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ALA EN EL VIENTO

 

         Te fuiste sin llegar, como ola tempestuosa izada en medio de la mar, que no alcanzó la arena. De ti, todo lo sé: eres la Luz, ¿qué más he de saber? Hundiste mi navío, golpe de mar, relámpago de furia y mar adentro, al pairo, me dejaste, sobre ligera balsa que el viento besa y lleva hacia la orilla de tu sueño, más allá del ardiente crepúsculo, donde la mar ensancha el útero y pare navegantes de esperanzado exilio.

         Náufrago de tu piel, recorro tu cintura en círculos concéntricos, espiral de deseo, torbellino que me arrastra y un día ha de tragarme hasta lo más profundo de tus aguas. Allí te beberé, de encendida pasión el rojo llameando en tu mirada, hasta saciar mi sed en la agonía convulsa de tu voz, espuela aérea del amor en mis entrañas.

         La esencia del amor es una sola, liberada de las leyes del tiempo y la geografía de los cuerpos. Impone sus tiránicos designios hasta la esclavitud de sus siervos, hasta el eclipse total de la razón, hasta alejarse por completo de convencionalismos que la moral vigente ordena en cada época, hasta llegar a ser, sin más, ala en el viento.

         Vuela alto, hasta alcanzar el espejo de mi rostro y mírate: tus ojos fondeados como barcos de papel en el estanque azul de mi mirada. Derrama tu luz sobre mi ser, abrásame de luz y duérmete después entre mis brazos, furiosa ola de amor sobre la arena.

 

 

EL ALTAR DEMOCRÁTICO

 

         Cuando Walt Whitman canta a la sociedad democrática de su tiempo, a finales del siglo XIX y alaba al hacerlo los valores de su raza -la ambición americana aderezada con un supuesto progresismo altruista de exportación- no se imaginaba lo que los demócratas de su país y sus correligionarios europeos -inspirados en los primeros- harían con la inocente dama a lo largo de este último siglo. Sin pretenderlo, el poeta sienta las bases de una ideología que a la postre, tras dos guerras mundiales, abriría la Caja de Pandora de Occidente para liberar a las dos temibles bestias draconianas que hoy parecen sentenciar el destino de la Humanidad: el Mercado Global y el Pensamiento Único.

         El ideal democrático, extraído de la Revolución Francesa, ha transformado la “Fraternidad” en un mercadillo limosnero manejado con muy buenas intenciones por grupúsculos fiscalizados y financiados en su mayor parte por el Poder, que delega plácidamente en ellos su propia responsabilidad en el reparto equitativo de la riqueza, y la “Igualdad”, en una homologación de gustos y caracteres individuales dirigida hacia el consumo masivo de los bienes producidos, una homologación necesaria para la perfecta adaptación de las unidades consumidoras a los cambios y propuestas vendibles del Mercado Global.

         Sobre la “Libertad”, resta evidenciar que se ha reducido a la mera elección del color de una papeleta cada cuatro o cinco años. Como propuestas alternativas, está permitido el blanco o la no introducción  de la papeleta en la seductora ranura urnática so pena de “excomunión”.

         La desaparición del debate políticosocial y de los movimientos organizados extraparlamentarios debido a la aceptación mayoritaria del sistema “democrático” como único discurso de la vida pública ha contribuido a la consolidación del Pensamiento Único y la legitimación de una Clase Política profesional que como cualquier gremio mercantil privilegiado con capacidad para detentar el Poder, lo primero que busca es el logro y mantenimiento del mismo y lo segundo los beneficios que de esa ostentación obtiene: dinero e influencia: más poder. La necesidad de una Oposición para la configuración del teatro democrático parlamentario deriva en el bipartidismo político, lo cual, en vez de generar pluralidad ideológica, lo único que produce es un doble desvío del erario público hacia patrimonios particulares -y entidades afines- de los miembros de ambos partidos.

         La escalada de producción de bienes consumibles -generadora de bienestar- es el pilar fundamental que sostiene la paradoja de una masa humana creyendo con firmeza en un Sistema de gobierno que la engaña a todas luces. Bajo la máscara de ese progreso materialista aparentemente ilimitado del mundo Occidental, se esconde una nueva forma de violencia que impide el desarrollo histórico de nuestra sensibilidad y nuestro espíritu, pues desata la bestia ancestral que llevamos dentro y la deriva hacia posiciones insolidarias y egoístas con nuestro vecinos o xenófobas y racistas con los extranjeros, constatable en su punto álgido cuando en los ciclos bajos del capitalismo -vacas flacas- vemos amenazada nuestra cómoda manera de vivir. No tenemos en cuenta que ese progreso está basado en gran parte en la suspensión de pagos de la empresa donde trabajaba nuestro vecino y en la explotación sistemática de las materias primas del Sur y de los increíblemente mal pagados recursos humanos de Oriente, sin los cuales no sería posible el consumo compulsivo de confort y tecnología que hoy “disfrutamos” la gran mayoría de ciudadanos del mundo desarrollado.

