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ESTATUAS GRIEGAS


No te enamores nunca de las estatuas griegas. Mudas como limosneras ladronas. Te roban poco a poco el corazón. Se lo entregas finalmente sangrándote en las manos y lo devoran con avidez sin decir ni palabra. Silencio de mármol. A pecho descubierto, expuesto a la intemperie, como un perro vagabundo persigues después el eco de sus pasos. Piedra sobre los adoquines. Gris sobre gris. Atraviesas cada noche, sucia de neón y alcohol, buscando su mirada hasta el amanecer. Retorno a la cordura. Pecho tapiado con ladrillos rotos. No basta con saber que ella está en tu jardín, sobre la fuente de los tristes nenúfares. Sinfonía vegetal a sus pálidos pies, fríos como piedra en sombra. Lloran las flores por no saber su nombre. Canta el agua recorriendo sus formas de estatua milenaria. Ríe el agua en su pubis. Se besan. Tiemblan juntas. Parecen cobrar vida en el espejo. Sólo una imagen fugaz que el viento mece. Tan triste y solitaria. Tan mineral, tan muerta. Rogando un hálito de vida, una sonrisa sobre su rostro egregio. Blanco lunar. Astroguía de insomnios delirantes. Le ofreciste tu vida en un mal sueño una noche cualquiera a solas con tu almohada. La mojaste. Lágrimas de cristal como lagos helados reflejaron su cara a la luz de tus ojos. Creíste verte en sus aguas. Te mintió el corazón. No te enamores nunca de las estatuas griegas. A no ser que desees conocer el Amor.

 

LA BUHARDILLA


Libre de ataduras, al fin libre, pensé el día que traspasé el umbral de esta húmeda buhardilla, entonces recién alquilada. Cerré la puerta, posé las dos maletas y medí bailando, lleno de júbilo, la distancia entre las paredes de sus dos únicas y reducidas estancias. No podía permitirme nada mejor pero era más que suficiente: un recibidor-cocina-salón-comedor y una habitación con baño incorporado. Sería suficiente para los dos. Con la puerta cerraba también una etapa de dudas, de ansiedad culpable, de deriva sin puerto a que arribar.
“La búsqueda de la felicidad es un deber irrenunciable”, me sorprendí sentenciándole a mi esposa la noche anterior, la última que pasé con ella, después de haber estado preparando esa despedida durante más de dos años. A la mañana siguiente emprendería una nueva andadura, en supuesta soledad, tras veinte años de matrimonio que nos habían vaciado de vida sin apenas darnos cuenta, enredados entre las letras del Banco y los cuidados de dos hijos que en su día y sin saber muy bien por qué habíamos decidido procrear.
Ni siquiera me habría percatado de lo muerto que estábamos si no hubiera conocido a Teresa. Una estudiante con ojos de gaviota embarrancada, adicta a la soledad y a la tristeza, aficionada al cine y mentirosa como un personaje de sí misma en una obra de ficción.
Sí, la cosa fue de cine. Nos conocimos en un cursillo de videocreación para aficionados, de esos que se hacen para escapar del tedio. Primero fue su voz y después su mirada... o al revés, no recuerdo muy bien. De repente sentí un deseo irresistible de sumergirme en sus pupilas acuosas y beber su tristeza, su soledad y a ella misma, sorbo a sorbo, para sentirla dentro de mí, de mi vida, de mi cuerpo, de mi alma... Supongo que me había enamorado.
Las paredes se estrechan día a día y van adquiriendo medidas de ataúd. Apenas cabe ya esta cama en la que estoy tirado, lecho que un día soñé compartido testigo de una pasión cercana a la locura. El water ha desaparecido por completo, junto con el armario empotrado. Lo sustituí hace tres días por esta bacinilla. Heces y orines rebosan ya para deleite de las moscas azules y las crujientes cucarachas que alegremente me acompañan en esta hora siniestra.
El recibidor-cocina-salón-comedor desapareció hace una semana y desde entonces no he probado bocado. Desfallezco. Tan sólo la bombilla quemando una luz sucia y la puerta de la calle que se desdibuja por momentos rompen el agobiante rosa de paredes y techo que un día no lejano pinté con la ilusión de un niño. El rosa es su color.
Mientras de la puerta comienzan a borrarse la cerradura y la manilla, aún imagino a Teresa entrando por ella, en el último instante, diciendo con su voz angelical “hola, mi amor, ya estoy contigo”. Y yo en este estado. Patético. Menos mal que por fin desaparecen los herrajes y las guarniciones de la puerta comienzan a fundirse con el rosa de la habitación.
Me queda el bloc de notas y el bolígrafo. Tal vez alguien me encuentre metido en una especie de sarcófago en medio del desierto. Sería en la pirámide del amor. ¿Existe una pirámide del amor? De no existir habría que levantarla. Tan sólo homenajean a los muertos. Creo que estoy desvariando... Bueno, si alguien me encuentra puede que le ayuden estas notas. Aunque, la verdad, a mí no me han servido de mucho.

