HELIO DÍAZ MARTÍN

(ESCRITOR Y POETA ESPAÑOL)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SONETO XXX

 

¿Me dejas que recorra lentamente

tu cuerpo, con mi mente y con mis manos?

¿Permites que mis ojos, aunque insanos,

con tu piel se confundan infielmente?

 

¿Me dejas que se impregnen, insolentes,

mis labios con los tuyos, tan lejanos?

¿Permites un instante, como humanos,

que unamos nuestra piel, intensamente?

 

Deja al menos que sueñe algo increíble

teniéndote conmigo, aunque no pueda;

solo un instante, mujer, si eso es posible.

 

Será el mayor placer al que yo acceda,

pues siempre fue, lo admito, algo imposible,

pero sólo es amor lo que me queda.

 

(HELIO DÍAZ)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

YO SOY ASÍ

 

¿Cómo soy yo? Me preguntas.

Ya me cuesta definirme

aunque al espejo me mire,

pero a pesar de mis dudas,

intentaré descubrirte

mis virtudes una a una

y, aunque a veces me cohíbe

y la vergüenza me abruma,

te contaré, si me apuras,

los defectos que definen

a esta mi persona oscura.

 

No soy mundano, ni bebo,

ni llevo el alma de esfinge,

soy bonachón, no embustero

y ayudo si me lo piden.

Soy sincero si no miento,

pues miento si me lo exigen,

solidario, “canturrero”,

sellador de cicatrices

amargas, que el tiempo inflige,

soy amigo del silencio,

pues el callar me redime

y, aunque me produce miedo

y me conduce a estar triste,

es la solución que entiendo

y que puedo permitirme.

 

Me agito si me provocan,

me causa respeto el miedo,

soy tranquilo y no violento

mas, si escupen en mi boca

lo que no busco ni quiero,

fuertes palabras profiero

hacia los que montan bronca.

Mi amor lo busco en las sombras

que inundan la oscura noche,

cuando la luna se asoma

y sin avisar se esconde,

no soy de frívola vida

aunque la vida me invite

a libar de otra bebida

que mi vida me prohíbe

y mi condición me priva,

paseo con gente sencilla

evitando a quien me evite,

suelo pecar de altruista

entre gente que se erige

de abusona y egoísta,

mas soy así, ¡qué narices!

 

Suelo mirar a los ojos

de la gente con quien hablo,

pero me confunde un poco

si me miran de soslayo,

suelo, a veces, ser estorbo

para allegados y extraños,

quizá porque soy muy propio

de propulsar un espacio

de poca audiencia en un foro.

Tengo mis vicios, es cierto,

pero no muy exagerados,

alguien sabe que no miento,

ese alguien me ha mirado

y dice que está de acuerdo

en lo que estoy escribiendo.

Soy cabezón, testarudo

y discrepo en ciertos campos

en los que creo y aseguro

tener más razón que un santo.

Hay cosas de las que dudo

y que mi interior no ingiere,

como es el ver a un verdugo

arrepentirse y dolerse

y sintiéndose inseguro.

Ni siquiera el miserere,

ni los curas por lo oscuro

de su oficio, el cual pretenden

ocultárselo a este mundo.

Tampoco creo en otras cosas,

pero prefiero callarme;

otro día, si no os importa,

y no es porque os dé desplante,

os las contaré en prosa;

lo digo en serio, y no es broma,

que para un poema es tarde.

 

(HELIO DÍAZ)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GRANDE FUISTE Y GRANDE ERES

 

Aquel hombre fue letrado

de bellas rimas y prosas,

de una vida rigurosa

y mancillada, en su caso,

por incultos renegados

que no admitieron, ¡qué cosas!

sus letras tan cuidadosas,

tan llenas de amor y encanto.

 

Escritos de un alto rango

y que quedaban sin gloria,

legajos sin vanagloria

que, un eco sordo y sin tacto,

devolvía con retardo,

y así quedaba su historia

quebrantada y, por lo tanto,

sin fe ni dedicatorias.

 

Pocos hubo que aprobaran

la valía de sus letras,

no eran multitudes serias

las que sus libros buscaran,

sin embargo, tras su marcha,

las gentes dieron la vuelta

y observaron su silueta,

pero el poeta no estaba.

 

Es la historia de Gustavo

Adolfo Bécquer, poeta,

de amores, su vida llena,

y, cómo no, desencanto.

 

 

Helio Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PERDÓNAME… SI PUEDES

 

 

Si todavía se mueren tu mente y tu corazón

por este loco de amor, y no te avergüenza el verme,

perdóname, por favor, perdóname si aún puedes.

 

Cúlpame de ese dolor que en tus adentros te hiere,

cúlpame si ya no tienes garantías de mi amor,

pero intenta, si tú puedes, impedir mi perdición.

 

Toda la culpa fue mía, porque fui quien te ofendió,

pero yo le pido a Dios y a esta mi Virgen querida,

que si mancillo tu amor me lleven a la deriva.