         El sueño de Whitman de embarcar al Hombre en una aventura sociológica de fraternidad y bienestar universales apoyándose en la ciencia y la tecnología sin que en ese viaje sacrificara su individualidad, su propia identidad y singularidad humanas, se ha visto frustrado por los intereses económicos de una minoría dominante que utiliza desde tiempo inmemorial el poder político  para formatear conciencias y dirigir destinos con la exclusiva finalidad de perpetuar sus privilegios. Su mejor invento en el curso de la Historia: la Democracia Parlamentaria.

         Hasta su instauración en Occidente, nunca antes el consenso sobre la forma de gobernar a los pueblos -imprescindible para la estabilidad social- había alcanzado a la generalidad de la ciudadanía de manera tan amplia e incontestada, hasta el punto de estimar inviable otro marco diferente para las relaciones humanas, hasta el punto de excluir socialmente -desde posiciones que abarcan la totalidad del abanico ideológico demócrata- a aquellas personas o minorías sociales que discrepen sobre su beatitud, critiquen el funcionamiento de sus instituciones o amenacen con demoler los principios que la sustentan.

         La adoración a un Sistema a todas luces injusto y marginador con las minorías y las clases desfavorecidas, a todas luces corrompido y corruptor de los miembros que lo dirigen, a todas luces insolidario, egoísta y contradictorio con sus postulados fundamentales de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, se debe, cómo se apuntó antes, al bienestar que genera para una gran parte de ciudadanos -una cada vez más extendida clase media de potenciales consumidores-  que de forma automática e irreflexiva -dirigidos por inteligentes y costosas campañas de manipulación de masas- depositan su voto en las urnas cada cierto tiempo. Nos hemos vendido por un plato de lentejas o poco más. Hemos vendido nuestro derecho a decidir todos los días sobre nuestra manera de vivir, sobre nuestros gustos y prioridades en materia de salud, de educación, de convivencia, de ocio, de trabajo, de reparto de la riqueza, etc., etc. etc. por un cómodo -en realidad suelen ser bastante incómodos- sofá situado delante de una programación televisiva alienante e idiotizante, visible a través de una superpantalla plana con estéreo-nicam, teletexto y diecisiete euroconectores, por supuesto mucho más cara y moderna que la del vecino de al lado. Por poner un ejemplo.

         Intentemos saciar nuestra insaciable sed mientras la fuente mane. Al otro lado de ese espejo narcisista donde nos contemplamos el ombligo cada mañana, sobrevive una multitud de seres que nos observa, que además de abandono y miseria está recibiendo también información. Nos ven, vía satélite digital, a través de los televisores que fabrican para nosotros. Y todavía les queda una Revolución pendiente. Nuestra honorable y “sagrada” Democracia Occidental tiene dos opciones: la fuerza o la razón: potenciar el Nuevo Orden Mundial desde los actuales centros de poder -la OTAN y la Bolsa de New York paralelamente- e instalar una monumental mosquitera a nuestro alrededor -por lo de los mosquitos africanos-, con las limitaciones de mercado que ello implicaría -único inconveniente que podrá disuadirles- o renunciar al Pensamiento Único, descentralizar el poder y la riqueza y ceder paulatinamente parcelas de decisión y autodeterminación a los pueblos y a los grupos extraparlamentarios para regenerar el debate social y el movimiento ciudadano de manera abierta y permanente, estimulados por el propio Sistema desde la educación oficial y los poderosos medios de comunicación que hoy utiliza para neutralizar nuestras neuronas, es decir, mediante la verdadera democratización de los recursos generados y de la vida colectiva. Si el pobre Whitman -buque insignia de la poesía yanki- levantara la cabeza...

 

 

DROGADICCIÓN

 

         En el discurso general sobre las drogas, deberemos diferenciar de manera precisa entre consumo y adicción. Deberemos considerar, además, que todas las drogas, absolutamente todas, llegan a producir algún tipo de adicción mediante el consumo habitual.

         El hombre nunca ha inventado nada que no necesitara. El descubrimiento, investigación, desarrollo y consumo de las drogas le ha permitido aliviar el dolor y la tensión emocional y percibir otras realidades, diferentes formas de interpretar el mundo que le rodea, el orden natural de las cosas tamizado por nuevas interacciones entre el medio y su propia interioridad, con el consiguiente enriquecimiento de su experiencia vital.

         El consumo racional de las drogas permite intervenir quirúrgicamente sin dolor, tratar con puntual eficacia diferentes patologías psicosomáticas, derribar barreras inhibitorias de las relaciones humanas, hallar puntos de fuga a la tensión emocional acumulada durante el tiempo destinado a la actividad laboral o estudiantil, etc. A estas funciones positivas se debe su popularidad, al margen del intervencionismo institucional que decide arbitrariamente, en función de intereses políticos o comerciales, cuales de ellas deben ser legales o no y bajo qué preceptos, hecho éste que decide por imposición coyuntural el grado de aceptación social de cada una.