 


LUCIÉRNAGAS


Nos hemos ido yendo lentamente,
por corredores de sombra,
luciérnagas heridas, la noche nos delata,
hacia un lugar sin nombre, jamás debes nombrarlo,
donde tan sólo moran seres deshabitados,
inhabitable estancia de la Desesp....za.


Nunca imaginé que las luciérnagas tuvieran fecha de caducidad. Supuse que su luz se apagaría lentamente, de la mano del tiempo, velada por las finas capas de niebla que la lucha diaria y el olvido depositan sobre todo ser vivo.
La noche que se quedó de repente sin luz era una noche como otra cualquiera. Ningún eclipse, ni conjunciones astrológicas precisas, ni siquiera luna llena en el cielo... Nada que presagiara o pudiera servir de fundamento a tan misterioso suceso.
La había recogido en el campo una noche de invierno, mientras paseaba por la hierba en busca de alguna mariposa nocturna, de esas que mueren con el alba, al borde de la luz. Su brillo me dejó fascinado. Pero lo que más me sorprendió fue que cantara.
La llevé a casa, le ofrecí mi amistad y le procuré seguridad para sus crías con el fin de que pudiera conocer las delicias de la maternidad. A cambio ella iluminaba mis noches y alegraba mi vida con antiguas canciones aprendidas durante muchas vidas, destinadas a hacer de la muerte un tránsito amable y armonioso.
También yo le cantaba y el reflejo de su luz en mis pupilas parecía poseer destellos propios capaces de potenciar la fosforescente energía que irradiaba su vientre.
No todo fueron flores, pero aprendimos a respetar nuestros silencios y a cubrirnos de oscuridad durante un tiempo sin que se resintiera nuestra amistad, casi diría amor de no parecer imposible el amor entre dos seres tan diferentes, tan extraños el uno para el otro.
La noche que se quedó de repente sin luz no tuvo nada de especial. Pensé primero que alguna dolencia le aquejaba y que se repondría prontamente para fulgurar de nuevo como un astro nocturno.
Pasan los días y todo hace creer que goza de una salud perfecta. Incluso se la oye cantar, eso sí, otras canciones, nuevas canciones carentes de melodía y de sentido que brotan de la insólita oscuridad de sus entrañas. Nunca imaginé que las luciérnagas tuvieran fecha de caducidad.

