, caminaba por la playa en dirección a ese horizonte que todos escrutaban. La brisa mecía su larga cabellera azul y a medida que avanzaba, el agua la iba cubriendo lentamente.

            La gente contemplaba alborozada lo que parecía significar el inminente retorno de la Mar. Se preguntaban quién sería aquel extraño personaje, pero no les importó demasiado que desapareciera al fin bajo las aguas. Unos aseguraban   que   era   la   Virxen  de   les  Marees;  otros reconocieron en ella al mismísimo Cristu Marineru, disfrazado por alguna divina determinación...

            Únicamente ellos poseían una particular idea de su identidad, aunque no supieran con certeza si se trataba de una xana que los había utilizado para desencantarse o de la propia diosa de la Mar que le ofrecía al Hombre una última oportunidad para salvarse. Pedrín se decidió por esta última versión. Repetiría una y mil veces el mensaje que ella le encomendó. Xuacu incorporaría la experiencia a su propio repertorio, introduciendo alguna variante, por supuesto, como sustituir la brusca desaparición de la xana por un contacto más prolongado y placentero.

 

 

 

            El domingo, día de la fiesta del santo patrón, Xuacu ofreció en la taberna una de sus mejores aventuras, como acostumbraba en fechas señaladas, pero eludió relatar la de la xana marinera, pues el día anterior había notado que algunos marineros le daban la espalda y se alejaban del grupo murmurando.

            Pedro  se  hartó  de  las  risas  que  suscitaba  en  la gente  el mensaje de Doña Mar, debido sobre todo a que no estaban habituados a escucharle hablar en tan extraña lengua. Era de tontos empeñarse en predicar un discurso que le hacía parecer más tonto. Aprendería a olvidar una historia.

            Las autoridades decretaron siete misas oficiales en agradecimiento al Cristu Marineru. Los dos prefirieron unirse al homenaje y rezarle al santo patrón, como el resto del pueblo, y como el resto del pueblo olvidar que una vez les había abandonado la Mar.

           

                                                                                                

arcatora

 KAMORI

 

 

 

 

Cuando sientas levantarse

altos muros entre ti y tu horizonte

y bajo tus pies el gris asfalto

se abra mostrándote el vacío,

grita: ¡KAMORIII...!

 

Él te invitará a cabalgar su lomo

y posará tus pies sobre la blanda arena,

donde una Madre húmeda

lamerá tus heridas

al ritmo de la Primera Melodía.

  

   A una utopía radiofónica

 

            Nadie conoce en realidad su procedencia. Unos hablan de doradas dunas saharauis, nodrizas de algún sueño lunar de indescifrable esencia. Otros la sitúan en una isla del Índico, no registrada en las cartas oceánicas, ni siquiera en los mapas de los viejos piratas enterradores de tesoros. No faltan quienes le otorguen, al margen de "científicas" versiones, esotéricos orígenes de tibetana, satánica o extraterrestre cuna.   Sólo unos pocos, desprovistos de exhaustivos conocimientos zoológicos o enigmáticos poderes visionarios, fuimos capaces de sostener su mirada y comprender.   

            Cuando Leo, vigilante del Instituto de Investigaciones Biológicas, me llamó aquella noche para invitarme a conocer un fantástico camello alado, con mirada de ardilla asustadiza y jorobas como bafles de un estéreo mágico, capaz de reproducir la canción  deseada, tan  sólo  con pensar en ella, no dudé en preguntarle dónde había conseguido la hierba.

            -Te juro que no estoy colocao, Sindo. Ya sé que es increíble: no me lo creo ni yo. Pero te digo que han tocado para mí desde Serrat hasta Zeppelin, pasando por Deep Purple, Pink Floyd y El Último de la Fila. ¡Tienes que ver esto, colega...!

            -No te quedes conmigo, Leo. Además no tengo ni idea de kamoris. Eso no se estudia en los libros de texto.

            -Es igual. Tú eres biólogo, ¿no? ¿Pues a quién voy a llamar entonces? Es una pasada, tío. Le miras a los ojos y piensas en una canción. ¡Te juro que la oyes como si estuvieras en un concierto...!

            -Todavía no terminé la carrera. Y hablando de conciertos, voy a llegar tarde por tu culpa. Hace un mes que compré la entrada para ver a Dire Strait. Sabes muy bien que actúan esta noche. Te cuelgo, Leo...

            -¡No     seas      chungo,  tío!  ¿Vas    a    dejarme colgado?...Enróllate, ¿vale?. Después me lo agradecerás, estoy seguro. Además, el pobre animal la está palmando. Puede que no pase de esta noche. He visto su ficha. Lleva quince días sin comer, desde que lo cazaron. Le cambian el menú a diario, para probar suerte; pero lo mantienen vivo alimentándolo por la vena. Está echo una pena, tío, tienes que verlo. Yo creo...¡que quiere suicidarse!

            -Mira, no sé qué te pasa, pero ya empieza a ser preocupante. Pasaré por ahí un rato; casi me pilla de camino. ¿De acuerdo?

            -Chachi, colega. Sabía que podía contar contigo. Nos vemos.

            Realmente, me preocupó su voz. Sonaba eufórica y asustada a la vez. No sería la primera ocasión que me gastara una broma telefónica, el muy simpático. Al principio creí que se trataba de eso. Había intentado prorrogar un día más sus vacaciones o cambiar el turno de trabajo para asistir al concierto; pero no lo consiguió. No se resigna a perdérselo en solitario, pensé.

            Sin embargo, no lo consideraba poseedor de una imaginación tan desbordante. Sin duda alguna, estaba alucinando. Diez minutos. Lo ingresaba en el hospital o lo mandaba a tomar...

            Le pedí a mi madre las llaves de la vieja furgoneta y me dirigí al Instituto. Había estado allí en anteriores ocasiones, en visitas organizadas por la Universidad. Así conocí a Leo. Entablamos amistad y algún que otro sábado en que a uno le parece lo más razonable del mundo preferir alternar con los monos, lo hemos hecho juntos, durante el turno de noche.Me abrió la verja. Aparqué frente a la entrada. Nunca lo había visto tan alterado, ni siquiera cuando se fugó Nanci, una simpática chimpancé con la que solíamos jugar. El director le concedió tres días de plazo para encontrarla, si quería conservar el empleo. Por suerte apareció a los dos, en un parque cercano.

            -Pensé llamar al  jefe, pero  temí que  me  tomar por loco, o por drogata. Tú sabes que yo no... un canutín de vez en cuando y más nada, ¿eh? Y en el currelo nunca. Me da mal rollo.

            -A mí me lo vas a contar... Anda, muéstrame tu bioequipo de alta fidelidad.

            -Encima, con cachondeo... Qué bien estaba yo de vacaciones.

            Tomamos el ascensor y nos dirigimos al sótano. Era la primera vez que visitaba esa planta. Leo me explicó que la utilizaban para "misiones" y estudios especiales. Desembocamos, a través de un largo pasillo, en un vestíbulo con media docena de grandes puertas, de esas de doble hoja, distribuidas alrededor, cada una de un color diferente.

            Abrió la amarilla y encendió todas las luces. El kamori se hallaba en el centro de la habitación, dentro de una jaula de grandes dimensiones. En un lateral, equipos electrónicos de análisis, instrumental quirúrgico sobre mesas metálicas, probetas, jeringuillas, medicinas, productos químicos y todo lo referente a un laboratorio de investigación  bien equipado.

            -Controla esas jeringas, colega. Lo están puteando bien al pobre bicho...

            -¡Música, maestro!

            -No seas mamón, tío. Tómatelo en serio y mírale a los ojos fijamente. Serían poco más de las ocho cuando bajé a cambiarle la comida. Tenemos orden de hacerlo nosotros durante el fin de semana. Sentí pena y vergüenza, Sindo. Le miré a los ojos... ¡Y de repente me quedé flipado! ¡Casi una hora flipando, tío...! Y no sólo con la música...

            El animal estaba echado, con la cabeza apoyada sobre sus patas delanteras. Parecía dormir. Me acerqué un poco más. Jamás había visto nada semejante. Era como un camello, pero ciertamente tenía alas, unas enormes alas de Pegaso adosadas. Sus jorobas, resplandecientes como el oro, apenas sobresalían del lomo. Toda su piel irradiaba una especie de brillo dorado.

 

            -¡Hostias!...Qué rareza de ejemplar.

            -¡Te lo dije, te lo dije!

            Despertó mi curiosidad.  Intenté llamar su atención, adivinar en sus ojos su estado de salud y -lo reconozco- leer en ellos algo más, si como Leo afirmaba, lo había.

            -Kamoriii- le susurré repetidamente, sin demasiada convicción, pero a la vez temiendo que lo hiciera: abrió los ojos.

            Creí morir. De mis cenizas, las suyas también pues fuimos uno sólo, surgieron tibias brasas que poco a poco fueron extendiéndose e incrementando su incandescente luminosidad al ritmo de aquellas melodías que en algún momento, en situaciones reales unas veces y oníricas en otras, habían hecho vibrar mi corazón, habían llegado hasta los más estériles y abismados rincones de mi alma como una lluvia fresca.

            Al calor uterino de una luz ambarina que lo envolvía todo, me sentí renacer. Y renací riendo.

                                                                                                                                                                                               

Miré alrededor buscando a mi madre. Me encontré de nuevo con sus ojos; ojos enormes, luminosos, sonrientes de esperanza.

            -¡Dame las llaves, Leo, lo estamos matando!

            -¡Joder, tío, qué cuelgue! Ya me tenías preocupado. No estoy loco, ¡¿verdad?!

            -Claro que no. A no ser que lo estemos los dos. De todas formas nuestro amigo necesita un par de locos como nosotros.

            Casi no podía caminar. Lo sacamos trabajosamente del edificio y a duras penas conseguimos introducirlo en el maletero.

            -¿Adónde lo llevas?   -¿Todavía lo preguntas? Mira sus jorobas... ¡Ya no le quedan reservas! ¡Las consume al comunicarse, al transmitir la música!

            -Ahora pienso que el pirao eres tú.

            -Bueno, ya te contaré.

            -¡Espera, tío, no puedes largarte así con él...! ¿Qué le digo yo al jefe? Después de la movida con Nanci,   ese   julay   me   trinca,   colega. Ya me veo engordando la lista del paro.

            -Tienes razón. Tranquilo, déjame pensar... Pues... la única solución que se me ocurre...

            -¿Seguro que no hay más remedio...? ¡Vale, vale!... Pero no me pegues demasiado fuerte.           Forzamos el candado de la verja y le propiné un buen puñetazo en la nariz, para hacerle sangrar.

            -Vaya hostiazo, tío... Está claro que hoy no es mi día.

            -Lo siento, Leo. Dame quince minutos y avisa a tu jefe.

            Me dirigí directamente a la plaza de toros, lugar donde se estaba desarrollando, desde hacía una hora, el concierto de Dire Strait. Ya no me importaba. Me lo hubiera perdido cien veces por una experiencia como la que estaba viviendo.

            Amparados por las sombras, evitamos las hostiles miradas de quienes pudieran confundir como temible una apariencia tan extraña y escuchamos tras los muros el sonido rock de la mítica banda.

                                                                                                                                                                                               

            Al cabo de media hora, las  gibas  de mi amigo se

encontraban considerablemente hinchadas. Su fuerza y regocijo aumentaron a gran velocidad. Mis sospechas eran fundadas: ¡el kamori se alimentaba de música!

            Se puso en pie y comenzó a moverse dentro del pequeño habitáculo. Aquello parecía un tiovivo. No tuve más remedio que invitarle a bajar de la furgoneta.

            Me miró a los ojos, feliz y agradecido. La música comenzó a cobrar en mi cabeza relieves y texturas inimaginables que me transportaron lejos de aquel escenario, hasta exóticos parajes naturales donde las notas de la banda se fundían con el sonido del viento, de las rápidas aguas de los ríos, del canto de los pájaros y de los latidos de mi propio corazón.

            Vi al kamori introducirse en el paisaje, realizar unas fascinantes cabriolas en el aire y alejarse raudo después, provocando con su aleteo la melodía más maravillosa que un hombre pueda imaginar.     Dejó en el cielo una  estela  dorada  al  despedirse, una estela que paulatinamente describió este mensaje: "Adiós, Sindo, nos veremos pronto".

 

            Siempre he amado la música; pero desde aquel día siento la imperiosa necesidad de escucharla a todas horas. En casa, en el coche, en los bares...procuro que el aire que respiro esté impregnado de notas musicales, de signos de ese lenguaje universal y abstracto.     Cuando duermo sueño melodías; he perdido el apetito y confieso sin pudor que a mi edad estoy creciendo de nuevo, uso anchas chaquetas para disimular un par de florecientes protuberancias en mi espalda y bajo mis axilas han brotado dos doradas membranas.

            A Leo le sucede lo mismo. Espero que muy pronto se transformen en alas y puedan soportar nuestro peso para elevarnos hasta los más bellos e ingrávidos parajes, donde sólo el kamori es capaz de llegar...

 

 

                                                                                                                                                                                               

arcatora

NINA

 

Bienaventurados los  soñadores

porque ellos vivirán  despiertos.

 

     Se me ha perdido un sueño. Algunos pensaréis que esto es imposible. O que no tiene la menor importancia. Os equivocáis. Si conocierais el Secreto, no pensaríais así. ¿De qué secreto hablo?. No os lo voy a revelar, porque entonces dejaría de ser tal secreto; pero os voy a proporcionar algunas pistas que quizá os ayuden a descifrarlo. No está bien guardarse todo lo que uno sabe. Si todos lo hiciéramos no existirían libros ni tebeos ni películas...No iríamos a la escuela, eso sí, pero tampoco sabríamos jugar. Y lo peor de todo es que nos resultaría prácticamente imposible desvelar los secretos.

    

     Hacía tiempo que deseaba tener un hermanito. La mayoría de mis compañeros de colegio ya lo tenían. En varias ocasiones les había hecho notar a mis padres la injusticia que suponía el que yo careciera de él. Ellos se reían y me preguntaban si prefería niño o niña. Por supuesto, yo les contestaba que quería un hermano, para jugar con él a cosas de niños. Las niñas practican otros juegos, casi siempre aburridos. Además estaba un poco harto de jugar a todas horas con Sara, mi vecina y compañera de colegio a la vez.