         El problema de las drogas no radica en su ingestión ocasional, sino en el consumo habitual de las mismas, que con el tiempo deviene en graduales tipos de adicción. La ausencia de una información adecuada desde temprana edad, debido a la hipocresía social que el tema suscita, y la posterior búsqueda de paraísos artificiales para escapar de una realidad monocroma y poco gratificante, conducen en numerosas ocasiones a la drogadicción, una de las más preocupantes manifestaciones de servilismo consumista que acosan al hombre civilizado, capaz de producir además una importante degeneración de las relaciones sociales en los círculos familiares y afectivos de quienes la padecen.

         Las drogas distorsionan nuestra visión de la realidad. Si las consumimos de manera cotidiana, nos encontraremos con que nuestra personalidad y nuestra conducta se irán adaptando paulatinamente a esa distorsión, distorsión que se hará necesaria para encontrarnos bien, a gusto con nosotros mismos. La droga pasa en ese momento de ser un objeto, una sustancia utilizable, a convertirse en el principal sujeto afectivo de nuestras relaciones, por encima de familiares, amigos, situaciones o conceptos donde el vínculo con ella no sea posible. Esto conduce a  distintos grados de inadaptación al medio, ya que nos desvinculamos de la realidad concreta. Evitamos la alienación sistemática, pero a cambio nos convertimos en seres dependientes y vulnerables, incapaces de afrontar objetivamente nuestros problemas relacionales y limitados para defendernos de la opresión que sobre nosotros ejercen las pulsiones sociopolíticas del entorno.

         La drogodependencia es una forma de automarginación y su discurso presenta serios interrogantes. ¿Cómo podremos establecer las pautas que nos permitan evaluar nuestra relación con las drogas y diferenciar entre consumo y adicción, entre una utilización racional e incluso provechosa de las mismas y ese oscuro callejón tantas veces sin salida que supone la drogadicción a la heroína, la cocaína, el alcohol, el hachís, los psicofármacos oficiales o de diseño, etc.? ¿Somos realmente capaces de averiguar desde dentro, desde el autoanálisis de nuestras espectativas y carencias personales y de nuestras actitudes sociales y afectivas si estamos a uno u otro lado de la débil, casi invisible barrera que separa ambas opciones de consumo?

         Ahí está el meollo de la cuestión, porque ahí radica la peligrosidad de las drogas: en la existencia de un punto del que no es posible retornar por propio pie. Una vez allí, ¿tendremos la honestidad y el coraje de reconocer que necesitamos y aun deseamos liberarnos de nuestro servilismo, pero somos incapaces de hacerlo por nuestros propios medios? ¿conservaremos, llegados a ese punto, el valor suficiente y la fe necesaria para pedir ayuda o confiar en quienes desde afuera pretendan ayudarnos?...

         

 

EVOLUCIONISMO DIALÉCTICO

(Carta a un oenegero)

 

         Querido primo:

         Releo tu carta y me desesperan tanto tus golpes de pecho como tu escepticismo . Porque vamos a ver, Juanín, una cosa  es que estemos en deuda con el tercer mundo y otra muy distinta que tengamos la culpa de todas sus desgracias y de todas sus miserias. Antes de llegar nosotros ya eran tan antropófagos, supersticiosos e ignorantes como puedan serlo ahora, quienes lo sean, al igual que aquí. Y ya entonces existían los cincuenta años de sequía, las hambrunas, los terremotos, huracanes y erupciones volcánicas, así como las guerras tribales y el mamoneo de los jefecillos y los gurús de turno. Y sí, pienso que incluso ellos van mejorando también, aunque todavía no dispongan de bidé y no hayan oído ni hablar siquiera de la “Liberté”, la “Egalité” y la “Fraternité”.

         Es cierto que podrían evolucionar más rápido en la equiparación con nuestro modo de vida, pero ambos sabemos que quizá no sea eso lo ideal. ¿O acaso estamos satisfechos con nuestro modo de vivir? Tú mismo dices que no crees en el “Progreso” (¿el progreso de quién?). Yo soy partidario de que saneemos primero nuestro sistema de vida antes de exportarlo a lugar alguno. A ver si me entiendes. Si consideramos que esto, aparte el bienestar material, ya sabes, el culito bien sentado y calentito, es una mierdecilla, ya me dirás con qué entidad moral se lo podemos endosar a alguien. Deberíamos, mientras tanto, exigirles a los “Estados del Bienestar” un reparto cada vez más generoso y equitativo de la riqueza, empezando por nuestros vecinos, por supuesto; pero sabemos que no es la panacea, que al final siempre te pasan factura de lo que te “regalan”.