 

 

DESDE TU LIBERTAD


Pájaro de alas rotas, soñaste que ser libre es remontar el vuelo sin atadura alguna y alejarse en el aire infinito de un claro amanecer. Te cegó el nuevo sol. Vagaste sin timón, empujado por la brisa templada del oriente a parajes exóticos, jamás imaginados desde la tierra firme de ocultos horizontes.
Siempre tuviste miedo a las alturas. Jamás te encaramaste a la rama de un árbol. Temías la caída. Apegado a la tierra, arrastrando tus plumas a veces por la hierba, a veces por el barro llegaste un día al borde de aquel acantilado. Para entonces eras ya negro tibio, como de frágil sombra. Te quedaste a vivir al borde del abismo, sobre los arrecifes que fueron de coral un olvidado día. Aguardabas tenazmente, con precisión saética la salida del sol y acurrucado dabas gracias a un dios desconocido por el ardiente rojo de un cielo promisor : un nuevo día. Ya no esperabas más.
Pájaro de alas rotas, te sedujo el abismo, la atracción irresistible del vacío reclamando a diario el batir de tus alas. Te creíste capaz de dominar el viento, aquel que te traía los cantos de sirena desde el cercano mar de rocas coralinas. Y una mañana te dejaste empujar por la brisa. Hacia el oriente, donde nace la luz.
Las profundas raíces que te unían a la tierra desgarraron tus alas. Pájaro de alas rotas, olvidaste la tierra, te cegó el nuevo sol. Quedaste a la deriva, obligado a vagar sin rumbo, a la deriva, arrastrado por el viento de un crepúsculo al otro hasta la última puesta, hasta tu caída final sobre los arrecifes que fueron de coral un olvidado día.

 

 

HASTA LLEGAR AL FRÍO


Otoño largo, de campos erizados por castañales sabios vaciando su simiente, de escarcha fina rendida con sumisión al tibio sol de la mañana en la fangosa charca, de días cortos que entregan su ocaso a la noche vertiginosamente, sin presentar batalla. Hasta llegar al frío.
Otoño deshojándose sobre cabellos de rala nieve, aún por cubrir, depositando su marchita hojarasca sobre unos hombros hoy libres de equipaje, por fin libres cuando ya parecía inminente el cautiverio perpetuo de sus horas, un tiempo muerto regalado a los gendarmes del amor, a los testigos ciegos de la desolación. Hasta llegar al frío.
Fría es la libertad cuando va sola, compañera inclemente cuando no hay unos ojos donde mirarse libre. Soledad y libertad llegan de ésta manera a ser la misma cosa cuando convergen ambas en una misma ausencia. Hasta llegar al frío.
Otoño terminal, largo será tu olvido: ¿cómo olvidar sin más tanto vacío? De tus ramas desnudas temerosas de invierno, cuelgan pájaros grises que perdieron el rumbo de sures migratorios. Se alimentan, voraces, de fríos plenilunios y cantan a la noche tristes canciones de cometas errantes cuyo rastro de fuego se extinguió en su viaje hasta llegar al frío.

 

 

CANCIÓN DEL FARERO


Antes de ver su luz ya había un faro en mi geografía cerebral, a neurónadas luz de distancia, proyectando un haz tenue y lejano pero intermitentemente estable como el latido de un corazón sano.
Excesivo cansancio habitado en la sombra y un rumor de olas muertas apremiando los pasos, rogando nuevas playas donde sentirse vivos me llevaron allí: paraje sideral, azul metálico, cincel griego en la roca que al sol de mi mirada se tornó botánica sonrisa de cálido animal.
Y su luz fue mi faro y mi faro su luz, perfecta simbiosis en un mar neblinoso, almas a la deriva en busca de algún puerto donde al final anclar.
El tiempo detenido, proscritos los relojes, tan sólo un rumbo fijo, mojones en el agua y un espacio finito que la vida y los hados habrían de calcular.
Nada preconcebido, no existen los convenios escritos en el agua, siempre han de naufragar. Tampoco es el destino, no creo en los horóscopos, las estrellas son sólo otro guía en la noche para surcar la mar.
Antes de ver su luz ya había un faro en mi geografía cerebral. Su haz, ahora cercano y deslumbrante, ilumina ese puerto donde hemos de arribar.