     Como ellos continuaban riéndose, yo rompía a llorar para demostrarles que lo deseaba con fuerza y que sus burlas no me hacían ni pizca de gracia. Se reían más aún. Yo berreaba con todas mis fuerzas; sabía que era la única manera de evitar que me tomaran el pelo. Por fin, mi papá se enfadaba y dejaban de reír. Me advertían una vez más que tener un hermano supondría una verdadera molestia, sobre todo para mí, pues debería compartir con él la habitación y los juguetes, e incluso mi paga semanal sería dividida. "Los bebés tardan mucho en crecer, hijo; además, no te falta con quien jugar, Sara es como una hermana para ti..."

     Pero Sara tiene una hermana mayor y yo sabía muy bien lo que eso significaba. Comían juntas, dormían juntas, se bañaban juntas,  iban juntas de vacaciones con sus papás... Estaba claro que no era lo mismo, aunque pasara casi todo el día con ella. Y me tenía sin cuidado compartir con él mi cuarto y mis juguetes, o regalárselos si era necesario. De modo que a la menor  oportunidad, volvía a sacarles el tema y montarles el berrinche.

 

 

     Aunque no sea capaz de recordarlas, sé que en mi más tierna infancia, desde que era un bebé, he padecido horribles pesadillas. Siguen ahí, pero ahora sólo afloran cuando estoy enfermo, supongo que a causa de  la fiebre. Una noche me desperté llorando, muerto de miedo y empapado en sudor. Le pregunté a mi madre por qué los sueños son tan espesos a veces. Ella se rió. No comprendía porqué los adultos se ríen de cosas tan serias, pero lo cierto es que aquel mismo día decidí no volver a contarles mis sueños. Y mantuve firme mi decisión, a pesar del empeño que ellos pusieron, poco tiempo después, en que lo hiciera.

     Al día siguiente comenté mi pesadilla con Sara, durante el recreo matinal. Me dijo que ella también las padecía  cuando estaba enferma y que sentía como si se hundiera en el barro o se enredara en gigantescas y tupidas telarañas. Luego despertaba asustada, gritando y llorando a moco tendido. Cuando  su madre acudía a consolarla, Sara intentaba explicarle el sueño, pero no le hacía ni caso; se limitaba a culpar a la televisión y le impedía verla durante unos días. Me confesó que le daban pánico y prefería no hablar de ellas. Era mejor jugar a los papás, porque ellos, al parecer, nunca sufren pesadillas.

     De manera que con Sara tampoco he vuelto a hablar de mis sueños.

 

 

     Casi había perdido toda esperanza, cuando un día supe que iba a tener un hermanito. Al principio no lo creía, pero después noté que ya estaba creciendo en el vientre de mamá. Esto me convenció. No se puede inventar algo que ya está hecho, que ya está vivo.

     Imaginé cómo sería estar allí dentro, flotando, según me enseñaban por esos días en el colegio, dentro de una bolsa llena de líquido, como un pez en su pecera. Claro que el agua estaría calentita y, no sé por qué, la imaginé mucho más espesa que la del grifo.

     No comprendía muy bien cómo podía vivir allí, a oscuras, sumergido en aquel líquido, sin respirar; pero lo más admirable era su valor, el hecho de  permanecer solo, encerrado durante tanto tiempo en aquel espeso sueño, sin morirse de miedo.

 

 

     Cierta noche, días antes del parto, soñé que me introducía en la barriga de mi madre. El  agua estaba tibia, en efecto, pero no tan espesa como la había imaginado. Tampoco el sexo del bebé era el esperado.

     Había luz. Una luz tenue, rosácea, abriéndose paso entre el azul. Mi hermana flotaba, ingrávida como los astronautas de la tele, sus enormes ojos abiertos de par en par y en su rostro la sonrisa más feliz que he visto en mi vida. No mediamos palabra. Estaba claro que ella no sabía hablar, pero de alguna forma me transmitió la primera clave de ese valioso Secreto que más tarde, mediante sucesivos mensajes suyos, lograría descifrar.

     Comenzó a hacer piruetas y bellos movimientos que parecían representar una especie de danza, mientras su cuerpecito expulsaba una aureola tras otra, cuyos contornos, de un rojo cada vez más intenso, provocaban ligeras ondas en el agua que desplazaban el azul hasta arrojarlo fuera de la pecera. No sé cómo termina el sueño, porque en ese momento me despertó mi madre para ir a la escuela; pero sí recuerdo que durante un tiempo continué pensando en el rojo y en el azul, hasta llegar a sospechar que de haber soñado aquello unos meses antes, me habría visto navegando un frío y espeso mar azul.

 

 

     Nina decidió abandonar su pecera el mismo día que yo cumplí los nueve años. Mi madre pasaba día y noche pendiente del bebé y mi padre dedicaba el escaso tiempo que compartía con su familia a ayudar a mamá y decirle tonterías a mi hermana.

     En pocas semanas me harté de la situación y comencé a portarme mal. Era la única manera de que me hicieran caso, al menos durante un rato, aunque fuese para reñirme e incluso recibir a veces un par de nalgadas. Cuando esto ocurría, el resultado era fenomenal: al oírme llorar, Nina se asustaba y lloraba también; mi padre se enfadaba y me amenazaba con pegarme más fuerte si no me callaba; como no paraba de llorar; me propinaba otro par de nalgadas, mientras yo estremecía las paredes con mis gritos; Nina me seguía; mi padre se enfurecía y gritaba más fuerte que nadie; nosotros nos asustábamos, chillábamos y llorábamos más aún... Así hasta el infinito. Aquello parecía una casa de locos. Hasta que mi madre se echaba a llorar. Entonces papá se calmaba un poco e intentaba consolarla. O se marchaba de casa, incapaz de soportarlo. Era tremendo.

     Aunque el odio a mis padres se acentuó en aquella época, nunca envidié a Nina ni ésta produjo en mí sentimiento negativo alguno. Ellos aseguraban que mi actitud se debía a los celos, se lo oí comentar una noche desde la cama, durante una de sus frecuentes discusiones. Mentira. Sólo sentía por mi hermana una inmensa ternura. Y también la convicción de que nos unía algo indefinible, muy especial, a pesar de haberme decepcionado en un principio su sexo y de haberme visto  obligado más tarde a admitir que los bebés no saben jugar y tardan mucho tiempo en crecer.

 

 

     Nina atravesó las nubecillas y se posó en la cima de la montaña más alta. Yo la seguí. No importaba que aún no supiera caminar: sabía volar. Esto no era difícil de creer, porque todos sabemos que cada niño es diferente, nace diferente, y por tanto no era de extrañar que Nina hubiera llegado a este mundo con un par de hermosas alas en sus costados. Lo que sí resultaba casi increíble es que de repente me hubiesen brotado a mí también. Creo que ella poseía poderes, como los magos. De otra manera no se explica, a no ser que se tratara de un sueño.

     El caso es que estábamos los dos sobre la cima de la montaña más alta del mundo -ahora mismo no recuerdo su nombre- sentados sobre la roca, descansando después de haber volado de montaña en montaña y de nube en nube hasta llegar allí.

     Le pregunté si estábamos soñando. Me aseguró que no, que todo aquello era real.

     -Cuando te duermas perderás tus alas y tendrás que ir al "cole" de nuevo. Pasarás el día entero aprendiendo números, letras, reglas y cuentos tontos que los adultos consideran muy importantes. Te dirán cómo has de vestir, cuánto debes comer, cuándo es hora de despertar y te darán un montón de órdenes  que deberás cumplir a rajatabla aunque no entiendas por qué están ahí, si no es para fastidiarte. Pero ese sueño es así. Nuestros padres no tienen la culpa. Eso sí, deberían luchar por cambiarlo, por hacerlo más parecido a la realidad...

     -¿Y no podríamos estar siempre despiertos?

     -No es posible. Hemos venido a la Tierra a soñar, a soñar un mundo real. Necesitamos acostumbrarnos, adaptarnos a él, sufrirlo y disfrutarlo en tanto permanezcamos aquí. La Tierra es una zona intermedia, un lugar de paso. Vamos del Agua hacia la Luz y de la Luz retornaremos nuevamente al Agua, tal vez en un planeta diferente.

     -¿Cómo podemos...?

     -En realidad es muy sencillo. Basta con dejarse flotar e ir poco a poco cambiando de color. Lo difícil es acostumbrarse a vivir encerrados en nuestra propia piel, a convivir con nuestro cuerpo. Intentamos que éste se encuentre lo más cómodo y saludable posible; pero a veces olvidamos quiénes somos y de qué estamos hechos...

     "Déjame, mamá, no quiero dormir", le dije a mi madre cuando me despertó esa mañana. Le hizo gracia y se echó a reír. Yo la imité después, ya un poco despabilado, pero sin saber a ciencia cierta cuál era mi sueño.

 

 

     Aunque todavía no sabía jugar, Nina me seguía por toda la casa. Tan sólo balbuceaba  algunas palabras y sin embargo ya pronunciaba correctamente mi nombre. Eso me hacía feliz. Alguien me necesitaba y se interesaba por  mí. Intenté convertirla en mi compañera de juegos, pero estos no parecían agradarle. Siempre terminaba desbaratándolo todo. Trataba de hacerle entender que eso no estaba bien y que así nunca seríamos amigos. Nina rompía a llorar. Entonces la cogía en brazos, me sentaba con ella en el borde de la cama y le contaba el sueño. Todavía con lágrimas en los ojos, sonreía y escuchaba con atención, como si comprendiera mi relato, un relato que nunca sabía cómo terminar. Al preguntarle a ella por el final, se ponía triste y le pedía a mamá  que la acostara.

     Mamá me reprendía. No quería que le contara cuentos a esas horas. Cada vez que lo hacía, a la niña le entraba sueño y acababan las dos de un humor insoportable, pues mi madre temía acostarla y que después no durmiera bien la noche.

     Pero lo que más me dolía era que la forzara a comer. Nina escupía la comida y mamá se ponía hecha una furia. Le gritaba, e incluso le pegaba a veces, cuando terminaban las dos histéricas. Yo padecí el mismo problema y conozco muy bien lo que se siente. En esos instantes, uno odia a su madre con todas sus fuerzas.

 

 

     Nuestras alas se habían reducido de tamaño hasta tal punto, que nos resultaba imposible alzar el vuelo. Todavía podíamos planear durante un rato si nos tirábamos desde una altura considerable; pero de manera tan inestable que decidimos no volver a hacerlo. Estábamos sentados sobre la hierba, en un hermoso valle tapizado de flores por Primavera.

     -Nina, ¿por qué desaparecen nuestras alas?

     -Cada vez paso más tiempo dormida. Me obligan a adaptarme precipitadamente, con excesiva rapidez. El sueño real me ata cada vez más a la Tierra. Pero eso no es lo que más me preocupa. Sé que es mi destino, nuestro destino. Lo que me inquieta de verdad es el temor a olvidar, a olvidar esta realidad, la realidad original. Como les ocurrió a nuestros padres. Como te sucedió a ti. En poco tiempo, quizá no recuerde yo tampoco de dónde vengo ni a dónde me dirijo. Debe ser muy triste olvidar quién es uno. Algunos hombres dedican toda su vida a descubrir su propia identidad; en realidad, a conocer lo que ya sabían, lo que siempre hubieran sabido de no haberlo olvidado.

     -¿Cómo puedes saber tú todo eso?

     -Está escrito en la sangre. Todos soñamos el mismo sueño, un sueño que se amplía y se debate en la Luz para luego transmitirse con cada nuevo nacimiento, aquí, en el Agua.

     -¿Cómo piensa la Luz?

     -El Pensamiento es Luz, pero no me hagas mucho caso. Cada día recuerdo menos cosas. Creo que muy pronto nos dormiremos para siempre y olvidaremos despertar. No obstante, algunas personas conservan durante su estancia en la Tierra un pedazo de realidad original y despiertan de vez en cuando. Dicen que duele mucho, pero a mí me gustaría poder hacerlo.

     -A mí también. ¿Podríamos despertar juntos de nuevo?

     -No lo sé...

     La estúpida melodía del despertador me durmió. Quiero decir, me despertó. Mis padres habían decidido que ya tenía edad para levantarme solo.

 

 

     Nina fue matriculada en preescolar en cuanto cumplió los tres años. Lloraba cuando la despertaban y más aún cuando la dejaban sola en el "Jardín de Infancia", entre un montón de desconocidos. Los profesores aseguraron a mi madre que se acostumbraría en seguida, pero tardó más de dos semanas. Cuando estaban a punto de liberarla de aquel horror, después de tensas discusiones nocturnas entre mis padres, una mañana se levantó tan tranquila y ni siquiera se despidió de mamá al entrar en  la guardería.

     Mientras tanto, yo había hecho nuevas amistades. Ya no me veía obligado a jugar únicamente con Sara. A mi hermana, he de reconocerlo,  le dedicaba menos tiempo cada día. Si en alguna ocasión jugaba con ella, era porque me aburría, porque no tenía con quien jugar o no sabía qué hacer. Me había convencido definitivamente de que jamás conseguiría hacer de ella una auténtica  compañera de juegos.

     Volví a relatarle nuestro sueño un par de veces, pero apenas me prestaba atención. Llegué a la conclusión de que no comprendía una palabra de lo que le estaba diciendo. Además, hacía bastante tiempo que no soñábamos juntos. Perdí todo interés por comunicarme con ella.

     La relación con mis padres mejoró mucho. Ya no necesitaba que me hicieran caso. Es más, prefería que no me prestaran ninguna atención. Caí en la cuenta de que si estudiaba lo suficiente para sacar buenas notas, comía lo que me ponían en el plato y me vestía según sus deseos, la convivencia se hacía soportable el resto del tiempo.

     En cambio, Nina se comportaba con ellos como un demonio. Y cada día, peor.

 

 

     Nuestras alas habían desaparecido por completo. A duras penas, movíamos nuestros cansados cuerpos sobre un terreno embarrado, bajo la escasa luz que se colaba al interior de la cueva a través de las fisuras del techo rocoso. Un sucio hilo de agua, a modo de pretendido río subterráneo, hundía su cauce en el suelo y se perdía en las tinieblas de la caverna.

     -¿Dónde estamos, Nina?

     -Creo que estoy preparada: ya pertenezco por completo a la Tierra.

     -Pero esto es muy feo. Yo prefería volar, volar libre bajo el Sol.