 

Siento mucho lo ocurrido, te lo juro que lo siento,

siento también tus gemidos, tus reproches, tus lamentos,

mi engaño, tu sufrimiento y lo ingrato que yo he sido.

 

A ese enorme corazón, del que siempre fuiste dueña,

dejé de echarle la leña que de mí necesitó

y… se apagó. Luego huyó sin dejar las nuevas señas.

 

Déjame de nuevo entrar en tu hermoso santuario,

olvida que fui sicario en tu vida terrenal

y dale otra vez la paz a este corazón precario.

 

Se lo pido a Dios primero y, después de Dios, a ti,

que me creáis al decir que yo te quiero y te quiero…

Que te quiero es un decir, te adoro y por ti muero.

 

Soy totalmente sincero en esta mi oculta carta,

si te vas, si tú me faltas, a partir de este argumento

serás mi propio fantasma, y yo… tu fiel carcelero.

 

Esta es mi confesión de amor y de sentimiento,

y con ella sólo intento hablar con tu corazón

para que borre en el tiempo mi aborrecible actuación.

¡Perdóname, si aún puedes, perdóname, por favor!

 

 

Helio Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

…Y LA COBIJÓ EN SUS BRAZOS

 

La melancolía atenazó su cuerpo

a la par que caminaba por la playa,

se miraba en el amor cada mañana,

se sumía por la tarde en sus recuerdos,

mas la noche, oscura y necia como el miedo,

le llenaba de aflicción y se amargaba.

 

La suave arena de la playa besaba

sus pies, que lloraban sangre delatora,

mientras alma y cuerpo, juntos, son ahora

una hiedra que se ciñe y los solapa,

una sombra que le presta luz aciaga

y una frialdad en el pecho que le ahoga.

 

El amor le traicionó siendo muy joven

y lo busca, año tras año, en esa playa,

era un guapo marinero que la amaba,

al menos eso dijo el ignoto hombre,

pero todo se quedó en el horizonte

y su bello amante se perdió en la nada.

 

Un gélido día lloraba la playa,

la mujer se hallaba tendida en el suelo,

la arena abrazaba con fuerza su cuerpo,

y el agua, mimosa, su rostro lavaba.

En aquel momento, en que el agua se aparta,

un ángel la toma y se la lleva al cielo.

 

 

Helio Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TE LLORE MIENTRAS DORMIAS

 

Quise amarte aquella noche

y estar presente a tu lado,

quise romper el amargo

dulzor, que mi triste goce

producía, con derroche,

mi corazón derrotado.

 

Postrada sobre tu cama

te vi, perfecta y dormida.

¿Quizá soñando, abstraída,

para despertar al alba?

¡Pero, no…! Marchó tu alma

dejándome en la agonía.

 

Me acerqué junto a tu vera,

te desnudé muy despacio,

eras como el cielo raso,

como el sol que se despierta

y deja a la luna yerta

por la mañana temprano.

 

Te hice el amor como nunca,

tú, mientras, nada decías,

y en esa larga agonía

de silencio y de penumbra,

te abracé con amargura

y… ¡lloré mientras dormías!

Dios no te necesitaba

mas… ¡te arrancó de mi vida!

 

 

Helio Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA GUITARRA DEL MENDIGO

 

Si la acuno entre mis brazos

y palpo sus finas trenzas,

con sigilo se rebela

y me envía su dulce llanto.

Es su destino, entretanto,

que va esculpiendo una estela,

una armoniosa cadencia

que llena el aire de un canto

que, sin querer, me ha llenado

de una ilustre transparencia

y una inagotable ciencia

mi interior y mi cerebro.

 

Bendita guitarra mía

que al son de mis manos suenas

y emites con voz serena

(y en ocasiones me gritas),

unas dulces melodías

que alegran a un alma en pena.

 

Ruges, lloras y suplicas

que no se rompa tu grito

que lanzas de hito en hito

cuando tu cuerpo acarician,

que se divulgue tu risa

y penetre en los oídos

de los que jamás han visto,

como si estuviera herida,

llorar como llora en vida

la guitarra de un mendigo.

 

 

Helio Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MI LONGEVIDAD

 

 

Cuando otra edad albergaba

en este cuerpo longevo,

sentía lo que no sienten

ahora mis incautos dedos,

bebían lo que no beben

estos ojos que, de lejos,

ya no aciertan ni con lentes,

y repicaban campanas

cuando al salir de paseo

consolaba a las mozuelas

con carantoñas y besos.

 

Si antes era presunción

todo se ha quedado ahora

en una tranquila fuente

que su corriente aminora,

en un cielo azul que brilla

tranquilo y sin nubes rojas,

en un campo de hojas secas,

otoñales y tristonas,

pero también en un ser

que, como toda persona,

ama y deja que le amen

porque su vida se acorta.

 

 

HELIO DIAZ