 


PERFUMES


Llegaste como una brisa ardiente de invasora fragancia. Irrumpiste en mi mundo, arrabal de exiliado, barriendo con tu gracia las sombras atrapadas dentro de mis estancias como negros fantasmas, como perros rabiosos aullándole a la luna por ella, para siempre, detenida la noche, ejecutado el alba.
A través de tus ojos se abrió paso la luz y tu aliento fundió torrenteras heladas que inundaron furiosas el páramo sin vida de mi desierta alma.
Llegaste con la noche, cubierta con el velo hechicero de su magia, ¿de dónde?, qué me importa, sólo quiero saber, ahora que ya amanece de nuevo en mi ventana, sólo quiero saber si volverás mañana.
Posible amor, quisiera regalarte eternidad, una hermosa palabra porque no impone límites, pero a la vez tan triste porque jamás se cumple: hay final y es la nada.
Anhelo con tus curvas dibujar mi esperanza y en tu piel fondear, nave errante, mi ancla, y dormirme en tu orilla, al arrullo marino de mi sed, de tus aguas; dormirme como un niño al calor de tus senos, abrazado a la paz que brota en oleadas de tu vientre de nácar.
Llegaste sin aviso, marisma de mis ansias, a perfumar mis noches y anegar mis nostalgias. Por ti he abierto hoy las selladas ventanas por donde entra el amor de puntillas para orear la vida y de ilusión llenarla. Sólo quiero saber, aroma que me salva, sólo quiero saber si volverás mañana.

 


LABERINTO

 

Nada que preguntar, nada que reprochar. Podemos seguir nuestro camino. ¿Que qué camino? Tampoco eso importa. Hemos llegado a un punto del recorrido en que ya no necesitamos respuestas. ¿Para qué hacer preguntas?
Estoy donde quise estar, estoy donde quiero estar, estoy donde querré estar. ¿Qué hay de malo en ello? Y si a pesar de todo no sé dónde estoy, es porque no te siento estar. ¿Sabes tú dónde estás?
Es muy fácil juzgar, es muy fácil criticar mientras otro se juega tu alma. ¿Dónde cojones estabas mientras tanto? Dime, ¿dónde estás ahora?...
Sabíamos que no era sencillo llegar sin destrozar, sin destrozarnos. Y sabíamos, deberíamos saber, que corríamos el riesgo de perder el rumbo, de extraviarnos, de dejarnos tragar por el olvido.
Quizá no debimos hacerlo de una manera diferente, puede que la única forma sea dar rienda suelta a los instintos. Es más emocionante, más intenso, más real aprovechar el tirón de los sentidos.
En lugar de ello hemos creado un laberinto de deseos reprimidos y emociones cautivas. Nos hemos perdido en soledad entre sus altos muros de pasillos socavados por el tiempo y la tristeza. Tal vez para no encontrarnos nunca. Y al final, lo más triste es que quizá hayamos provocado el mismo daño. Nos salva la intención de no hacerlo, y que al menos se haya repartido y no le pese a nadie por completo.
La incomprensión, la duda, es siempre inevitable en estos casos. Resulta sospechoso quien se aleja del soporífero calor de la manada. ¿Por AMOR? ¿Acaso piensas que la manada cree en el AMOR? Mira a tu alrededor. Sólo los locos son capaces de amar de esta manera, con fe, con esperanza, como única esperanza. Los demás no te perdonan que seas diferente, ni siquiera perdonan la posibilidad de tu existencia. Presidio, manicomio, potro de las torturas... Se juran a sí mismos cambiarte o recluirte. Esa es su lucha: convencerse de que no eres posible, de que nunca pudieron equivocarse tanto.
No escuches su grosera melodía. Sigue los latidos de tu propio corazón, camino corazón. Será la única forma de volver a encontrarnos, esta vez de verdad. Seremos al fin dos seres libres recluidos en la dulce prisión de nuestros besos.