     -No se puede volar eternamente. Ya te dije que aquí estamos de paso. Debemos aceptar nuestro destino. Además, retrasarlo sólo serviría para sufrir más tiempo. Nosotros y ellos. Es mejor ceder y adaptarse lo más rápido posible. No podemos transformar a los adultos. Es mucho más sencillo que cambiemos nosotros.

     -¿Aunque perdamos nuestra realidad?

     Ellos la perdieron primero. Los niños les recordamos esa pérdida. Por eso no les agrada nuestro modo de ser. Ven en sus hijos el primero y el mayor de sus fracasos: la identidad y la inocencia que no supieron o no pudieron conservar.

     -Entonces... ¿No volveremos a despertar...?

     -Es mejor dormir...

 

 

     Mis padres me presentaron a un señor licenciado en sueños y realidades. Me dijeron que me ayudaría mucho hablar con él. Nunca pensé que necesitara ayuda, pero me hacía ilusión contarle a alguien el sueño o lo que fuera que Nina y yo compartíamos. Más aún tratándose de un experto, quizás supiera encontrarle un final. De modo que hablé con él, muchas veces, durante un largo tiempo.

     Últimamente he llegado a pensar que no se entera de nada. El último día me soltó una sarta de tonterías: que soy hijo único; que Nina no existe, que nunca existió; que ya está bien de fantasear, un hombre hecho y derecho como yo, con casi trece años...

     Es un capullo. Ya estoy harto de que me sermonee. No pienso verle de nuevo. Además, lo de Nina se terminó. Sé que no volveré a despertar... a soñar con ella. Creo que ahora sí hemos perdido el contacto, definitivamente. Como os dije al principio, se me ha perdido un sueño, un hermoso sueño...

     Habré de conformarme con verla cuando estemos despiertos, o dormidos, como ella decía. La verdad, cada día estoy más ocupado con mis cosas y le presto menos atención. Quizá sea cierto que me esté haciendo mayor. Por eso escribo ahora esta historia, porque temo olvidarla por completo cuando sea adulto y olvidar así el Secreto que encierra. Y también porque está bien contarle a los demás lo que uno sabe, si lo considera importante. Y sobre todo porque se me ha perdido un sueño, y esto puede que sea lo peor que le puede suceder a alguien. Al contároslo, tal vez podáis ayudarme a encontrarlo...

 

 

arcatora

 MARCHA ATRÁS

 

         Silverio Ronda no se volvió loco aquel lunes, pero su mirada perdida en el vacío presagiaba el inicio de un viaje hacia la irremisible destrucción de su cordura.

         De nada le sirvieron las huecas palabras de consuelo: “fue el destino, tú no tienes la culpa”; “qué le vamos a hacer, la vida continúa”; “tienes que reponerte, piensa en tu mujer y en tu hijo”...

         Se replegó durante días en un desesperante mutismo y también durante días su único alimento fueron las terribles escenas que poblaban su mente, día y noche, sin permitir siquiera que una hora de sueño aliviara su dolor.

           Como    en   un   “videoclip”   reproducido fotograma  a  fotograma  circulaba  una  y otra vez por su cabeza la película sin posibilidad de ser rebobinada. No había marcha atrás. Sin embargo ahí estaba la palanca de cambios en su mano, el inconfundible sonido de la marcha atrás, el autobús escolar que comienza a moverse en el patio del colegio, una cara enganchada por la rueda trasera, ésta que pasa irremisiblemente sobre la cabeza de un niño, los gritos de los compañeros que jugaban con él unos segundos antes, a la salida del colegio, el vuelco al corazón, la apresurada bajada del vehículo, la cabeza aplastada de un niño de cinco años, la misma edad del suyo, el pánico, la desesperación, las lágrimas y finalmente la mirada perdida en el vacío.

         A  punto  estuvo  de ser   procesado   por  un   delito  de   homicidio    involuntario,  pero  las peligrosas circunstancias en que la empresa de transportes realizaba la recogida de los escolares, denunciada con anterioridad a la tragedia por la Asociación de Padres del colegio, implicaba responsabilidades tanto de dicha empresa como de la propia Dirección de la escuela. Unas cuantas charlas exculpatorias y el tiempo, que siempre hace el resto, acabaron con la movilización ciudadana. Y una importante indemnización económica a la familia de la víctima zanjó el asunto y lo libró de la cárcel. Lo que no pudo evitar fue la retirada de su carnet de conducir por el periodo de un año.

         Al cabo de ese año y gracias a los efectos de los fármacos que consiguieron vencer su insomnio y reducir poco a poco la profunda depresión en que se hallaba, había logrado adquirir una mínima estabilidad emocional, la cual no le libraba de padecer las repetidas pesadillas con que se despertaba algunas noches bañado en un sudor frío, como de muerto. Cabezas aplastadas, deformadas, chorreando sangre bailaban en el aire a su alrededor. Cabezas tristes, cabezas furiosas, cabezas suplicantes, cabezas desternillándose de risa le rodeaban a él y a su familia en un rito macabro que siempre terminaba con la decapitación de su propio hijo a manos de un encapuchado verdugo medieval. En ese momento despertaba.

         A pesar de su notable recuperación, se había transformado en un hombre huraño que rehuía a conocidos y familiares y buscaba consuelo entre las cuatro paredes de su piso del barrio,  tímidamente  asomado  tras  los  visillos de una ventana o mirando más que viendo la televisión sin disfrutar siquiera con los partidos de fútbol, aquellos que poco tiempo atrás  le habían hecho vibrar en el sofá y celebrar a voz en grito  los goles y triunfos de su equipo favorito.

          Únicamente hablaba con su mujer, a la que miraba de forma escurridiza. No habían vuelto a hacer el amor desde entonces. Su rostro tan sólo parecía iluminarse en los raros momentos que dedicaba a jugar con su hijo. Su siquiatra le recomendó que comenzara a trabajar. Necesitaba entretenerse en algo. El tiempo haría el resto.

         Silverio Ronda no sabía hacer otra cosa en este mundo más que conducir. Había conducido casi de todo: andadores, triciclos, bicicletas, carritos de helado, motos, automóviles, camiones, autobuses,  excavadoras  e  incluso  un  tanque  de guerra porque había prestado el servicio militar en un destacamento motorizado. Y jamás había sufrido un percance, ni siquiera un rasguño en la pintura de alguno de sus vehículos.

         Los motores se habían convertido hacía tiempo en la segunda pasión de su vida. La primera había sido el fútbol. Hasta el momento del fatal accidente siempre había pensado que era un tipo con estrella, que alguien velaba por él en alguna parte, pues resultaba casi milagroso -“según están las carreteras hoy en día”- mantenerse alejado de las compañías de seguros, más aún considerando que había ejercido como profesional del volante durante los últimos quince años.

         A sus treinta y cinco, Silverio Ronda estaba en edad de conseguir un nuevo empleo; pero no se sentía con fuerzas para cambiar de profesión, ni tampoco para soportar los abusos de un nuevo empresario, en el supuesto caso de que alguno le ofreciera trabajo en sus actuales circunstancias. Por otro lado, la sola contemplación de un autobús le producía ansiedad y despertaba su remordimiento. Al final decidió hipotecar su piso del barrio y comprarse un flamante camión con apenas dos años de uso. Se dedicaría al transporte de mercancías por cuenta propia.

         La recomendación del siquiatra surtió efecto y le permitió, unos meses después de comenzar a trabajar, reducir a mínimos el consumo de fármacos y reconciliarse con el sueño tras una agotadora jornada al volante. El negocio además funcionaba bien, lo cual le animó a renovar su crédito   hipotecario   para   comprarse   una   casa afincada en las afueras. Al lado hizo construir un cobertizo donde proteger a su flamante camión de la intemperie, fosa incluida para realizar allí pequeños trabajos de mantenimiento mecánico.

         Había logrado la suficiente paz consigo mismo como para recuperar la autoestima y mirar a los demás nuevamente a los ojos, incluso había renovado las relaciones sexuales con su esposa; pero no había podido deshacerse de aquella maldita pesadilla que lo despertaba todos los martes de madrugada bañado en un sudor frío, como de muerto. Una y otra vez las cabezas bailando a su alrededor, el encapuchado verdugo medieval y la cabeza de su hijo rodando en el patíbulo tras ser decapitado.

         El día que Silverio Ronda se volvió loco, no tenía  nada  de  especial.  Ni  luna llena ni cometas milenarios surcando su pedazo de cielo ni conjunciones astrales estratégicas, noticias a las que se había aficionado últimamente tras sucesivas visitas a magos y pitonisas de la comarca con la intención de descifrar el significado de aquella maldita pesadilla.

         El día que Silverio Ronda se volvió loco era otro lunes de pesadilla nocturna, un día normal y corriente para él. No así para su hijo, pues esa tarde había librado el colegio debido a una ligera afección intestinal.

         Serían las tres de la tarde cuando Silverio Ronda llegó a casa en su camión con la intención de comer. Aún le quedaban  por realizar un par de portes para un supermercado del centro de la ciudad. Los almacenes estaban situados en las afueras, a tan  sólo  ocho kilómetros, de modo que posiblemente terminaría la jornada laboral a tiempo de ver comenzar el partido. Jugaba la selección, que decidía en ese encuentro su paso a la semifinal de la Copa de Europa. Pensaba en esto y en la maldita pesadilla que se le avecinaba un día más y en si merecía la pena o no aparcar su camión en el cobertizo, pues aunque llovía copiosamente no iba a tardar en sacarlo de nuevo. Al final decidió que para algo lo había hecho construir y se dispuso a meterlo. Introdujo la marcha atrás y pasó las ruedas a un lado y otro de la fosa, pero antes de terminar la maniobra notó que una de las ruedas traseras había pasado por encima de algo, quizás una herramienta o tal vez el balón con que su hijo acostumbraba jugar en el garaje los días de lluvia que no tenía clase.

 

         Al llegar  la  esposa   de  Silverio  Ronda  al cobertizo con otro paraguas de refuerzo, lo primero que vio fue una mancha fresca y sonrosada orillada a la fosa. Gritó el nombre de su hijo, pero al no obtener respuesta se tiró bajo el vehículo. Allí estaba, en el fondo de la fosa, con la cabeza reventada. Un poco más allá aún se movía el balón que había bajado a recoger.

         A su marido lo encontró poco después, sentado en el suelo al otro lado de la cochera, con la espalda apoyada en la pared metálica y su mirada perdida nuevamente en el vacío.

         El tiempo hizo el resto. Silverio Ronda no regresó jamás. Se perdió para siempre entre los pliegues de su masa encefálica, en algún laberinto de imposible salida. Tan sólo unas palabras, unas pocas y repetidas palabras  lo  comunicaban con el mundo. Acercando el oído, se le oía susurrar de vez en cuando: “el verdugo era yo...”

 

 

arcatora

 NOCHE DE PERROS

 

          

 

Ladran los perros

          y la noche es más cierta.

         Por fin tendremos todos

         una verdadera noche de perros.

 

 

            - Le aseguro que Dinga pasó toda esa noche conmigo, señor comisario. A Javi le gustaba escribir. El tío tenía imaginación. Eso que dejó escrito no es una carta, sinó un montón de tonterías. Estaba emparanoiado con los perros... Pobre Javi. A ver si atrapan ustedes a ese cabrón. En eso sí tenía razón. A este paso nos va a devorar a todos.

            - Bien, bien, puede irse; pero no salga de la ciudad. Podemos necesitarle de nuevo.

            Pedro salió de la comisaría y se dirigió a casa en compañía de su perra. De camino le susurró a ésta al oído: “Oye, Dinga, ¿se puede saber cómo cojones te las arreglaste para abrir la puerta de la calle la otra noche...? Un día me vas a meter en un mal rollo. ¡¿Es que no se te puede dejar sola?!”

            Dinga  emitió un lastimoso lamento y Pedro la acarició con ternura para consolarla.

            Mientras tanto, el comisario releía la carta o el relato o lo que fuera que Javi había terminado de escribir minutos antes de morir, escrito que posiblemente terminaría arrojando a la papelera, pues le comprometía y fastidiaba doblemente: como policía y como dueño de tres hermosos canes.

            “Esta noche no he oído sus ladridos... Por primera vez en mucho tiempo camino sin mirar al suelo, sin calcular paso a paso el lugar donde  debo posar mis pies, a

pesar de encontrarme en el monte recorriendo un camino irregular iluminado fugazmente por una luna llena brillante como una premonición.

            La vida en la ciudad no sólo se ha hecho insoportable sino en exceso peligrosa. Desapare más gente cada día. Ningún policía se compromete activamente en la investigación, pues uno a uno los implicados en el caso son destrozados de manera salvaje, a mordiscos de alguna especie de depredador feroz. Esto es lo que anuncia la prensa casi a diario desde hace algunos meses, los suficientes para atemorizar al agente más arriesgado. De modo que muy poco se ha avanzado en la identificación del misterioso y sanguinario animal.

            Al margen de esta versión oficial, circula otra todavía más alarmante, filtrada desde reservadas estancias hospitalarias, que asegura la existencia no de uno sino de un número indeterminado de carnívoros asesinos, hecho al parecer detectado durante las autopsias realizadas a las víctimas, autopsias sometidas a rigurosos controles policiales y mantenidas luego bajo secreto sumarial, supuestamente para no sembrar el pánico entre los ciudadanos: un único animal siempre parecerá menos peligroso.

            La cabaña ya no queda muy lejos, pero un par de horas andando con cerca de veinte quilos a la espalda agotan a cualquiera. En un pequeño claro del bosque me libero de la mochila y me siento a la orilla del sendero.

 

            Por encima de robles y abedules me sorprende una estrellada noche de abril. La luna me observa indiferente mientras le confío mis vivencias más inmediatas, vicisitudes de novela  negra, increíbles bajo otras  luces, las poderosas

luces de neón que esculpen en nuestra mente una realidad tan despiadada como irrenunciable. Pedro no me creyó. No quiso creerme. Cuántas veces le había hablado de ello; la última con el más penoso desenlace. Cuántas veces le había comunicado mis sospechas, al principio casi infundadas, puros presentimientos que comenzaron a adquirir consistencia cuando decidí recopilar diariamente sucesos, comentarios y breves noticias de prensa que suelen pasar desapercibidas a la mayoría de los lectores...