         Arreglemos nuestra casa, primo, que hay mucha viga en ojo propio que sacar sin necesidad de lavar nuestra conciencia haciendo de “oculistas” y limosneros tercermundistas. Ofrecer limosna crea nuevos limosneros. La saques de donde la saques, no crea hombres libres. Lo necesario, con vistas a una equiparación real, sería modernizar, industrializar, crear empleo y ofrecer salarios que les permitieran vivir con dignidad en su propia casa, amparados por su propia cultura. Pero si no somos capaces de exigirlos aquí, para nosotros, si estamos viendo cómo se desmoronan a nuestro alrededor todos los logros sociales conseguidos por el sindicalismo militante durante décadas, durante decenas de muertos inclusive, ¿cómo vamos a ser capaces de exigirlos para ellos?

         Lo que parecía una iniciativa ejemplar, se ha transformado, una vez absorbido por el Sistema, en una connivencia estúpida entre los Estados y las ONGs, un mamoneo que los primeros utilizan para desviar la atención de la mayoría y derivar la lucha de las minorías hacia conflictos ajenos a la problemática social interna. El resultado es patético: los Estados se libran de los elementos más insatisfechos y contestatarios enviándoos a pelear a lejanas tierras mientras vosotros os sentís realizados trabajando para salvar al indiecito o al negrito de turno, que maldita gana tiene de que lo salven, ni que fuera tonto, y a quien en realidad le importa un pito toda vuestra parafernalia ideológica porque cuando se trata de cubrir necesidades tan primarias como la simple alimentación, lo único que importa es el pedazo de pan caído del cielo, lo envíe el dios que lo envíe. Sois de nuevo los dioses del Descubrimiento, aterrizando esta vez en relucientes pájaros metálicos. En lugar de un crucifijo les enseñáis materialismo dialéctico  aderezado con una pizca de solidaridad globalizada. Un discurso tan desarraigado de su mundo, tan desvinculado de su realidad existencial como lo fue primero el cristianismo. Creo sinceramente que la “izquierda” occidental anda más despistada que un pulpo en un garaje de motosierras. Os utilizan los comerciantes para vender sus productos y hasta los canales de televisión para subir sus niveles de audiencia. Incluso vosotros os anunciáis en la tele como si fuerais una marca de desinfectante. En definitiva, estáis vendiendo solidaridad con el beneplácito y el beneficio del poder económico.

         Y sí, primo, tienes razón, continúa habiendo señores y vasallos. Pero los señores feudales, además del derecho de pernada, disponían de la vida de sus vasallos. Te cortaban la cabeza si les salía del escroto o te abrían el escroto si tu mujer se les metía en la cabeza. Ahora emplean métodos mucho más sofisticados y  andan con sumo cuidado. Los vasallos tienen en la actualidad acceso a la Información y a la Cultura. Y aunque la gran mayoría prefiera el fútbol y la telebasura, muchos de ellos traspasan la barrera de la estupidez másica y llegan a ocupar puestos relevantes en el teatro social y en el reparto del poder. De esta manera, ha de cambiar necesaria y cojonariamente el contexto social y con él las relaciones interpersonales.

         Te empeñas en afirmar que todo sigue igual, lo cual es cierto y no lo es a la vez. Es cierto si consideramos que la política, como ya sabemos, es la ciencia de cambiar sólo lo necesario para que todo siga igual, a saber, para que los privilegiados puedan conservar sus privilegios. Cae de cajón si tenemos en cuenta que el poder político está gestionado por el poder económico. Son los grandes magnates de las multinacionales quienes en estos tiempos deciden qué personajes y de qué manera han de gobernar a sus vasallos. Todo sigue igual, pero los cambios necesarios que han realizado para que todo siguiera igual (no les quedó más remedio que enseñarnos a leer para descifrar los manuales de uso de las máquinas herramientas primero y de las de ocio después, cada vez más complejos) han abierto en nuestra mente una ventana a la luz y ahora somos capaces de interpretar mejor el mundo que nos rodea (y nos explota) porque además del libro de instrucciones hemos leído otras cosas. Hacemos la vista gorda porque somos cómodos y egoístas. Pero sabemos. En eso consiste el cambio. Y siempre es mejor saber, aunque duela, que mantenerse en la vulnerable oscuridad de la ignorancia.

         Somos incompletos porque somos contradictorios y viceversa. Y somos ambas cosas porque aún no hemos llegado, porque quizá el destino de la Humanidad sea precisamente no llegar nunca, sea precisamente la búsqueda continua de “algo” con que llenar ese vacío inabarcable que se extiende en nuestro interior como un mero reflejo del que se extiende ahí fuera, en la gélida inmensidad del Universo. Seguramente ese “algo” no exista, pero vamos aprendiendo que lo importante es el camino, el de cada uno, y éste sí, estoy convencido, lo vamos mejorando: cada vez justificamos menos los medios empleados para lograr cualquier fin, porque intuimos, querido primo, a través de la Experiencia Histórica, que ese fin, a pesar de parecerlo en un momento dado, nunca es tan importante como para justificarlo todo.

         Cuídate, Juanín, por esas tierras. Salud y hasta pronto. Recuerdos de la familia,

 

 

EL GUERRERO

 

         Yo soy el guerrero y también puedo ser el pecho del reposo y el brazo de la seguridad.