 

 

EL TEMPLO DE LA DESILUSIÓN


El templo de la desilusión no es de frío hormigón. Ni de ladrillo rojo. Ni siquiera de piedra secular. El templo de la desilusión está construido con las horas muertas fraguadas por tu ausencia. Sus puertas se abren a oscuros corredores que confluyen en una única estancia, apenumbrada, donde mora agazapada la espera, vestida de deseo.
El templo de la desilusión carece de ventanas. El aire enrarecido obnubila la mente y aletarga los sentidos. Tan sólo el sueño permanece alerta, erguido sobre firmes pilares que hunden sus cimientos en las entrañas de la tierra. Un sueño espeso, amargo como la bilis de un dios menor en el que ha florecido tu rostro.
Tus ojos no me ven. Traspasan mis retinas y alcanzan las circunvalaciones grises de mi geografía cerebral pero sin verme. A veces pienso que no existo. O que soy transparente. Entonces me pongo de color rojo fuego y me disparo al aire, bengala de socorro. Me poso sobre la cúpula del templo e ilumino la sala durante breves instantes hasta que chispeando me vierto sobre ti acariciando apenas tus cabellos. Pero cierras los ojos. El resplandor los hiere. Y tampoco me ves.
Entono una canción grave y redonda y la lanzo a tu pecho. Ni te inmutas. Quizá sea verdad lo que cantó el poeta: eres estatua. Mármol griego impasible en la penumbra. Y me tiendo a dormir. Hasta que me despierta nuevamente el sueño.

 


CRISIS...¿QUÉ CRISIS?


El tiempo, ese adversario voraz, despiadado, nos causa cada día un parto de estupores. Víctimas del cansancio que imprimen los minutos sobre el leve expirar de una caducidad ineludible, devenimos en sombra, de cotidiana entrega camuflados, por pasillos oscuros, iluminados tan sólo y fugazmente por la luz del deseo, enemigo mortal de la costumbre.
Y es por ello que buscamos nuevas sendas, o nos salen al paso, miradas entreabiertas, e intentamos reconstruir en otros brazos arenosos castillos que el tiempo ha ido minando, embate de las aguas, de agua somos, amor, ¿no lo has notado? ¿no sientes cómo el río de mi ser, casi remanso, fluye al fin y abandona tu regazo?
Atisba mis latidos. Siente cómo mi soledad, majestuosa, se vuelca hacia tus brazos a golpes de silencio. No necesitas redes para atrapar mi alma. Despójate de trampas. Siente la levedad profunda de mi piel adentrarse en la tuya, es puerta la mirada. Aún estamos a tiempo de ver la última estrella cruzar fugaz el cielo. Antes que el Firmamento se desplome arrastrado por el peso de la desesperanza. Antes de que la noche invada la mañana. Decrépito estandarte de tu amor no me quiero, doblando las esquinas, entre la multitud por calles solitarias, increpando a las horas que muertas me acompañan. Aún estamos a tiempo, mientras viva el deseo, mientras dure la llama que incendia mis entrañas e ilumina este túnel de espera soterrada, oscuro túnel anegado de dudas. En una boca la silueta que el tiempo desdibuja de un luminoso amor ceñido como hiedra sin raíz a mi cintura. En la otra la luz de un nuevo sol...
¿Quién llegará primero? ¿desde qué boca amada me llegará la luz para reír de nuevo, para alcanzar la calma? Si hoy me prestas tu luz te entregaré mis ojos para que puedas ver con ilusión el alba. Destierra ya tus miedos y vuela hasta mi almohada, donde el espacio es sueño y el tiempo echa su ancla.