 

           

 

            ...Nuestras recomendaciones sobre natalidad y exterminio  han sido desoídas. Las últimas estadísticas arrojan unas cifras tan reveladoras como preocupantes: La población canina se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años. Cada hogar posee una media de tres perros, superior en la mayoría de los casos al número de personas que lo habitan. Nuestra ciudad alberga un número superior de perros al de seres humanos. El plan de limpieza para la ciudad ha resultado insuficiente. Las aceras y los parques se han convertido en verdaderos estercoleros donde la mayor parte del día resulta imposible caminar sin pisar escrementos de perro. El olor se hace día a día más nauseabundo. Los animales acompañan a sus dueños a todas partes. Los establecimientos públicos se cubren literalmente   de  escrementos  sin   que   sus propietarios puedan evitarlo. Quienes se atreven a prohibir la entrada a

los canes se ven obligados a claudicar rápidamente para no cerrar su negocio, presionados por el boicoteo de la clientela.

            El intento de paliar el problema mediante la creación de urinarios específicos fracasó debido a su incapacidad para controlar los esfínteres. Incapacidad o negativa, nadie lo sabe con certeza a pesar de múltiples estudios realizados por prestigiosos investigadores. No logran explicarse tal degeneración, al menos a nivel biológico. Unos hablan de neurosis urbana, otros de condicionantes educativos y algunos arguyen complejos procesos neuronales, derivados de la contaminación del medio ambiente y la alimentación sintética que se les proporciona.

            Lo cierto es que los buenos tiempos en que nuestro fiel amigo esperaba que lo lleváramos al parque para hacer sus necesidades, son hoy por desgracia sólo un bello recuerdo...”

            -¡A tomar por culo, mamones...! - Pedro apagó el televisor-. Están empeñados en enviaros a todos a la cámara de gas, pero les va a costar un huevo. No te preocupes, Dinga, no se librarán de vosotros tan fácilmente. Que aumenten el presupuesto de limpieza. Con tanto parado y lo único que se les ocurre para solucionar el problema de la mierda es incitar a la gente a exterminar a sus amigos. Que les den trabajo a los parados. Hay trabajo para todos. Gracias a la mierda de perro podrían acabar con el paro. ¡Sería un acontecimiento histórico...! Pero no, es mejor cargarse a los pobres chuchos.

 

            Pedro miró compasivamente a Dinga, que se encontraba echada a su lado en el sofá. Ella respondió con

un mimoso lloriqueo, a la vez que ocultaba su cabeza bajo las patas delanteras.

            -No se puede encender la tele sin que aparezca algún cabrón sin escrúpulos hiriendo vuestra sensibilidad. ¡Estoy hasta los huevos...! Venga, vamos a dar un paseo, Dinga, necesitas distraerte un poco.

            Dinga saltó a la alfombra, meneó su cola con entusiasmo y corrió veloz hacia la puerta. Mientras Pedro se vestía la cazadora, el animal arqueó su lomo y defecó en el recibidor. Su amo agitó una amenazadora mano y después sonrió meneando la cabeza.

            -Bueno, lo limpiaremos luego. ¡Vamos, Dinga!

            Mediodía de un sábado primaveral. Pedro recorre con Dinga la avenida, sorteando escrementos y orines de perro, camino del Parque Central, amplia zona verde con espacio suficiente para que los animales retocen e incluso puedan refrescarse con un buen chapuzón en el enorme lago artificial que contiene, creado expresamente para ellos en cumplimiento de la promesa electoral de un alcalde ya olvidado tras su osadía de prohibir a cambio, poco después de inaugurar el lago, el baño de los canes en las piscinas públicas.

            La compañía de limpieza realiza su trabajo de madrugada. A las doce todavía se puede caminar sin ensuciarse los zapatos si se presta un mínimo de atención a la calzada.

            Tiene una cita conmigo, en el lugar de siempre, donde nos reunimos todos los sábados por la mañana para compartir    unas    horas   de   charla   mientras    nuestros corretean libres por la hierba y hacen el amor cuando Dinga está en celo. Somos amigos desde el momento en

que nuestros perros se conocieron y empezaron a amarse.

            Tras las inevitables paradas para permitir diferentes saludos y husmeos genitales de Dinga con sus congéneres, llegan por fin al Parque.

            Arrimados al cierre de alambre de una pequeña charca, una joven pareja muestra los patos a sus perritos, dos pequeños y engalanados caniches que sostienen en sus brazos. Los dos jóvenes, parecen recién casados, se miran con cariño y disfrutan del goce de sus pequeños, que ladran y menean la colita alegremente.

            Un anciano jadea al otro lado de la charca, medio arrastrado por un bello ejemplar de  alsaciano que ha olfateado una hembra que no es de su agrado. Por fin el hombre suelta la correa y se sienta en el extremo de un banco, casi sin aliento. A su lado una señora de mediana edad termina de dar el biberón a un cachorro de gran danés. El perrito eructa feliz. La señora lo posa en el suelo y extrae de su bolso un bonito hueso de latex de variados colores. El chucho rueda por el campo mientras persigue y mordisquea su juguete ante las enternecidas miradas de su dueña y del viejo, que dividen su atención entre el cachorro y el alsaciano apareado con una perra de dudosa ascendencia. De vez en cuando se miran de reojo y sonríen con cierta complicidad.

            Desde otro banco, un poco más próximo al lago, le hago señas a Pedro con la mano.

            -¿Qué pasa, colega? -me saluda Pedro lanzando una mirada interrogativa a su alrededor-. ¿Donde está Silbo?

            -Luego te explico... ¿Cómo te va? Oye, ¿sabes a quién encontré la otra noche en el caniclub de Roy?

            -¿A quién?... Tío, ¿por qué no has traído a Silbo? -insiste Pedro tras inspeccionar con la mirada las proximidades. Al fin se sienta y suelta a Dinga.

            -Luego te explico... A Rosa. Me dijo que habíais terminado. ¿Por qué no me lo contaste?

            -De eso hace casi dos meses.

            -Pero entonces tampoco me dijiste nada. Siempre nos hemos confiado nuestros problemas...

            -Bueno, tío, hay cosas que es mejor no removerlas para que no huelan. Ella me dejó y punto.

            -Y no te imaginas por qué, claro.

            -¡Y yo qué sé...! Se cansaría de mí; encontraría otro que le gusta más...¡qué huevos sé yo, Javi; a mí no me lo explicó...!

            -Pues yo sí lo sé... Rosa te dejó por la perra.

            -¡Ya estás tú con tu jodido apocalipsis perruno!... Ella quería mucho a Dinga, se llevaban muy bien.

            -No me has entendido, Pedro. Te dejó porque no le gustabais a Tano, a su mastín. Ni Dinga ni tú le caíais bien. Tú mismo me contaste que se ponía histérico en cuanto os veía aparecer. Que no podías arrimarte a Rosa en su presencia porque se moría de celos. Ella se lo tomaba a broma, pero a ti te preocupaba... ¿es que ya no te acuerdas?

            -¡Sí, joder...! Supongo que Rosa no quería follar conmigo y lo usaba de escudo. De ahí a decir que Tano decidió... ¡qué mente más retorcida tienes, colega!

            -¡Ya! Y es pura casualidad que ahora haya ligado con el dueño de una imponente mastín  que  trae de cabeza a Tano. ¿No lo sabías?

            -No, no he vuelto a verla desde que rompimos... Joder, tío, no empieces tú como los de la tele... - Pedro me habló del informativo sobre los perros que acababa de ver. Cuando hubo terminado extraje del bolsillo de mi camisa los recortes de periódico que había seleccionado durante esa última semana.

            -Toma, lee, es suficiente con los titulares.

            “Chigrero muerto a tiros por impedir que el perro de un cliente se subiera a la barra.”

            “Doberman amputa de un mordisco tres dedos a su amo.”

            “Niño muere desangrado al morderle su perro la yugular.”

            “Pánico en el supermercado: dos bulldog asaltan la carnicería.”

            “Mata a su perro y después se suicida.”

            -Toma, tío, ya tengo bastante. ¿Se puede saber para qué haces esto? Tú estás mal, colega.

            -Puede ser; pero es rara la semana que no recojo al menos una docena de casos. Y cada vez son más espeluznantes.

            -¿Por qué no coleccionas los crímenes cometidos por nuestros vecinos? Seguro que llenarías un buen saco todas las semanas. Es lógico que sucedan este tipo de cosas. Nosotros somos muchos y ellos también. ¡Apenas si cabemos aquí, joder, ¿cómo no va a ocurrir de todo?!

            -Piensa lo que quieras. Yo te lo he advertido. La calle se está poniendo fea, además de sucia. Está desapareciendo mucha gente...

 

            Ahí viene Dinga. Verás, basta con mirarles fijamente a los ojos mientras hablas de ellos. Es como si te

entendieran, como si comprendieran lo que les dices.

            ¡Mírame, Dinga!... Sucia perra -Dinga miró a Javi a los ojos y comenzo a gruñir-, ¿verdad que sois todos unos malditos asesinos, unos conspiradores preparando el relevo del poder en esta jungla de asfalto?...

            -¡Tranquila, Dinga! -ordenó Pedro ante la evidente y peligrosa excitación de la perra. La esbelta pastor alemán cesó de ladrar, dio media vuelta y se alejó un poco.

            -¿La has visto? -le pregunté.

            -Todos los perros se mosquean si los miras así.

            -¿Incluso el propio?... Envié a Silbo ayer a la cámara de gas porque ni siquiera podíamos mirarnos. Creo que comenzaba a odiarme ferozmente. Sentí miedo y llamé desde el trabajo al servicio de exterminio. Cuando los recibí en casa se puso como loco. Si no le echan el lazo a tiempo, me devora...

            -¡¿Cómo pudiste hacer eso...?! Realmente estás loco, tío, estás para encerrar.

            -No me resultó fácil; pero si no lo hubiera hecho quizás ahora no estaría aquí. O habría desaparecido un día de estos, como tantas otras personas... ¡No me jodas, Pedro, lees los periódicos, ves la tele, ¿no quieres saber lo que está ocurriendo?!... Hadme caso, deshazte de ese maldito animal...

            -¡Los perros son perros, sólo eso; siempre han sido perros y siempre lo serán!... Lo que pretenden es quitarnos al único amigo que nos queda, acabar con nuestra última posiblidad de hallar afecto en este puto mundo... Mira, Javi, ya  me  estás  jodiendo con este rollo... ¡te han lavado el cerebro, tío!

            -Olvidas que yo también soy tu amigo, Pedro...

            -Un amigo no hace lo que tú has hecho, tío. Dinga y Silbo se conocen desde la adolescencia. Han vivido juntos muchas horas felices. Se esperaban, se deseaban, sentían juntos. Tú has destruido todo eso. Si no querías a Silbo, podías habérmelo pasado. Yo lo hubiera adoptado con gusto. Mi apartamento no es muy grande, pero todavía cabe otro perro. No tenías necesidad de hacer algo así. Desde ahora, para mí no eres más que un loco, un loco asesino de perros. ¡A tomar por culo!... ¡Vamos, Dinga!...

            Acababa de perder al único amigo que tenía. Quizá no debí sacrificar a Silbo... O tal vez había llegado el momento de emprender una nueva vida, en soledad, lejos de toda aquella asquerosa mierda de perro. Libre de los ladridos nocturnos que velan nuestro sueño, o que controlan nuestros sueños, ¿quién puede saberlo?

            La Naturaleza sería mi compañera. Una compañera limpia y silenciosa. Fue un acierto desarrollar aquel curso de supervivencia. Y también comprar la cabaña. Ahora será mi salvación. He pasado allí muy buenos ratos. Siempre acompañado, es cierto, pero de un tiempo acá sólo por Silbo. Ni siquiera Pedro se anima últimamente a ir. Dinga prefiere la ciudad.

            Ya no necesitaba de ningún perro que me lamiera la mano y me proporcionara seguridad. Le daría a Pedro una última oportunidad de venirse conmigo, si era capaz de abandonar a Dinga. Con él sería más sencillo adaptarse al cambio. Procuraría convencerle. Y si no lo conseguía aprendería a estar solo.

 

            Esa misma noche emprendí la marcha, esta marcha. Cargo con la mochila nuevamente y continúo mi camino. Tras haber telefoneado a Pedro varias veces durante la tarde, sin lograr comunicarme con él, decidí buscarle por toda la ciudad antes de iniciar mi viaje. Registré cada rincón habitual y cada uno de los bares que frecuentábamos, locales provistos de reservado para perros y música ultrasónica.

            Pregunté a conocidos comunes, pero nadie sabía de él ni de Dinga. Acudí finalmente a su casa. Al acercarme a la puerta percibí un desagradable olor a excrementos. Tras insistir con el timbre durante unos minutos, llegó a mis oídos el inconfundible gruñido de la perra. No escuché nada más. Traté de calmarla, pero sólo conseguí que su furia aumentase. Comenzó a ladrar como una condenada y se avalanzó contra la puerta una y otra vez. Temí que fuera a derribarla en cualquier instante, de modo que abandoné el lugar a toda prisa y no me detuve hasta encerrarme en mi apartamento.

            Intenté denunciar la desaparición de Pedro a la policía, pero las líneas estaban saturadas. Cuando al fin pude hacerlo, después de un tiempo que dediqué a preparar mi equipaje y meter en la mochila todos los víveres que encontré, me comunicaron que no podían atender supuestas emergencias, pues sólo disponían de tiempo y personal suficiente para intervenir en casos comprobados.

            Pedro ha desaparecido, estoy seguro. Escribo esto en la cabaña, mientras observo la luna llena a través de la ventana, brillante como una premonición... Por primera vez en mucho tiempo, esta noche no he oído sus ladridos.

 

            Las primeras luces del alba compiten en silencio con la penumbra lunar. Oigo un rumor a lo lejos que parece acercarse con rapidez. Intento descifrar el sonido, separarlo del producido por el crepitar de la leña en la chimenea...

            ¡¡Son ladridos. Están aquí. Puedo distinguirlos a través del cristal. Diez o doce. Dinga viene en cabeza...!! ”

 

 

arcatora

ENSAYO CREPUSCULAR

 

            De tanto golpear esta tierra, parece que me ha ido abandonando. Los viejos cimientos asoman ya en algunas zonas bajo esta luz mortecina que apenas ilumina mis manos cansadas, cansadas de aferrarse a un sueño desnudo. Mas sólo aquí recobran su vigor y mi esperanza, al compás de la azada.