         Puedo conquistar por ti cien playas, sus aldeas, sus gentes, hasta que mane de mi mano su sangre y por mi sangre corra la huella de sus manos.

         Puedo ser tu reposo en la batalla, tras la batalla, después de cada zanja en el camino, después de cada esquina que se acabó la calle y porqué se acabó y ahora hacia dónde.

         Puedo ser un seguro para tu hambre, para tu frío, para tu despertar y el de tus hijos si es preciso en cada amanecer.

         Puedo ser brazo y pecho y reposo y seguro, pero déjame ser también guerrero porque si no el brazo se quiebra, el pecho se hunde, las playas son traidores cenagales, la sangre se coagula en las arterias y la mano del hombre deja de hollar la piel.

 

 

INFIERNOS

 

         El Infierno está aquí, aquí mismo, dentro de nuestra cabeza. En nuestra mente se alimenta ese fuego que no es ni más ni menos que el peso de la Culpa que carga cada cual. Hay infiernos exentos de equipaje, con billete pagado en sobrepeso por servicios prestados y hay infiernos de insostenible carga, sin amortización, pues así nos contaron que deberíamos pagar nuestra hipoteca, hasta la muerte, cancelada quizá, si tienes suerte, con un último acto de extrema redención.

         Extremaunciónate, colega, a bajo precio, al precio de tus mínimos pecados. Solo puede pecar quien mucho tiene y no quien mucho debe. Quien mucho debe se lo debe sobre todo a sí mismo, por no haber sabido, o podido, tener lo que era suyo en derecho y sin suerte. Nadie debe pedir lo que en derecho es suyo: una parte del mundo. Si alguien se la negó, suya es la infamia.

         Pregoneros hipócritas, conciencias higienistas practican a diario la desamortización de sus pecados a dos manos. Con la izquierda depositan unas monedas sueltas en la humillada mano del currante cuarentón en paro a la puerta de la Iglesia o en la del heroinomasoca de sídico futuro a la salida del Banco y con la derecha firman la suspensión de pagos o la orden de desahucio familiar del primero y pagan las facturas o lavan el dinero de quienes negocian con la vida del segundo.

         Y a dos manos también, costean de por vida una renta para poseer un sagrado lugar maravilloso donde secar sus huesos al partir. Viven para la muerte y buscan en la muerte una distinción más. No aceptan que la muerte a todos nos iguale, allá en el mausoleo o aquí en el patatal. Persiguiendo la Gloria en otra vida, van construyendo en ésta infiernos para ellos y para los demás.

         ¿Qué nos puede quemar que esté exento de impuestos? ¿La vida? Hay tantas por vivir sin que se entere el Fisco. ¿El amor? Qué sabrán de esa historia. ¿La muerte? Ahí sí les pueden dar... Todos los infiernos catalogables no son más que una trampa para hacerte pagar por  aquello que dejaste de ser o de hacer realidad. Amortiza tus sueños, suéñalos mientras vivas, vívelos mientras te quede valor para soñar.

 

 

¿LA INTELIGENCIA ES EL CAOS?

 

         Somos constelaciones. Desde el macrocosmos infinito  hasta la infinitud del microcosmos subatómico se impone una misma ley de cohesión entre partículas que impide la dispersión de las mismas, un único concepto organizador frente al aparente caos creativo.

         Explosión o implosión, entropía o constructivismo evolutivo, sea como fuere que todo derive hacia la Nada (pues de la Nada viene todo y la configuración de la Existencia es circular), lo hace regido por una fuerza aglutinante que acota espacios precisos, independientes durante tiempos perfectamente definidos. La acotación de esos espacios cualifica las cosas y los seres y la definición de tiempos limita la vida, la permanencia de los mismos. El final del Tiempo no es sino el final de las cosas y de los seres: la Nada.

         Somos constelaciones. Cada uno de nosotros es un macrocosmos absoluto formado por numerosas entidades orgánicas que a su vez están constituidas por un número indeterminado de asociaciones celulares que por su parte están configuradas por innumerables... etc, etc, etc. y que agrupados de manera interdependiente dan vida a un ser independiente que ocupa y delimita un espacio concreto durante un tiempo definible dentro de la cadena biológica existente sobre una piedrecita relativamente infinitesimal, casi redonda por cierto, que gira desde tiempo inmemorial (¿quién lo recuerda?) en el Vacío. Somos una constelación acotada dentro de otra constelación que a su vez acota un espacio dentro de... etc, etc, etc, y lo somos, como todas las cosas, durante un tiempo definido que decide la duración de nuestra vida. Del respeto entre esos espacios acotados y por esos tiempos existenciales depende nuestra armonía y por extensión la armonía del Universo.