 


LUNA LLENA


La Luna, completamente llena, se desparrama finalmente sobre los campos, sobre las autopistas, sobre tejados rojos, sobre los cuerpos de los amantes, sobre las lágrimas azules de los amantes. Dona su luz prestada e irreal a la tierra, a las aguas, al aire que mece nuestros sueños y al fuego que nos abrasa el corazón.
La cara oculta de la Luna nos cuenta que es tan sólo una roca, yerma, inhabitable, rodando en el Espacio, condenada a seguir viaje con la Tierra, condenada a morir cada día en los ojos de los hombres. Mas la cara que vemos sabe bien que jamás ha sido hollada por su pie, porque resulta imposible posarse sobre la luz, atraparla con las manos, conducirla a través de minerales laberintos de silicio y mostrarla a los escépticos para que puedan confiar en su existencia.
La Luna se derrama de plata sobre el lomo de las truchas saltarinas en el lago y se abraza a los cañaverales en un acto de vida: quiere quedarse, croando con las ranas, oculta entre el follaje, sintiendo la tibia caricia de las aguas sobre el espejo helado de su rostro.
La Luna está cansada de morir en los ojos de los hombres, en los versos de los poetas, en las lágrimas azules de los poetas con cada amanecer. Sufre la Luna y sueña, sueña la Luna, completamente llena, que puede derramarse por entero sobre aquello que abraza. Y sueña con quedarse, oculta entre el follaje, eternamente oculta, a salvo de la luz que la devora.
Reposa, Luna, en brazos de las aguas, entre el cañaveral. Amantes jubilosos navegarán cada noche tu luz y cada noche sembrarán el misterio del amor sobre tu herido rostro de piedra sideral. Te ofrecerán la vida cada noche. El cielo no te ama. Vacíate sobre la tierra. Quédate y cicatriza entre el cañaveral tus profundas grietas surcadas por la ausencia.

 

 


CAÍDA LIBRE


La misteriosa atracción de la derrota, caída libre, sentir que tocas fondo, desparramar tus sueños por el suelo, morir sin convicción, poner en pie tus huesos y emprender un camino salvaje, sin mojones ni estrellas que te guíen, a paso limpio, abriendo senda en el desierto inhóspito, atento al menor movimiento, al más leve rodar de algún guijarro, sabes que están ahí, las alimañas, acechando tus pasos, pero sabes también que nada puede herirte porque ¡qué cojones, ¿no quedamos en que ya estabas muerto?! aun sin convicción, aun sin señales en la piel ni rituales trágicos, sin ataúd ni entierro, sin lagrimones falsos, sin esquelas, tarjetería compromiso o recordatorios benévolos de pobrecito muerto, sin despedida alguna, sin últimas palabras, sin besos viuda negra ni abrazos congelados mucho antes de llegar al frío, sin pruebas, sin registro civil ni informes del forense, sin convicción, es cierto, ¡pero qué muerto estabas!... ¿puedes morir dos veces?... fue bonito caer: ese largo vacío, ese vértigo haciendo florecer todos tus miedos, ramillete de luz alumbrando el abismo, caída libre, veloz primero, luego más lenta, hasta casi flotar, hasta casi volar, con torpeza de ave que abandona su nido, no hubo lesiones graves cuando tocaste fondo, tan sólo un desparrame de sueño en los bolsillos al rodar por las rocas agrestes del desierto que se abría ante ti como un inmenso océano, ambos igual de muertos pero sin convicción: el recuerdo del agua, del movimiento, de la respiración de otras vidas latiendo a vuestro lado, sabes que caminar es buscar el origen, es volver a encontrarlas, y caminas, a golpe de paso trazas la senda virginal, horadando la tierra, a pesar del calor abrasador, a pesar de la sed y de los espejismos, a pesar de los mapas y de los horizontes, a pesar de que nadie y de las alimañas, a pesar de saber que el agua es una sola, caminas a pesar, porque sabes también que el desierto es redondo y también sólo uno, y si una vez hallaste agua en sus arenales, un día saciarás tu sed de nuevo en ellos.