            Vale la pena vivir esta agonía con tal de ver una vez más germinar las semillas, asomarse tímidos los brotes, levantarse los tallos y aparecer finalmente las flores. Cuando flaquean mis fuerzas y mi alma desfallece de dolor y ausencia, pienso en ellas: su color, su fragancia, su belleza… Mis arrugas se estiran en un sublime acorde y canto, canto a gritos la canción del trabajo.

            Trabajo, primavera, semilla, flor. Qué gratos recuerdos conservo del abuelo, de aquello que me enseñó a escondidas. Y qué alentador es recordar su voz, su rostro, su mirada inquieta. Gracias a ello soporto mi memoria y me dejo arrastrar por su delirio en las noches de duda y desamor, cuando la muerte acecha en la esquina de la casa vacía y el viento aúlla canciones al silencio.

            Mi vida, lo que queda de ella, es puro anhelo. Mi fuerza, la esperanza. Esperar una nueva primavera. Anhelar que ellas nazcan de nuevo. Algunas no lo logran. Hay tan poca luz aquí abajo que apenas escapan a la noche. ¿Cómo podría ser de otra manera si vivo entre tinieblas?

            ¿Qué es esto? ¿Habré tocado fondo? ¿Me habrá la tierra abandonado al fin a la soledad de mi destino?... Sin embargo, este sonido metálico…No, no es hormigón… ¡Por todos los muertos, si es un cofre! ¿Qué extraño tesoro anidó quizá siglos bajo mi jardín? ¿Acaso será él abono de mis plantas? ¿O espía de mis locas pasiones terrenales, de mi marginal y rebelde gusto por la vida?

            Abrámoslo pues y salgamos de dudas… ¡No puede ser! ¡Un libro! ¡Como aquel que ocultaba el abuelo en su baúl!... Al final cumplieron aliviados su deseo de enterrarlo con él. No me importó porque ya me lo sabía de memoria.

            Nadie le comprendía. Siempre gritándole al pobre viejo: ¡Deja en paz al niño! ¡No nos crees problemas! ¡Bastante desgracia supone tenerlo!... Pero él se hacía el sordo. Siempre encontrábamos algún nuevo rincón donde no nos sorprendieran mientras me lo leía o me contaba historias de otros mundos.

            “Resultaría complejo analizar las causas por las que el hombre se está acercando al final del milenio despojado de un mínimo compromiso -ético o estético- con planteamientos históricos –más o menos utópicos pero que fueron pilares ideológicos en su momento- referentes al Amor en las relaciones humanas…” Todavía lo conservo intacto en mi memoria: son tan pocas las cosas que la pueblan. Con él me enseñó a leer. Lo guardaba como su más preciada joya. Tan sólo lo sacaba del baúl para mí. O en alguna celebración especial, como el “Gran Día de la Cultura Quemada” o el de “La Sagrada Abolición del Nacimiento”. Entonces lo abría por una página cualquiera y lo tendía en el suelo, frente a él. Así pasaba muchas horas meditando. Un líquido brotaba a veces de sus ojos cansados y enturbiaba su cálida mirada. Yo le observaba, entre sorprendido y asustado. Una vez le pregunté qué era aquello.

            -Son ríos de vida. Hubo un tiempo en que los hombres lloraban y la tierra era fértil regada por sus lágrimas. Los frutos eran sabrosos y abundantes, pues ella les pagaba tributo a cambio de su amor y su trabajo. Cuando los hombres dejaron de amar y trabajar, cesó su llanto. Entonces la tierra se secó y la vida se convirtió en el eco de su vanidad y de sus miedos, estériles sombras que adoran a la muerte. Renunciaron a la tristeza y al dolor. Sin referencia alguna, pronto perdieron el sentido del placer y la alegría. Sin horizontes para sí mismo, el hombre se refugió en la creación de máquinas cada vez más perfectas, que vivieran por él…

            -Abuelo, enséñame a llorar.

            -Algún día, cuando comprendas todo, las lágrimas brotarán por sí solas. No se enseña a llorar: se llora simplemente.

            Como de una ubre mamé de sus palabras. Con qué fuerza las sentía penetrar en los oscuros recovecos de mi mente, iluminando poco a poco mi ignorancia. Recuerdo especialmente -cómo podría olvidarlo- la última conversación con él, poco antes de morir. Me miró fijamente a los ojos; pero su mirada iba más lejos, como si me traspasara.

            -Eres el último eslabón del hombre con la tierra. Después de ti no quedarán más que androides metálicos condenados a vagar eternamente sobre las heces de sus dioses. Sufrirás más aún de lo que yo he sufrido, porque estarás solo para hacerlo; pero si vives en armonía con la tierra, ella será tu bálsamo antes de ser tu sepultura. Toma estas semillas y siémbralas en primavera. En el sótano hallarás un rincón con tierra bajo las placas que forman el suelo. Es buena, no está contaminada. Tus semillas crecerán y darán bellas flores que a su vez te ofrecerán simiente para las próximas.

            El libro me lo llevo. Tú lo tienes grabado en tu memoria y no lo necesitas. Para mí será un fiel compañero en este viaje final. Me dará calor cuando la sangre deje de recorrer mis venas. Y el valor suficiente para desprenderme de mi cuerpo y remontarme a las estrellas. Apagaré una cada noche con mis lágrimas, derramadas por ti para mitigar tus penas. Tú, a cambio, redimirás la culpa de los hombres ofreciendo a la tierra el trabajo de tus manos y el amor de tus sueños.

            Y ahora vete. La muerte acecha y he de reconciliarme con ella. No la temo, mas siempre ha sido mi enemiga.

            No comprendí del todo sus palabras, pero salí del cuarto con aquellas bolitas en la mano y la certeza de que formaban parte de mi propio ser. Ya entonces intuí que un universo diminuto anidaba en ellas y me pertenecía.

            Ahora poseo también un libro, como él… ¿De qué tratará éste? Es mucho más pequeño, pero quizá cuente cosas tan interesantes como aquél. Curioso título: “Poesía Crepuscular. Ensayo musical del Magister Ludi David Knecht para una posible incorporación del mismo al muy docto y muy sacro Juego de los Abalorios. Año 2407 de la Era General Cristiana. En el 9º Año Nuriano  del Advenimiento del Tercer Reino del Espíritu.”

 

 

SUEÑA

Cansado de morir, tan sólo muere

Cansado de soñar, tan sólo sueña

Sueña que morir ya no es su vida

Y que al compás de un reloj

En su monótono viaje circular

Sus días ya no giran

Sueña que el mundo es algo más

Que una tumba de asfalto y hormigón

Donde potentes luces de colores

Anuncian en la noche placeres numerados

A cambio de sordas frustraciones

Sueña que el hombre ya no es el eslabón

Perdido de la cadena existencial

Que ya no sufre de sí mismo

Ni repudia sus sentidos

Que ya no sacrifica su vida y su deidad

En aras de un mecánico destino

Trazado por esbirros de la diosa Cracia

En noches de oscura soledad

Después que las luces de la razón

Se disiparan en la locura Tecno

Sueña que soñando ilumina un mundo nuevo

En un firmamento sin estrellas

Sueña, al fin, porque soñar es necesario

Y soñando, quizá un día la vida sea sueño.

 

DESPIERTA, HOMBRE

 

Despierta, hombre

Porque el sol se desvanece

Bajo la larga noche

Que cubre ya riberas y sabanas

Los dioses de barro

Construyen ahora sus tronos

Sobre nidos de paja electrolítica

Y las sirenas cantan en un mar espérmico

Entre aromas de celuloide rancio

Y olas de polvo radiactivo

Disfrazadas de dama de la noche

Levanta tu cabeza y míralos

Quizá logres ver en sus ojos

El sentido del tiempo

Marcado por agujas de miseria

Quizá puedas sentir su fría sombra

Ocultándote el sol

Dirigiendo tus pasos sin camino

Tu destino ya escrito

Rompe los silencios

Rasga la densa niebla

Que arropa tu existencia

Empuña la antorcha de tu ancestro

Y desencaja con un grito tus mandíbulas

Borra de tu faz esa estúpida sonrisa de payaso

Tras ella sólo escondes ansiedad y tristeza

Y miedo a volar libre

Sin alas de metal

Sin brújula ni guía que señale tu sino.

 

YA

 

Ya hombre es sinónimo de isla

Pero no de isla fértil

Que la lluvia hace florecer y el amor puebla

Sino de isla desierta y estéril como piedra

Sobrevolada por fantasmas que navegaron

Como eclipses sobre sus arboledas

Sólo la noche tiene por compañera

Sólo el rumor de metálicas alas

Rasga el silencio de su manto de niebla

Ya no hay valor ni esencia

Ni principios ni metas

Sólo la soledad ocupa aquellos huecos

Que dejara vacantes una nueva cultura

Sólo el vértigo queda a su paso

Devastador e inexorable

El vértigo de su aceleración

Y el vacío creado en ese espacio

Un vacío abismal que se nutre de almas

Y vomita sus sombras

Ya todo es irreal

Inasible a las manos sedientas

Flotando en el vacío sin ida ni retorno

Roto el cordón umbilical

Que nos unía a la tierra

Tan solo cabe esperar

La explosión que nos transforme en supernova

Estrella que aglutine e irradie nuestros sueños

Ahora dispersos vanamente por el Cosmos.

 

DESOLACIÓN

 

Navegando entre fríos sueños

Me perdí en la noche futura

Contemplé horrorizado

La evolución de las Máquinas Sagradas

Vi la sangre creadora

Recorrer laberintos de silicio

Fría como su acero

La mirada de las máquinas

Se posaba recelosa sobre los ahora siervos

Que primero les dieron la existencia

Conocedoras de su odio

Muy pronto su perfección y autonomía

Les permitiría prescindir de ellos

Del aire, de la Vida…

 

 

            ¡Por todos los muertos…! De modo que así fue como ocurrió… ¡¿Cómo es posible que nadie le escuchara...?! Seguramente nunca consiguió introducirlo en ese Juego. Quizá ya en aquel tiempo controlaban la educación y manipulaban las mentes de la gente para adaptarlas al Sistema. Es posible que siempre hayan instruido al hombre para ser útil y leal a los Gobernantes. Tal vez siempre hayamos caminado a ciegas, de la mano de algún guía interesado, y tan sólo unos pocos hayan sido capaces de percibir la luz de otro horizonte, como el Magister, como mi abuelo, como yo quizá…

            Aunque lucharan por salir de la oscuridad, habrían sido incapaces de iluminar el camino de otros. Serían apenas un puntito de luz, pálido y diminuto, invisible casi entre los potentes focos multicolores de la diosa Cracia.

            Ahora lo veo claro: se convencieron unos a otros de transformar en viva la materia muerta. Lentamente fueron llenando sus vidas de muertos que hablaban, reían, lloraban, trabajaban y en definitiva vivían en su lugar, hasta llegar a suplantarles por completo. Se adaptaron de tal manera a convivir con la muerte, que sin darse cuenta se les hizo indispensable. Terminaron por amarla más que a sus propias vidas.

            Y heme aquí, resultado final de tal aberración, último eslabón del que fue un día dios de su universo y mañana será la simple huella de quien cambió su vida de mortal por una eterna muerte en sepulcro de cibernético acero.

            Esta será mi última siembra. No han de apagarse más estrellas en el cielo por mí ni he de seguir sufriendo por una culpa que jamás podrá ser redimida. Me entregaré a la tierra, seré yo la semilla, aquí, en la misma tumba del Magister. Puede ser que florezca otra especie de hombre regado por mis lágrimas… ¡Por todos los muertos, era cierto, estoy llorando…!!

 

arcatora

MARINADA

 

            A ese mar, a veces cuna, a veces sepulcro, portador de latidos y estertores que navegan sus olas regidos por los dioses de algún sueño lunar.

 

 

            Tendido sobre la roca, escucho el rumor de las olas contra su costado y dejo crecer en mí la melancolía al compás de su incesante canto. Adormecido, siento penetrar a través de mi piel el calor y la brisa salobre de esta tarde de agosto. El sol se mece ya en el manto marino y pinta destellos ardientes sobre el fondo plata. Al evocar su caída, una sombra vela mi rostro y me arrastra al recuerdo, a un pasado que ahora se me hace cercano, pero que durante un tiempo me pareció un futuro insondable, bajo el influjo de esa edad que te impone crecer y explorar universos a una velocidad vertiginosa.

            En las tenebrosas noches de invierno, cuando el viento arrojaba espumarajos de mar sobre el cristal de las ventanas y aullaba enloquecido como queriendo penetrar en mi cuarto, me cubría por completo bajo las mantas buscando protección. Imaginaba esa espuma navegando la cresta de enormes olas saltando el espigón, traspasando como húmedos fantasmas las barreras de los hombres. Y recordaba nuevamente a mi madre llorando bajo la densa lluvia, con la mirada perdida en la bocana del puerto, esperando con otras mujeres a unos maridos que jamás regresaron.

            Mi padre era grande y fuerte como un oso. Me arrojaba al aire y me recogía con una sola mano. Yo le decía a mi madre, mamá, no llores, seguro que vencerá al mar, enseguida vendrá. Lo esperé muchos días y pregunté por él a muchos pescadores. Unos giraban la cabeza para evitar mis ojos, otros culpaban a dios y aseguraban que se lo había llevado a un lugar maravilloso, donde seguía pescando a salvo de las olas.

            Yo, cada tarde, esperaba su barca. Y veía el sol ponerse cada tarde, hundirse lentamente en las profundas aguas. Me preguntaba si saldría de nuevo en la mañana. Y siempre regresaba, aun tras aquellas noches tempestuosas en que las olas quebraban como juncos los cuerpos y los sueños de hombres colosales. Sí, había algo más fuerte que el mar: el propio sol.

             Luego asomaba la cabeza y miraba al abuelo, o mejor dicho, notaba su presencia en la penumbra de la habitación, a veces iluminada súbitamente por un rayo. Su cuerpo escuálido bajo las mantas de la cama adyacente, su barba blanca y sus ojos vibrantes, quizás abiertos como tantas noches, y me tranquilizaba.

            A veces, cuando la noche estaba en calma, se levantaba y pasaba un largo rato mirando al mar a través de la ventana. Yo me hacía el dormido y le escuchaba murmurar entre dientes, e incluso maldecir de vez en cuando. Cuando regresaba a la cama veía resbalar por sus mejillas los reflejos de las luces del puerto.

            - ¿Por qué lloras, abuelo?- le pregunté en una ocasión.