         Formamos un conjunto llamado Humanidad de la misma manera que las diferentes familias de monos forman la especie de los Simios y que las montañas forman cordilleras y los planetas y satélites vecinos forman con el nuestro y con el Sol el Sistema Solar y éste asociado con otros sistemas estelares definen a su vez la Vía Láctea. Pero de la misma manera que cada estrella y cada planeta y cada montaña y cada mono ocupan por sí mismos un espacio perfectamente delimitado y cualificado, con unas características y un tiempo de vida diferentes e independientes del resto de los elementos del conjunto, así también las personas somos entes independientes y diferenciados que formamos un universo en sí mismo, al margen de los niveles de cohesión de cada individuo con el grupo al que pertenezca y en definitiva con la especie humana.

         El derecho a la individualidad, el derecho al respeto como unidad biológica independiente, trasciende todas las leyes sociales porque se enmarca dentro del más puro derecho universal a la acotación de un espacio vital necesario para el desarrollo y la perdurabilidad del Ser durante un tiempo que las leyes del hombre no tienen derecho a violar.

         Vivimos una cultura irrespetuosa y antitética con las más elementales leyes naturales. De ahí la ausencia de armonía, de ahí el desequilibrio, un desequilibrio que lógicamente genera desequilibrados. La inadaptación progresiva de un número cada vez mayor de seres humanos a las sociedades de modelo Occidental, una sociedad intervencionista que extermina especies animales, legaliza la pena de muerte y la reclusión instituida, derriba montañas, tala bosques hasta la total desertización, cambia substancialmente la composición química de los elementos vitales del planeta (tierra, agua y aire) y apuesta por un futuro de intervención extraplanetaria (¿extragaláctica además a largo plazo?) resulta lógica, consecuente al modelo de vida si consideramos que nuestra individualidad se halla permanentemente amenazada, como unidad biológica pura, por un sistema social globalizante, integrista y vinculante hasta la exclusión del Yo no homologable y colaboracionista, a cuyo mantenimiento contribuimos paradójicamente (de ahí el trauma)  mediante nuestro trabajo cotidiano y nuestra aportación personal al desarrollo del Sistema.

         Vivimos contra nosotros mismos. Trabajamos contra nosotros mismos, violando diariamente otros espacios acotados y otros tiempos vitales que dependen de nosotros como nosotros dependemos de ellos, ya que, no lo olvidemos, somos constelaciones dentro de y viajando con otras constelaciones. Nuestra civilización, nuestro modo de vida destruye la armonía, las leyes que sostienen la cohesión de las partículas. ¿Somos inteligentes? ¿La Inteligencia es el Caos?

 

 

MUJER CON PAISAJE

 

         Te sobrepasas, mujer, en cuerpo y alma. Tus senos retadores al viento pezoneando la bajamar salada, erectos, ondeantes, bandera de belleza, proa en tu cuerpo, eres tú, no te rindas, defiende poderío, son efecto y son causa, son ritmo y armonía, son pecho, casi nada, turgencia altiva ayer, almohada amable hoy, quizá fuente de vida una mañana.

         Nacen sumisas las olas a tus pies, abatida frescura que vive en ti, latigazo en tu piel. Y te ama el mar prolongado en tus sentidos, y te ama la brisa enredándose en tus curvas, tú le das forma y calor donde te huye y donde está anhela impaciente tu llegada.

         La arena, prendida de tus pasos, besa tus pies y con pasión te llama; pero no sepulcro quiere ser sino fusión, regalo, energía primigenia fluyendo desde el ardiente centro de la tierra hasta tus fértiles caderas nacaradas.

         Ríe el sol en tu piel y por tu piel resbala voluptuoso pintando lentamente de verano tus alas. Vuela libre, mujer, astro de astros, iluminas el cielo, o sol abrasador o luna helada, luz o sombra proyectas a las vidas, te basta una mirada.

         Eres también la lucha, la única lucha hoy, mujer, eres la causa. Por amor se enrolan en tu ejército los guerreros del alba. Algo está despertando en la calle, en las plazas. No hay utopía en ti: eres la tierra misma, dolorida y cansada. Tu lucha es la del techo, la del pan, la del agua. Conquistar territorios donde ofrecer la vida sin entregar tu alma, es ese tu destino, son esas tus batallas. No pierdas tu horizonte, conserva la esperanza... Te sobrepasas, mujer, en cuerpo y alma.

 

 

EL  SUEÑO

 

(A  Borges)

 

         No daba crédito a sus ojos. Pensó en la posibilidad de que se tratara de un sueño, una de esas absurdas pesadillas que te mantienen paralizado a pesar de apetecerte correr presa del pánico o de las simples ganas de abandonar el escenario de un mal sueño.

         Palpó sus carnes, se pellizcó la piel, terminó por cruzarse la cara con una bofetada. Se sentía. Sentía el dolor, pero sabía que no era una confirmación definitiva. Recordó cómo en su juventud una espada le había atravesado el pecho en mitad de un duelo y cómo al despertar aún permanecía el dolor, como si en verdad el metal le hubiera desgarrado a su paso  el corazón.