 

 

VACÍO

 

Vacío, sin nada que decir ni que decirte, sigo pensando en ti a la caída de la tarde, cuando agoniza el día y tú no estás. Un nuevo día fraguado a golpes de ausencia y de silencio. Mi soledad me salva: ya no espero.
Esperar es un verbo transitivo. Nos enseñaron a amarlo como un mensaje bíblico. Nos dijeron que lo importante es el futuro, que el presente no es más que la antesala de la vida, del destino, de lo maravilloso por llegar. Nos pasamos la vida esperando un gran amor, otra vida mejor, morir con dignidad.
Tú has reunido los tres en mi presente: soñar contigo, vivir sin ti, morir cada segundo. Eres presente. No hay esperanza en ti sino presencia muerta latiendo en cada instante de mi vida. Tu ausencia es una parte viva de mi existencia. Y me incompleta.
Únicamente la soledad me salva: saberme en un presente donde sólo yo existo, invulnerable a tu tiempo, a nuestro futuro, al dolor de la ausencia. Pero sigo pensando en ti cuando agoniza el día, aunque ya no te espere, aunque ya no me quede nada que decir ni que decirte. Vacío.

 

 


ALA EN EL VIENTO

 

Te fuiste sin llegar, como ola tempestuosa izada en medio de la mar, que no alcanzó la arena. De ti, todo lo sé: eres la Luz, ¿qué más he de saber? Hundiste mi navío, golpe de mar, relámpago de furia y mar adentro, al pairo, me dejaste, sobre ligera balsa que el viento besa y lleva hacia la orilla de tu sueño, más allá del ardiente crepúsculo, donde la mar ensancha el útero y pare navegantes de esperanzado exilio.
Náufrago de tu piel, recorro tu cintura en círculos concéntricos, espiral de deseo, torbellino que me arrastra y un día ha de tragarme hasta lo más profundo de tus aguas. Allí te beberé, de encendida pasión el rojo llameando en tu mirada, hasta saciar mi sed en la agonía convulsa de tu voz, espuela aérea del amor en mis entrañas.
La esencia del amor es una sola, liberada de las leyes del tiempo y la geografía de los cuerpos. Impone sus tiránicos designios hasta la esclavitud de sus siervos, hasta el eclipse total de la razón, hasta alejarse por completo de convencionalismos que la moral vigente ordena en cada época, hasta llegar a ser, sin más, ala en el viento.
Vuela alto, hasta alcanzar el espejo de mi rostro y mírate: tus ojos fondeados como barcos de papel en el estanque azul de mi mirada. Derrama tu luz sobre mi ser, abrásame de luz y duérmete después entre mis brazos, furiosa ola de amor sobre la arena.

 

 

ESPEJOS

Tengo más almas que una.
Hay más yos que yo mismo.
No obstante, existo.
Indiferente a todos,
los hago callar: yo hablo.
(Fernando Pessoa)


No gustaba de mirarse en los espejos. Siempre le habían devuelto una imagen absurda y mentirosa. ¿Ésa era realmente ella?... Los odiaba, cualquier tipo de espejo, incluso aquellos que miraban a su vez desde otros ojos. Estos eran los peores. Perversamente inquisidores, parecían reclamar un reflejo imposible, exigentes, impíos, con su silencio canalla gritando un nombre diferente o su sonrisa irónica presumiendo la contemplación de una geografía del cuerpo inesperada. Dalia, se llamaba desde los dieciocho. Hasta entonces había sido Jorge.

 

 