            - ¿Todavía estás despierto, Pablito?. Mañana es día de escuela. Si no te duermes pronto, no harás bien las tareas.

            - Es que no tengo sueño. ¿Te duele algo…?

            - No, Pablito, no es un dolor corriente, tú no lo entenderías.

            - ¿Es por mi papá?

            - Por el tuyo y por el de tantos niños… Incluso por él. Se le ve tan hermoso desde aquí, reflejando la luna, meciéndola en su seno. Nos alimenta como una segunda madre. Cuida de nosotros, pero a veces se cobra sus favores, como un dios cruel, inmolando a sus siervos. Le ames o le odies, tan sólo te demuestra indiferencia, tan sólo su poder es su respuesta, el poder de la vida y de la muerte. A su lado, apenas somos algo. Sobre sus aguas, nada somos.

            La imagen que tenía de mi abuelo había sido la de un anciano débil e indefenso. Al oírle hablar aquella noche de poder y de muerte, pensé de repente  que hubo un tiempo en que su fuerza sería comparable a la del propio sol, pues día tras día, en su incesante lucha con el mar, había conseguido amanecer de nuevo.

            Ahora, perdida la inocencia, ya no veo a los hombres como soles. Tampoco como siervos. Veo grandes pesqueros saqueando sistemáticamente los mares; petroleros, portaaviones, trasatlánticos, abriendo enormes surcos sobre su piel sangrante, depositando heces en sus aguas cada vez más hediondas, saturadas de miseria por esta humanidad que lo está convirtiendo lentamente en cloaca. Veo a los hombres cebarse en su agonía, impávidos, preocupados tan sólo por las bajas ganancias. Y lo veo a él, malherido, devolverle al viento los gritos de los muertos, vengarse con furiosas galernas que parten por el medio los monstruos acerados.

            También me veo a mí, amándolo y odiándolo al unísono. Él, precisamente él, ha llegado a ser mi más fiel compañero, bálsamo para mi desamor y cómplice de mis más secretos sueños. Él, que una vez fue el origen de mi más amargo desconsuelo.

            Cual media naranja, el sol agoniza tras la limpia línea del horizonte, anunciando la proximidad de la noche. Me incorporo. Una lágrima se estrella contra la roca agreste. Cuántas harían falta para transformarla en suave arena. Aproximo la barca y subo a ella. Remo despacio, la mirada fija en la pequeña isla, deseando retenerla en mi memoria. A ella y al mar que la rodea, la abraza, la penetra y fecunda.

            Pesa sobre mí la tristeza de una despedida. ¿Qué será de mí perdido entre desiertos, privado de tus aguas y tu canto? ¿A quién le importarán mis desventuras, mis sueños, con quién compartiré mis inquietudes? No habrá oasis capaz de sumirte en el olvido. Un día volveré. Si hoy me alejan de ti para estudiar, estudiaré la forma de volver a tu encuentro. Cada puesta de sol me exigirá el regreso.

            El paisaje se va difuminando. El sol es una línea roja. Tras de mí puedo ver las pálidas luces del puerto, ya encendidas, formar otro horizonte, impreciso y hostil, desconocido. Quisiera girar y seguir al otro, volver de nuevo al día y a la luz, pero un miedo frío y húmedo, como de cuerpo ahogado, me impide variar el rumbo.

 

arcatora

MONÓLOGO A TRAVÉS DEL ESPEJO

 

A veces escapando, escapando,

se nos escapa incluso la existencia.

 

            Miraba sin ver la diana circular, herida por los dardos del jugador de turno. Bajo las tenues luces que coronaban la barra, su tez se veía pálida, apagada. Parecía un retrato que el artista no hubiera sabido concluir o no hubiera deseado hacerlo. Sólo sus ojos, de un brillo astral, iluminaban su rostro y animaban su pequeña y escuálida figura. No me extrañó percibir en él cierto aire ingrávido y ausente, como de estar situado en otro plano, a cientos de kilómetros del viejo sótano bien insonorizado que albergaba al bar. Me habían comentado días atrás que llevaba meses enganchado. Y también dónde podía encontrarlo esa noche de sábado. Una vieja amistad me empujó a acercarme y rasgar el sutil velo de su ausencia.

            -¿Qué tal, Riqui?

            Se quedó sorprendido, observándome perplejo, tratando de encontrar en su cabeza el interruptor que lo devolviera al suelo. Pasaron unos segundos, pero al fin su boca se curvó en una amplia sonrisa. Posó su mano sobre mi hombro a modo de saludo.

            -¿Qué tal, colega?, hacía tiempo…

            -Un año más o menos, desde el concierto de Bowie, ¿recuerdas?... Bueno, Riqui, ¿cómo lo llevas?

            -Sí, sí, ya me acuerdo. Una buena charla, ¿verdad?. Bien, bien… y apareces ahora por aquí… supongo que habrás oído algo… Bien, bien…oye, Luis, ¿por qué no pillamos una mesa y nos comemos un poco la cabeza, como en los mejores tiempos? Qué cabronazo, cada vez que nos vemos me pasa lo mismo. Debes tener cara de cura. O de purgante, je , je, je. Venga, allí veo una libre.

            Cogimos los vasos y nos sentamos en un rincón, bajo uno de los bafles que atronaban buenas canciones rockeras de los setenta. La música alta y las conversaciones de la gente formaban una barrera casi infranqueable, pero me sentía a gusto en aquel ambiente surgido de los residuos de la noche, a esas horas en que las imperantes legiones de la superficie reclaman el silencio o incluso, los más madrugadores, comienzan su turno laboral o sacan a mear al perro. De todas formas logramos imponer nuestras voces y entendernos.

            -Bueno, colega, algo te habrán contado, ¿por qué no empezamos por ahí?

            -Claro que me han contado, pero prefiero escucharte a ti. Hay unas cuantas historias que no me cuadran bien, mucho tendrías que haber cambiado. Al principio ni siquiera podía creer que te hubieras liado con eso, pero hace unos días me encontré con Sara y… joder, la pobre está hecha polvo. Me dijo que lo estás mandando todo a la mierda: ella, el chaval, el curro… que vives para el vicio y sólo vas por casa a dormir, y no siempre. Que parece como si quisieras suicidarte.

            Al bajar la mirada habría parecido avergonzado, pero enseguida  comprendí que en realidad estaba pensando, tratando de ordenar sus ideas en busca de una explicación tan rotunda como sincera, en eso sí que no había cambiado, al menos todavía. Disfrutaba metiéndose en profundidades, buscando la esencia misma de las cosas, al menos conmigo, con ese amigo íntimo que desde la infancia había compartido con él poemas, inquietudes y mutuas rarezas.

            A su cuerpo sin gracia, le regaló la vida una mente brillante. No obstante, a pesar de poseer cierto magnetismo, siempre se sintió vulnerable, en especial con las mujeres, y creció como un muchacho tímido y retraído. A decir verdad, que yo sepa sólo intimaba conmigo. Nunca le conocí otro amigo íntimo. Ni una novia, hasta que a su regreso del servicio militar, el cual nos había separado durante largo tiempo, me presentó un día a Sara, con quien se había casado en Almería, nada más terminar la mili.

            Por fin pareció salir de su letargo, levantó su cabeza y comenzó a hablar, no sin antes sonreir y señalar con complicidad los altavoces que en ese momento comenzaban a vibrar bajo los acordes de Led Zeppelin y su Escalera al cielo.

            -Mira, Luis, ya sabes que siempre he sido carne de cañón. Y que esos cañones tienen nombre, pero ninguno de ellos se llama suicidio. Tampoco he tenido nunca graves problemas con las drogas, tú lo sabes. Fumé costo durante más de cinco años y lo dejé en cuanto me lo pidió Sara. La verdad es que ya no me sentaba igual y a veces me ponía un poco sicótico. Y sabes también que el caballo siempre representó para nosotros el lado más oscuro y patético de todo aquello. Una especie de grosería que uno le hace a su cuerpo. Nos sentíamos orgullosos de no haber probado otra cosa que nuestros inocentes y durante un tiempo “revolucionarios” porretes. Nos reíamos de quienes advertían que eran el umbral para acceder a todo lo demás. Nunca fue así, aún me sigo riendo. No es tan simple la cosa. Tampoco es fácil de explicar, pero voy a intentarlo.

Mi combustible es una mezcla, mitad curiosidad, mitad rechazo de la monotonía. El primero me exige buscar nuevos caminos; el segundo me hace aborrecer al poco tiempo lo que encuentro gracias al primero. La inercia, la comodidad y la pereza hacen de contrapeso; pero también de lastre. Cada vez es más fuerte el deseo de soltarlo y dejar que se vaya al fondo.

De la misma manera que no encuentras siempre todo lo que buscas, tampoco te desprendes de todo lo que hayas, y algunas cosas se te enganchan a la piel y te la hacen girones, mientras sigues girando en esta noria que llamamos sociedad. Giras y giras y terminas despellejado, desorientado y sin saber ni quién eres ni qué coño haces aquí. Ni siquiera sabes si aún sigues girando o en realidad llevas parado media vida. Una mañana, al despertar, posiblemente aún sumido en el recuerdo de un mal sueño, te das cuenta de que éste es el estado en que te encuentras: totalmente parado, medio muerto. Y entonces tratas de apurar la media que te queda, ese trozo de vida que quizá no sea tarde para que te pertenezca por completo. Sueltas por fin el lastre y pretendes vivirla con tal intensidad, que cuanto te retiene te estorba y te da náuseas.

            Hizo una pausa, me miró fijamente a los ojos, como si intentara encontrar su propio reflejo en mis pupilas. Supongo que buscaba también mi comprensión, mi asentimiento. Afirmé con la cabeza, a la vez que cerraba mis párpados sin poder evitarlo. Él continuó.

            -Es duro, colega, es muy duro ver pasar la vida como mero espectador de la quimera: la tía más buena, el chalet más lujoso, el yate más ligero, el deportivo más alucinante, el ordenador más rápido, el último modelito para tu nena, el riñón mejor conservado, la mierda menos hedionda… todo se lo llevan ante tus narices, mientras sigues pensando qué haces aquí, en medio de todo este mercado multicolor y fascinante tras el escaparate, cobrando un sueldo que apenas te permite pagar el alquiler, intentando venderle una camisa, o una corbatilla, al primer capullo que aparece por la tienda.

Frustración, colega, se llama frustración. ¡Estoy hasta los huevos de deslizarme por el puto tobogán…! Siempre el mismo paisaje alrededor, las mismas caras esculpidas en figuras de cera, cuerpos cruzándose sin verse, enmudecidos, ansiosos por llegar los primeros y conseguir su premio.

Si al menos Sara pudiera comprenderme… Resulta curioso que tras nueve años juntos continuemos siendo dos extraños. ¡No la conozco, Luis, no nos conocemos en absoluto…! Creo que si fueran cincuenta sería lo mismo. Al principio me esforcé un montón en intentar abrir un canal de comunicación para transmitirle mis ideas, mis inquietudes. Pensaba que era imprescindible para lograr una relación más profunda y armoniosa. Creo que ella también lo intentó, pero estábamos en planos muy alejados, a diferentes alturas. Fue demasiado perezosa para alcanzarme. O yo demasiado vanidoso para bajar. De cualquier modo, no pudo ser. Enseguida se centró todo en el sexo, la casa, las cosas… más tarde Pedrín, su mejor juguete, más casa, más cosas, perdimos el escaso contacto con unos pocos amigos… Nos hemos distanciado sin darnos cuenta, hasta casi perdernos de vista.

            Se quedó pensativo, mirándome sin verme, intentando recordar un rostro perdido en algún punto del camino. Sentí su soledad, su desesperación, como una mordedura. No supe qué decir, pero me sorprendí gritándole con rabia, casi por encima de la música.

            -¡Salta del tobogán, Riqui, estás hundiéndote en la mierda y ya te llega al cuello! Si necesitas dejar el curro, pues lo dejas, ya encontrarás otro. Si necesitas dejarla a ella, pues déjala, otras habrá para intentarlo con mejor fortuna. ¡Rehaz tu vida! ¡Cambia de escenario! ¡Pero deja también esa puta mierda que te está aniquilando…!

            -¡Maldita sea…! Hace unos años todo hubiera sido más fácil, Luis. Ahora ya no sé ni quién soy. No me reconozco, no veo una salida. Te equivocas si piensas que estoy tan enganchado. Simplemente no quiero dejarlo. Es tan hermoso dejar que sus alas blancas te eleven por encima de toda esta basura. Estoy cansado, cansado de nadar contracorriente. ¿Quieres que me convierta en algún ejecutivo de esos que se dejan la piel por el dinero? ¿Que me ponga a escalar la cima del poder y empiece a pisar huevos y cabezas de los que van quedando atrás? ¿Para que no me los pisen a mí? ¿Es esa la elección, cazador o cazado, oveja o lobo, depredador o devorado? Estoy fuera de juego, Luis, prefiero sentarme en un parque y contemplar cómo cambia la luz de la tarde, cómo llega la noche, cómo cambia el paisaje a voluntad, al ritmo de la aguja bombeando polvillo mágico en mis venas. Me ayuda a soportarlo. ¡Sí, joder, no me mires así, sin él ya me habría vuelto loco!

            De repente comprendí que tenía totalmente asumido el deseo de volatilizarse y desaparecer. Intenté darle una bofetada de realidad para hacerle despertar de su pesadilla, pero quizá no fue lo mejor.

            -Bien, Riqui, aceptemos que has encontrado el remedio que calma tu ansiedad, que incluso justifica de alguna manera tu nueva existencia; un nuevo credo que restaura tu fe perdida y te permite acercarte a ti mismo, mirarte en el espejo sin sentir el vacío, la inconsistencia de tu propio ser. Pero ese supuesto remedio, a cambio, te priva de voluntad para encontrar otros caminos, se instala en tu cuerpo y crece de manera imparable y egoísta, como un enorme parásito que cada día necesita más alimento. ¿Qué harás cuando se te acabe el poco dinero ahorrado y Sara ya no pueda darte nada y acabes de esquilmar a los pocos amigos y conocidos que aún te saludan? ¿Robar una farmacia? ¿Pegarle el palo a una viejecita? ¿Implorar que te laven tu mierda y te tiendan al sol…?