         Desvió su mirada hacia la puerta. Plomo. Sus piernas parecían bañadas en plomo, incapaces de obedecer sus órdenes. El más leve movimiento suponía un esfuerzo hercúleo. La ventana estaba más cerca. Una luz sucia, gastada, de crepúsculo abortado por oscuros nubarrones invernales se colaba a través de los cristales empañados. Hacía calor. Un calor sofocante, vegetal, se extendía por todo el salón desde la chimenea francesa iluminando la estancia con una luz rojiza que confería a su arrugado rostro un matiz sanguinolento.

         No deseaba hacerlo, pero tampoco podía evitarlo. Una fuerza superior a la suya parecía obligarle a mirar hacia él una y otra vez, seducido por la curiosidad y por la perplejidad de su visión. Y de nuevo el horror, de nuevo el vértigo, la velocidad a pesar de sentirse anclado, clavado al piso de la habitación por unas piernas que se negaban a responder a su impulso de huir despavorido, unas piernas que a duras penas le permitían acercarse lentamente, sin fuerza ni control, a la ventana.

         Le miró fijamente a los ojos, con todo el odio de que podía ser capaz. No cabía duda. Era él. El mismo brillo de escéptica ironía en la mirada. El  mismo gesto autosuficiente y retador que cuarenta años atrás le saludaba cada mañana en el espejo al afeitarse, palpitaba ahora frente a él bajo el resplandor hiriente de las llamas. Se llevó instintivamente las manos a la cara y recorrió los surcos de su decrepitud con las yemas de los dedos. Se sintió viejo. Y cansado. Terriblemente, enfermizamente cansado. Lanzó señales de socorro hasta alcanzar desde su mente las fibras más alejadas y adormecidas de su organismo y en un acopio colosal de voluntad para abandonar el sueño, logró alcanzar la ventana y arrojarse al vacío. En su caída pudo oír las estridentes carcajadas de su joven visitante resonando sin piedad en la sala.

         Al amanecer lo encontraron ensartado en la verja de la antigua mansión señorial, con el corazón atravesado por una de las lanzas.

 

 

LAS SIETE VERDADES

 

         Pudo ser entre las cuencas del Tigris y del Eúfratres o del Congo y del Zambeze o del Caroní y del Orinoco o de los mismísimos Arlós y Alvares, importa poco en realidad dónde fue erigido porque Cronos, el implacable,  habrá reducido a estas alturas a unos simples muñones enterrados las siete columnas que cimentaban con su colosal y aparentemente eterna consistencia el sagrado Templo de las Siete Verdades. Importa poco el lugar elegido porque dondequiera que éste abriera sus puertas lo hacía al Mundo, al Universo, desde el conocimiento que el Hombre tuvo una vez sobre sí mismo y sobre todo aquello que aprendía a nombrar.

         Siete. Siete son en verdad las Maravillas del Mundo y siete las Artes que los hombres heredaron de sus dioses; pero siete son los Pecados Capitales como siete las guardas de la cerradura con cuya llave custodia Belcebú las Puertas del Infierno. Y siete son también las máscaras que utiliza el hombre para ocultar su alma  de la mirada de quienes con él comparten el mismo espacio y tiempo. Siete habrían de ser, por tanto, las verdades que sostienen las vidas de los hombres y siete las columnas del templo donde un día moraron.

         A sus puertas, sobre éstas y a modo de noble escudo heráldico, se leía una inscripción en bello mármol rosa de Carrara: “Mientras nos creíais culpables, anduvimos entre vosotros. Ahora que sabéis de nuestra inocencia, ya no os necesitamos. Y nos alejamos.” Escrito todo ello en un arcaico sánscrito, como en arcaico sánscrito se hallaban grabadas las siete verdades, cada una sobre cada una de las siete columnas de regio mármol blanco que cimentaban el templo, un mármol que algunos afirmaron traído del Olimpo de la mano de Atlas cuando ciertamente el Mundo no giraba sin rumbo ni destino sino reposaba serena y sabiamente sobre sus fuertes hombros.

         Y sobre viejos papiros consumidos por el tiempo y por las ratas pudo leerse una vez, escrito por los antiguos sacerdotes del templo, que no fue Logos quién esculpió en la piedra la esencia de la vida del hombre, sino Ranuria, descendiente directa del Sol, y no a cincel sino con un rayo de luz robado al Astro Rey cuando lo abandonó para vivir entre nosotros. Y revelaban también en su legado que no fueron los dioses sino los hombres quienes inspiraron su mensaje, los hombres, que en un lejano tiempo fueron sabios, y poderosos como Atlas, capaces de soportar sobre su espalda el peso de su mundo, tan poderosos que de sus frutos nacían héroes, y hasta a sus propios dioses engendraron, para lugo fundirse todos ellos en único crisol.

         De eso hace mucho tiempo, tanto, que no se conserva ni el recuerdo de cómo era aquel templo, y mucho menos de cómo éramos nosotros. Sin embargo, el mismo viento de entonces continúa recorriendo hoy el lugar donde fue levantado, entre las cuencas de no se sabe bien qué ríos, el Templo de las Siete Verdades. Si afinamos el oído, nos sopla todavía en nuestros tímpanos que la Diosa de la Luz  escribió sobre el mármol, en cada una de las siete columnas, una única letra que en conjunto formaban una sola palabra: “SIETE” (? ? ? ? ? ? ?  en el idioma original).