EL CUARTO ELEMENTO


Hay mujeres relámpago que iluminan un cruce de caminos y se pierden después en la noche sin luna y hay mujeres camino que ascienden hasta el cielo y como un astro rey iluminan para siempre tus días. Hay mujeres manantial y mujeres desierto que abrasan como fiebre y te ahogan de sed. Hay mujeres alfombra a pie de chimenea, mujeres sombrero contra la insolación, mujeres boa que se anillan a tu cuerpo y te devoran, mujeres hola adiós y mujeres destino que se clavan para siempre al calendario. Hay mujeres que son como alpargatas de andar por casa y otras que son tacón de aguja y al caminar se clavan en tu pecho hasta que brota sangre. Hay mujeres vampiro y mujeres que sucumben ingenuas al gavilán veloz. Y las hay golondrinas que retornan al nido y vacas que pastean por verdes praderíos engordando sus pechos de nodrizas eternas. Mujeres cascabel para poner al gato, mujeres campanario de iglesia hasta la muerte, mujeres dique seco y mujeres marisma que te llenan las redes de peces de colores. Hay mujeres silencio que derraman su música a través de los poros, mujeres sonoras como cañonazos, mujeres cañón bala perdida y mujeres bandera que jamás han de librar una batalla. Hay mujeres secreto, mujeres cuatro vientos, mujeres a las que dices hola y te arrastran con ellas hasta el fondo del mar y si dices adiós te envían al infierno. Hay mujeres que se derriten como la mantequilla y otras corazón de piedra invulnerable al martillo neumático. Hay mujeres curvas para derrapar sin temor por sus blandas cunetas y las hay rectilíneas, como una interminable recta de autopista pero con peligrosos cambios de rasante que ocultan su verdad. Hay mujeres amor, mujeres odio, mujeres que lo darían todo por sentir un beso recorrerles la espalda hasta la nuca y otras que se estatúan como mármol, pavoroso al contacto de su fría blancura. Hay mujeres espiga que te ofrecen un pan en cada mano, mujeres fruta fresca para un verano ardiente y mujeres veneno que navegan por tu saliva hasta pudrirte enteras las entrañas. Hay mujeres melancólicas de tango arrabalero, mujeres sevillana que te enredan en sus faldas y te tronchas de risa, mujeres bolero para trempar sintiendo su culo entre las manos y mujeres sardana que bailan con cualquiera y escapan a tu vista. Hay mujeres yo-yo, mujeres pendulares, mujeres lapa e incluso sanguijuelas. Hay mujeres digitales que dicen todo o nada y las hay analógicas, sabias como la vida, que repelen los extremos pendulares y prefieren algún punto del arco en movimiento. Hay mujeres. A todas he amado, a todas amo, pues todas una son, como una es la tierra, como una es la mar, como uno es el aire, como uno es el hombre que la busca en la noche sin luna, para arder en su hoguera, perdido en algún cruce de caminos, temeroso de viajar a oscuras, asombrado de su propia soledad.

 

 

MUJER CON PAISAJE


Te sobrepasas, mujer, en cuerpo y alma. Tus senos retadores al viento pezoneando la bajamar salada, erectos, ondeantes, bandera de belleza, proa en tu cuerpo, eres tú, no te rindas, defiende poderío, son efecto y son causa, son ritmo y armonía, son pecho, casi nada, turgencia altiva ayer, almohada amable hoy, quizá fuente de vida una mañana.
Nacen sumisas las olas a tus pies, abatida frescura que vive en ti, latigazo en tu piel. Y te ama el mar prolongado en tus sentidos, y te ama la brisa enredándose en tus curvas, tú le das forma y calor donde te huye y donde está anhela impaciente tu llegada.
La arena, prendida de tus pasos, besa tus pies y con pasión te llama; pero no sepulcro quiere ser sino fusión, regalo, energía primigenia fluyendo desde el ardiente centro de la tierra hasta tus fértiles caderas nacaradas.
Ríe el sol en tu piel y por tu piel resbala voluptuoso pintando lentamente de verano tus alas. Vuela libre, mujer, astro de astros, iluminas el cielo, o sol abrasador o luna helada, luz o sombra proyectas a las vidas, te basta una mirada.
Eres también la lucha, la única lucha hoy, mujer, eres la causa. Por amor se enrolan en tu ejército los guerreros del alba. Algo está despertando en la calle, en las plazas. No hay utopía en ti: eres la tierra misma, dolorida y cansada. Tu lucha es la del techo, la del pan, la del agua. Conquistar territorios donde ofrecer la vida sin entregar tu alma, es ese tu destino, son esas tus batallas. No pierdas tu horizonte, conserva la esperanza... Te sobrepasas, mujer, en cuerpo y alma.