            Callé. Su cara estaba roja de ira. Los ojos se le salían de sus órbitas, como si su mirada astral buscara otra galaxia. Me estaba mirando con odio. Jamás le había visto así. Me eché hacia atrás mientras él levantaba los puños, pero todo quedó en un gesto grotesco. Al intentar hablar no fue capaz. Sus palabras groseras, espesas, quedaron atrapadas a tiempo en su garganta. Los puños cayeron lentamente, abatidos, sobre la mesa. Su cabeza se posó sobre ellos. Entre sollozos, forzó una despedida.

            -Vete, Luis, no has comprendido nada: tan sólo pretendía escucharme a mí mismo, oírmelo decir. Ya es tarde para apoyarme en algo o en alguien que esté fuera de mí. No necesito jueces ni sicólogos… Vete, por favor.

            Me sentía francamente mal. Tenía la impresión de haber defraudado su amistad, o disparado al aire su último cartucho. Me pregunté cómo podría hacerlo mejor, pero por más vueltas que le di no hallé repuesta. Terminé convencido de que él tenía razón: nada fuera de él podía cambiarle. No existía más diálogo que el que había establecido entre su mente y su cuerpo, ni otro estímulo que el transmitido por éste, a través de sus venas, hasta los laberintos de su mente cautiva y torturada.

            Le deseé suerte, pagué las cañas y salí del bar con la sensación de abandonar el escenario de un teatro, donde un autor demente había creado un personaje de otro mundo, un mundo embrutecido e inhumano, dentro de ese que dormía apaciblemente, o comenzaba el trabajo un día más, con personas inmunes o indiferentes a la gran tragedia humana que significa la vida para algunos de sus vecinos.

            La soledad me abrazó mientras vagaba por las calles casi desiertas, cobijado por la penumbra de un amanecer indeciso donde ya se habían apagado las farolas. Me pregunté si habría otros, tras los herméticos ventanales de silencio, que sintieran la vida como él y aun desde su cómoda existencia adormecida fueran capaces de comprender al personaje, e incluso hallar un gesto heroico en la elección de su destino.

           

           

arcatora

SUR O NO SUR

 

Todos hemos oído hablar del Sur,

 ese paradójico lugar

del que tantos quieren escapar

 y al que unos pocos sueñan con llegar...

 

 

Celia me lo dejó bien claro: nunca te enamores de una mujer porque al final puede ser que ella gane algo, pero tú siempre saldrás perdiendo, las mujeres somos así, apostamos a ganador para salir adelante, no nos queda otra, y cuando al pavo se le afloja el futurante adiós si te hemos visto no me acuerdo.

Yo trataba de embaucarla con carantoñas y algún pase de mano, como para hacerle sentir la piel y que no todo es polilla y comegén en la vida, pero ella estaba muy ensimismada en su siento que me jodes la vida o te la jodo yo y no pude disuadirla un poquito. Le dije pero qué importa si dura un buen rato y eres feliz nomás mientras tanto...

Mira, Dany, yo sé que tú juegas a ser un buen tipo y por eso te respeto un poquito más que a los otros, pero sabes que en esto no me puedes ayudar un carajo. Hay leyes que están por encima de los papeles y las jodiendas de abogados y jueces que acá os defienden como sirvientes bien organizados. A mí me tocó nacer del otro lado y vivir en un mundo donde la ley se escribe con sangre en la piel del que no cumple las normas. Y no me estoy preocupando de mi propia piel. Te hablo de otras pieles con mi misma sangre.

Que les jodan, ¿de verdad crees que se van a molestar en ir a por tu familia si te pierden el rastro?

 Por supuesto, no los conoces, es su negocio, irían hasta el fin del mundo, pero no lo necesitan, tienen allá la gente necesaria para que yo siga siendo rentable. Mira, en verdad te digo, aléjate de mí, sólo soy un problema que añadir a tu vida. Te digo esto porque te amo, eres el único hombre que me ha hecho sentir una mujer en este tugurio de mierda. Sólo porque estás loco.

Bien, analicemos mi locura: ¿me llamas loco por estar enamorado de ti como un perro ciego, crees que me voy a quedar impasible y muerto de miedo mientras te mantienen alejada de mí porque has de terminar tu “contrato” y no tengo dinero para cancelarlo? ¿eso es lo que esperas del amor, Celia, eso es lo que has aprendido en tus jodidos treinta años de jinetera revolucionaria?... ¡Joder, eres una licenciada en filosofía, ¿en qué absurda esquina del parnaso te bajaste las bragas para siempre jamás?!

Eres un maldito chiquillo, sabes que me conmueves con tu preocupación pero se acabó el tiempo, ya tienes tu polvito y he de bajar a la barra a por otro cliente. Me vendrían bien un par de ellos esta noche, para cubrir la flojera de ayer, parece que hubo un partido de fútbol importante, pero otras dicen que fue la noche, el menguante, en este país de vencedores le temen a la luna cuando mengua.

Déjame acariciarte un poco más... tu piel es como agua, me recuerda el rocío en las hojas al amanecer, cuando salíamos de caza, mi hermano y yo, ya te he contado, las liebres, los ratones, al final todo lo que se moviera. Aún siento la suavidad del metal, como piel, y de las hojas húmedas en el amanecer... las confundo... tu piel es una más, una extensión de aquello que sentía, y me duele tanto dejar de tocarte, pensar que otros te tocan...

 Dany, Dany, Dany... no sé cómo explicártelo, adoro tu romanticismo, me halaga tu candor... ¡¡pero no eres un puto futurible para mí, no sin graves problemas!! Creo que será mejor que busques otra chica para aliviar tu soledad.

Si no me quisieras no dirías eso... me la quiero jugar por ti, ¿pasa algo? ¿acaso un hombre no tiene derecho a darlo todo por la mujer que ama?

Estás loco, mira, ya llaman a la puerta, ese es el tiempo que nos toca soñar, loco, loquito de mi corazón...

 

 

Apoyado en la barra del bar, le pido a Javi una cerveza, no quiero irme. Sé que mientras no tenga un nuevo cliente seguirá a mi lado, hablándome del mar, de las caracolas que buscaban para los turistas en inmersiones fugaces, de las ostras que sacaban al mediodía, cuando aún eran púberes felices recolectando en las tranquilas aguas los aperitivos de los turistas tostándose al sol implacable en las hamacas, bajo los parasoles de hojas de palma, descifrando para ellos el sortilegio del molusco crudo repeliendo la lima con un gesto de contracción íntima, dolorosa a su vista. Y luego me contará los saltos pretenciosos de los aborígenes desde el acantilado, y después...

¿Tú de qué coño vas, asturiano? Aquí se viene a follar y dejar la plata. Me parece que te estás equivocando con la Celia.

¿Tú crees? ¿te parece que se la meto de medio lao?

Me parece que confundes meter con poseer. Aquí los únicos que poseemos algo somos nosotros. Te voy a contar una anécdota que le pasó a uno como tú. Venía para acá en su hermoso cochecito y antes de cruzar la entrada le pasó un tractor por encima. Ya sabes, el hombre venía de noche de abonar una finca. Al otro lo sacaron los bomberos de entre los hierros con la mierda hasta las orejas. Tuvo suerte que la cara le quedó así, como de mártir, y su mujer lo pudo reconocer en la nevera.

¿Me estás amenazando, Roger? ¿acaso te permiten perder los papeles con un cliente habitual?

 Sabes que me caes bien, no me lo permitiría si no me hubieran pegado el toque los que mandan. Y para ellos no es nada personal tampoco, sólo vigilan sus inversiones. ¿Tienes nueve mil euros? Eso es lo que debe la chica en este momento. A partir de ahí podemos empezar a hablar.

Y si saco el machete del maletero, podemos hablar de otra manera.

Joer, con el pelao, estás hablando muy fuerte. Y si en vez de atropellarte te dejamos seco de un tiro en el estómago y que lo rumies?  Cualquier cuneta es buen para morir.

¿Qué te apuestas, cabronazo, a que me la saco de aquí esta noche y no nos tocáis ni un pelo?

¿En serio crees que se iría contigo sabiendo lo que le espera a su familia al otro lado del charco?

¿¡¡Quieres que te parta la botella en la cabeza, coño madre!!?

Vale, vale, tú sigue así y verás cómo acabas.

 

 

¡Eh! Qué son esos gestos, ¿ya estás otra vez salvando a tu dama?... Quiero que te vayas, Dany, así no puedo trabajar.

Trabajar con quién, si aquí no hay casi nadie, otras pueden hacerlo.

Necesito el dinero,  Dany.

Puedo darte un poco más.

Ufffff... cariño, me estás volviendo loca, es mi trabajo y tú no puedes librarme de él, y aunque pudieras no estoy segura de aceptarlo. Estoy harta de deberles dinero a los hombres, tampoco te lo quiero deber a ti.

Lo dices porque no lo tengo.

No, Dany, lo digo como lo siento. Cuando acabe con esto no quiero deberle nada a un hombre jamás, jamás, ¡jamás!... ¿Lo entiendes?

Yo soy diferente, en mí puedes confiar.

 Sólo porque estás enamorado. Hoy estás enamorado... ¿y mañana? ¿crees que podrás soportar todos los cuerpos que se me echan encima a diario? ¿todas las poyas que pasan por mi boca?

¡¡Calla!!... cómo puedes ser tan cruel...

Mi amor, necesitas un psiquiatra, nunca debiste enamorarte de mí.

El amor es así, como un perro rabioso que se te echa encima y te muerde y a partir de ahí todo es enfermedad y mala sangre y uno quiere morder aunque sea a su puta madre, sobre todo a esa, que nunca lo protegió del perro, ni siquiera le habló de él. Voy al coche a por el machete. Y tú te vienes conmigo.

¡¡Estas loco, loco, borracho, loco, ni se te ocurra Dany!!

 

 

Salí del local, eché una buena meada sobre el mercedes del jefe, ya le tenía echado el ojo, y abrí el maletero del fiesta para extraer el machete del fondo, debajo de la manta roja que uso como enmoquetado. Es un viejo machete de cortar caña que me traje de uno de mis viajes al sur, un viaje de trabajo que me había dejado cierto rastro de resentimiento con el mundo y conmigo mismo. Quizá tan sólo porque esperaba algo más de él. Pero los viajes son tan sólo eso: itinerarios que uno resuelve con mayor o menor fortuna.

Me lo puse a la espalda, envainado en el forro de tela que mi exmujer me había confeccionado cuando regresamos (¿o quizá fue mi exsuegra?) y entré de nuevo en el puticlub como un arquero de la edad media, sin arco y con sólo una flecha, sólida, bien afilada, de unos setenta centímetros de largo por doce de ancho en la curva delantera, donde rompe la línea para atacar con eficacia el tallo.

 

 

 Roger era un buen secureta, aplicado en el gimnasio y con cierta mezcla de artista marcial indefinible, pero él mismo me había comentado en una ocasión que ante un arma de esas proporciones lo mejor es salir corriendo. Y eso fue precisamente lo que hizo cuando me vio desenvainar el arma con una mirada de suicida.

Celia no daba crédito a lo que estaba sucediendo, pero cuando la sujeté firme por la cintura mientras blandía el machete cortando el aire entumecido por el humo del tabaco, no opuso resistencia.

Luego me contó que en ese momento le vinieron a la mente ciertas historias infantiles de príncipes azules rescatando princesas de la torre, aunque sabía que en esta ocasión la torre era muy baja, y se dejó llevar como en un vuelo hacia la libertad de la calle suburbial, como en un trance hipnótico, fuera de su razón, embriagada por el gesto heroico del guerrero.

Subimos al fiesta y nos alejamos del lugar sin mediar más palabras que un estás loco, Dany, mi amor, estás loco...

 

arcatora

CUÁNTICO AMOR


Aún le quedaban dos largos de piscina. Pero algo estaba fallando allí dentro, en su interior. La última vuelta le había costado demasiado y un ligero dolor comenzaba a instalarse en su pecho y recorrerle el brazo izquierdo.
No era su primer infarto, pero allí en el agua, a mitad de camino, en el maldito centro de la piscina, sintió pánico.
El nanorobot recibió los mensajes químicos y comenzó a desarrollar su programa de emergencia. Liberó diez millones de nanomoléculas de adrenalina en sangre, a través de la aorta, y cinco de nitroglicerina inyectados directamente en el miocardio. La reacción no se hizo esperar: la bomba comenzó a funcionar, aunque un tanto asimétrica, el sístole parecía marchar a un ritmo indefinible, incapaz de acompañar al diástole.
Eva, doctora en biología molecular y especialista en tecnología nanométrica con master cum laude por la universidad de Harvard, imaginaba el trabajo de su pequeño compañero pero era consciente de que algo seguía mal.
Recordó las indicaciones del día anterior, el bombardeo con células madre cardioproyectadas que había ordenado a Billy, su nanorobot, en una zona ventricular ligeramente dañada tras la operación de cáncer de esófago que había sufrido meses atrás, en la que por cierto se lo habían extirpado satisfactoriamente. Al imbécil del cirujano, sin embargo, se le había ido la mano. Pero eso ya era historia pasada y ni siquiera lo habían advertido en los chequeos del postoperatorio.
Fue investigando unas nuevas enzimas antioxidantes con las que dotar a Billy para ayudarle a prolongar la vida de su corazón, cuando éste la informó, mediante una alerta roja en su retina, del minúsculo corte, seguramente de bisturí, casi un puntito insignificante que había cicatrizado pero a la vez formado alrededor una corteza de tejido arrugado y preocupante como una costura mal hecha en una camisa.
De modo que esa misma noche, mientras dormía, Billy había estado trabajando en la eliminación del costurón y su posterior reemplazo con hermosas células madre propiedad de su dueña y señora, la doctora Eva.
El nanorobot estaba dotado de inteligencia artificial y capacidad de aprendizaje. Aquellos dos años controlando el perfecto funcionamiento de su corazón, le habían enseñado los misteriosos giros y cambios de velocidad que el músculo se ve obligado a afrontar a causa de las más extrañas emociones. No sólo había acompañado a su dueña aportando las dosis químicas necesarias en los esfuerzos fisiológicos deportivos, como los diez largos de piscina diarios, o en los cambios de ritmo motivados por la euforia de algún experimento triunfal, sino también en situaciones un tanto extrañas, inexplicables para él al principio, cuando se encontraba en compañía de un hombre en especial.
Y por alguna razón, desde hacía algún tiempo no le parecía nada bien. Aquel corazón era su morada, vivía y se desvivía por él, y de alguna manera sentía que algo, o alguien, se lo estaba arrebatando.
De modo que a la vez que realizaba las órdenes señaladas, se le había ocurrido la idea de castigar a su infiel portadora con una simulación de infarto cada vez que su corazón se disparara ante la presencia de John.
Tras varias semanas de insistencia, Eva le había convencido para que esa mañana nadara con ella en la piscina.
Cuando el hombre la recogió del fondo ya estaba muerta. Unos ojos de sorpresa lo miraban desde un fondo inescrutable. En su pupila derecha aún titilaba un minúsculo y enigmático puntito rojo, cada vez más lejano.

arcatora

COSMOGONÍA  MICROMÁCRICA

     

 

 

 

 

Más allá de los límites de nuestra percepción

existen territorios que la Razón reclama para sí,

universos que se ignoran mutuamente, donde también

se busca con desesperación una Respuesta.

 

 

         La radio anunciaba conversaciones de emergencia entre las dos superpotencias para tratar de alcanzar un acuerdo de neutralidad ante la desesperada decisión adoptada por las Autoridades Africanas: tras varias décadas aplicando infructuoaas medidas para paliar la sed y el hambre de sus habitantes, Africa se ofrecía al Sistema que más garantías le diera de conseguirlo.

         No se conocía en la historia de su vieja rivalidad una situación tan crítica como la actual. Consolidados definitivamente dos grandes bloques socioeconómicoa, tan sólo el continente africano habia quedado al margen mediante un acuerdo de no intervención firmado cincuenta años atrás. Ninguno de los dos se encontraba en condiciones de asumir dicha anexión; debido a que ambos padecian también severos problemas económicos. No obstante, desconfiaban mutuamente a causa de los términos tan tentadores del ofrecimiento. Si uno  aceptaba, dispondria de una despensa energética casi sin explotar y extenderia sus fronteras hasta una delicada posición, estratégicamente peligrosa para la otra parte.

         El profesor, absorto en su tarea, no escuchó una sola palabra.Dirigia un equipo de investigación encargado de construir un microscopio atómico. Un acelerador fotónico impulsado por un reactor nuclear, permitiría, a patir de los cálculos establecidos, observar la estructura del electrón y determinar su composición. El programa llevaba en marcha unos cuatro años. Durante ese tiempo habian construido varios prototipos, cada vez más potentes y de mayor precisión; pero no habian logrado traspasar la barrera del átomo. Bajo ésta el electrón se veia como un simple puntito girando alrededor de su núcleo.

         Creía en Dios con fuerza cegadora; pero necesitaba demostrarle al Mundo su existencia, obtener pruebas concretas avaladas por la propia Ciencia. Para ello, habia desarrollado una teoria"que además de afirmar a Dios explicaba por qué el Hombre nunca pudo encontrarle, ni siquiera apoyándose en la Técnica y en la posibilidad que la misma le brindaba de explorar el Universo. Todo comenzó cuando una noche, tras una acalorada diacusión con uno de sus colegas sobre la existencia de Dios, soñó que  Éste  aparecia bajo la lente del microscopio, en el núcleo de un átomo de hemoglobina. Al despertar recordó el sueño y comenzó a darle forma en su cabeza. No tardó en convencerse de que se trataba de un mensaje divino, de una profética visión que Él le enviaba.

         -Si Dios fue el Principio y en el Principio había Nada, Dios es la propia Nada. Por tanto hay que buscarlo en el Microcosmos, no   en las inmensidades estelares.

      En ese mismo instante decidió dedicar su vida a la construcción de un instrumento capaz de ampliar hasta el infinito lo que a su través fuera observado. No lo comentaría con nadie ni discutiría más sobre el tema hasta tener en su poder alguna prueba irrefutable.

         Trabajaba con tal abnegación, que sus compañeros le tildaron de loco e incluso llegaron a poner en duda su capacidad para dirigir el programa. Una mañana, después de haberse marchado el resto del equipo,mientras ultimaba unas pruebas antes de irse a casa, sucedió algo sorprendente: el electrón de un átomo de hidrógeno dejó de ser un punto en el  visor para convertirse en un elemento con identidad propia. Lo vio aumentar de tamaño y transformarse en una masa violácea, a medida que aceleraba el cañón fotónico, en la que aparecian diferentes tonalidades y texturas fácilmente definibles.

         La alegría inicial pronto se tornó decepción ante el limitado alcance de su éxito. A pesar de que todos quedarian satisfechos con su labor y obtendría el reconocimiento de quienes se habian permitido dudar de su profesionalidad y su cordura, también era consciente de que aquello precipitaba el cierre del proyecto al cumplirse el objetivo del mismo. Su misión era infinitamente más importante. No podía abandonar ahora que se encontraba tan cerca del final, y menos aún defraudar la voluntad divina por saborear las mieles de un mundanal triunfo.

      -No diré nada. Continuaré la investigación mientras me sea posible        Lo primero era descubrir la causa de aquel súbito avance. Limpió la lente, como de costumbre antes de iniciar una exploración, y aceleró  al máximo  de nuevo el reactor.

         Cuál seria su sorpresa al comprobar que se encontraba en el punto de partida. Se quedó perplejo, dudando de sí mismo. Lo habia visto con tanta claridad... no podía ser una ilusión. Sin embargo, ya no estaba allí.

         -Quizá el exceso de trabajo -murmuró mientras se restregaba unos ojos irritados por el cansancio. Repitió varias veces la operación con una esperanza que se iba desvaneciendo en cada intento. De repente, una idea iluminó su mente ensombrecida.

         -¡La lente! Lo único que hice fue limpiarla. Y si... Colocó el papel limpiador que habia usado, bajo la mirada escrutadora de la máquina. La reguló para mínima potencia y aparerió ante sus ojos un laberinto de entretejidos y rectilíneos muros b1anquiazules. Comenzó a recorrerlo, perdiéndose una y otra vez entre las simétricas paredes. Le pareció notar una especie de luz fosforescente. Amplió más ese punto y entonces pudo verlo: una partícula de miridio irradiaba desde alli su microscópica energia. Le dio un vuelco el corazón. Con sumo cuidado la recogió con las pinzas y la depositó sobre la lente. Inició tembloroso la aceleración.

         -¡Ahí está! ¡No era un espejismo!... Es la mano de Dios que la ha puesto en mi camino. Una prueba más de que desea el encuentro y me ha elegido a mi como mediador para aparecer ante los hombres y demostrarles su existencia, para aplacar su vanidad ante la presencia de su Señor, de su Creador Omnipotente. El miridio es la solución. Si una sola partícula es suficiente para dar este salto, dos lo darán doble, tres triple ¡y así hasta el infinito!

         Invadido por una euforia dionisiaca, se imaginaba cómo seria el encuentro y preparaba supuestos discursos, los cuales iba desechando uno tras otro.

         -Quizás no hable conmigo y se limite simplemente a entregarme esa prueba decisiva, tan esperada... ¿Por qué he de preocuparme si El me guía?

         Se percató de que estaba demasiado cansado y excitado para continuar su experimento con unas mínimas garantias de éxito. Limpió por tanto la lente, procurando eliminar cualquier rastro de miridio en la misma, y se fue a dormir. Sólo con la mente totalmente despejada estaría en condiciones de manejar el peligroso elemento y mantenerse alerta a los

designios divinos.

      El cansancio y la agitación le sumieron con rapidez en un profundo y delirante sueño:

      "Estaba   en  el  laboratorio, rodeado por cientos  de  microscopios que se movían a su alrededor pretendiendo observarle, estudiar cada milímetro cuadrado de su piel. Se acercaban lentamente hacia él incrementando su tammaño al hacerlo, cada vez más amenazantes, haciéndole sentirse un pequeño y vulnerable animalito despojado de su intimidad, desnudo bajo aquellos enormes ojos de vidrio helándole la sangre.

         Al intentar huir la vio junto a la puerta: una muñeca de miridio sentada en el suelo, se encontraba allí. Se deslizó y la tomó en sus brazos. Los microscopios se desvanecieron en el aire instantáneamente, todos excepto el suyo, que parecía esperarle desafiante.Se acercó a él, situó la muñeca sobre el cañón fotónico y permaneció inmóvil, mirándola fijamente a los ojos. De improviso parpadeó y su rostro cobró vida iluminado por una amplia sonrisa. La sorpresa le hizo retroceder en un principio; pero ella le habló con voz de niña:

         -No temas, soy tu amiga. Yo te conduciré a través de los insondables abismos de la Nada. Te mostraré ese universo diminuto que ansias conocer y comprenderás al fin el lugar que tú ocupas en él. Dame una aguja.

         Hurgó en un cajón hasta encontrarla y la posó en su mano, sintiendo el gélido contacto de su piel. Ella se pinchó la punta de un dedo. Un líquido verde y viscoso brotó de él. Lo extendió sobre el cristal de pruebas y le dijo:

         -Ya puedes mirar. Tu dios espera impaciente.

         Puso en marcha el reactor y llevó el control de aceleración a la posición "mínimo". Con cautela, como si temiera asomarse a una ventana abierta a un nuevo mundo, se sentó frente al monitor y conectó el sistema de visualización.

         Apareció una imagen que le era familiar. Su mirada se clavó en el mando de control, incrédulo, deseando asegurarse de que en verdad se encontraba en el inicio de su recorrido. Miró de nuevo a la pantalla. La masa violácea parcheada de texturas y tonalidades varias continuaba alli. Ahora disponía del cien por cien de la capacidad de la máquina para ampliarla. Comenzó a acelerar. Con pequeños incrementos obtenia grandes evoluciones de formas y colores, los cuales se alearon finalmente para mostrar una presencia monocroma que recorrió la gama de los grises hasta alcanzar el negro impenetrable. Unos puntitos luminosos, apenas perceptibles, surgieron después extendiéndose por toda la pantalla. A medida que se acercaban, parecian formar caprichosas figuras delimitadas por su luz. En ese momento las reconoció.

         -¡Son constelaciones!

         Se acercó más aún, hacia una estrella elegida al azar. Vio cometas, meteoroides y astros ignorados surcando la inmensidad de la distancia, de su no llegar, de su girar ingrávido a través de un espacio ina1canzable. Planetas, satélites y naves adornaban la soledad espacial maquillando el paisaje con sus brillos prestados, buscando un lugar más allá de su frío latir. Se acercó más y más, hasta la Vida y la Muerte, y contempló a otros homtres, distintos, pero iguales. Los vio amar y sufrir, nacer y morir, crear y destruir, luchar y derrumbarse. Siempre tras la Respuesta, persiguiendo la verdad y adorando la mentira, tratando de hallar a Dios y de serlo al mismo tiempo. Le buscaban en el Macrocosmos, en el Microcosmos, bajo las piedras y dentro de su cuerpo. No existía un lugar que no hubiera sido registrado minuciosamente ni una idea que alguien no hubiese analizado, siquiatrizado y desintegrado hasta vaciarla y transformarla en nada; pero la Nada seguia siendo eso: ¡nada!

         Desesperado, aceleró rápidamente el aparato. Tan sólo consiguió repeticiones sucesivas de lo que había visto. Al llegar a la posición "máximo", el visor se oscureció y un rostro comenzó a perfilarse sobre el vidrio. Esperaba que sucediera algo; pero sólo escuchó, cavernosa e irónica, la carcajada de la niña de miridio riéndose de él de forma despiadada...

         Le despertó el reloj de la sala contigua, con cuatro penetrantes golpes de "gong". Lo primero que afloró a su memoria fue la experiencia que esa tarde iba a vivir. Ahora sí se sentia con fuerzas suficientes para enfrentase a ella de una manera optimista. Comió frugalmente y se encaminó al laboratorio.

Nervioso y agitado, esperaba con ansiedad que llegara la hora de salida para quedarse solo. Simulaba revisar unos cálculos sobre la relación entre la distancia focal y la desviación del ángulo de proyección fotónica, problema en el que estaba trabajando antes del casual descubrimiento.

         Por fin se fueron todos. Cogió la llave del almacén nuclear, se colocó el traje protector y salió de allí con una caja de miridio pulverizado. La introdujo en el cuarto blindado y sustrajo, mediante el autómata electrónico, un poco de polvillo. Adhirió el mineral a la lente y se quitó los guantes. Pinchó uno de sus dedos y depositó una gota de sangre sobre el cristal de pruebas. Conectó el reactor y situó el control en posición de mínima potencia. La pantalla le entregó la misma imagen de la noche anterior, con la diferencia de que en esta ocasión aplicaba para ello un mínimo de aceleración.

         La radio interrumpió su emisión habitual para dar la siguiente noticia:

         “Se tienen pruebas contundentes de que la superpotencia enemiga ha firmado con Africa un acuerdo de integración. Una vez rotas las conversaciones, es de suponer que ahora las armas tomen la palabra. Esperemos que prevalezca, por encima de todo, la dignidad y el orgullo de nuestro pueblo. Dios está con nosotros. Tengamos fe...”

         Como siempre,el profesor no escuchó una sola palabra, abstraido totalmente en su suprema labor.

         Empezó a acelerar muy despacio, percibiendo la  proximidad de su anhelado encuentro; sintiendo cómo aquellas manchas de colores, al fundirse en cromáticas sucesiones, le proyectaban velozmente hacia un destino glorioso y singular, un destino que le permitiría asomarse a una ventana abierta al Hombre por primera vez. Una intensa sensación de poder dibujó una sonrisa en sus labios al pensar que muy pronto seria el único conocedor de la Respuesta. Continuó acelerando. Los colores se difuminaron progresivamente en una secuencia de grises hasta alcanzar el negro. Un escalofrio recorrió su médula al ver aparecer unos diminutos puntos luminosos. Recordó su sueño y comenzó a dudar si habría sido tal...

         Miró sus manos, inexplicablemente rígidas, descubriendo con horror unas terribles ampollas en su piel. Pensó por un momento que el miridio le habia afectado; pero la voz del radiofonista le hizo comprender:

     “¡Misiles, misiles! ¡Dios mio, han lanzado los misiles...!

 

 

         Al mismo tiempo, en un "extraño" hospital de un "lejano" lugar, un paciente ingresa por Urgencias.

         -¡Dios mio, es increíble! Es como si una bomba microscópica hubiese estallado en su interior. Tiene esa zona del cerebro destruida por completo y existen en ella claros indicios de radiactividad. Si intervenimos con rapidez quizá podamos evitar su propagación y salvarle; pero su actividad motriz se verá afectada de forma irreversible...