 

 

CAÍDA LIBRE

 

         La misteriosa atracción de la derrota, caída libre, sentir que tocas fondo, desparramar tus sueños por el suelo, morir sin convicción, poner en pie tus huesos y emprender un camino salvaje, sin mojones ni estrellas que te guíen, a paso limpio, abriendo senda en el desierto inhóspito, atento al menor movimiento, al más leve rodar de algún guijarro, sabes que están ahí, las alimañas, acechando tus pasos, pero sabes también que nada puede herirte porque ¡qué cojones, ¿no quedamos en que ya estabas muerto?! aun sin convicción, aun sin señales en la piel ni rituales trágicos, sin ataúd ni entierro, sin lagrimones falsos, sin esquelas, tarjetería compromiso o recordatorios benévolos de pobrecito muerto, sin despedida alguna, sin últimas palabras, sin besos viuda negra ni abrazos congelados mucho antes de llegar al frío, sin pruebas, sin registro civil ni informes del forense, sin convicción, es cierto, ¡pero qué muerto estabas!... ¿puedes morir dos veces?... fue bonito caer: ese largo vacío, ese vértigo haciendo florecer todos tus miedos, ramillete de luz alumbrando el abismo, caída libre, veloz primero, luego más lenta, hasta casi flotar, hasta casi volar, con torpeza de ave que abandona su nido, no hubo lesiones graves cuando tocaste fondo, tan sólo un desparrame de sueño en los bolsillos al rodar por las rocas agrestes del desierto que se abría ante ti como un inmenso océano, ambos igual de muertos pero sin convicción: el recuerdo del agua, del movimiento, de la respiración de otras vidas latiendo a vuestro lado, sabes que caminar es buscar el origen, es volver a encontrarlas, y caminas, a golpe de paso trazas la senda virginal, horadando la tierra, a pesar del calor abrasador, a pesar de la sed y de los espejismos, a pesar de los mapas y de los horizontes, a pesar de que nadie y de las alimañas, a pesar de saber que el agua es una sola, caminas a pesar, porque sabes también que el desierto es redondo y también sólo uno, y si una vez hallaste agua en sus arenales, un día saciarás tu sed de nuevo en ellos.

 

 

EL QUINTO ELEMENTO

 

         Hay mujeres relámpago que iluminan un cruce de caminos y se pierden después en la noche sin luna y hay mujeres camino que ascienden hasta el cielo y como un astro rey iluminan para siempre tus días. Hay mujeres manantial y mujeres desierto que abrasan como fiebre y te ahogan de sed. Hay mujeres alfombra a pie de chimenea, mujeres sombrero contra la insolación, mujeres boa que se anillan a tu cuerpo y te devoran, mujeres hola adiós y mujeres destino que se clavan para siempre al calendario. Hay mujeres que son como alpargatas de andar por casa y otras que son tacón de aguja y al caminar se clavan en tu pecho hasta que brota sangre. Hay mujeres vampiro y mujeres que sucumben ingenuas al gavilán veloz. Y las hay golondrinas que retornan al nido y vacas que pastean por verdes praderíos engordando sus pechos de nodrizas eternas. Mujeres cascabel para poner al gato, mujeres campanario de iglesia hasta la muerte, mujeres dique seco y mujeres marisma que te llenan las redes de peces de colores. Hay mujeres silencio que derraman su música a través de los poros, mujeres sonoras como cañonazos, mujeres cañón bala perdida y mujeres bandera que jamás han de librar una batalla. Hay mujeres secreto, mujeres cuatro vientos, mujeres a las que dices hola y te arrastran con ellas hasta el fondo del mar y si dices adiós te envían al infierno. Hay mujeres que se derriten como la mantequilla y otras corazón de piedra invulnerable al martillo neumático. Hay mujeres curvas para derrapar sin temor por sus blandas cunetas y las hay rectilíneas, como una interminable recta de autopista pero con peligrosos cambios de rasante que ocultan su verdad. Hay mujeres amor, mujeres odio, mujeres que lo darían todo por sentir un beso recorrerles la espalda hasta la nuca y otras que se estatúan como mármol, pavoroso al contacto de su fría blancura. Hay mujeres espiga que te ofrecen un pan en cada mano, mujeres fruta fresca para un verano ardiente y mujeres veneno que navegan por tu saliva hasta pudrirte enteras las entrañas. Hay mujeres melancólicas de tango arrabalero, mujeres sevillana que te enredan en sus faldas y te tronchas de risa, mujeres bolero para trempar sintiendo su culo entre las manos y mujeres sardana que bailan con cualquiera y escapan a tu vista. Hay mujeres yo-yo, mujeres pendulares, mujeres lapa e incluso sanguijuelas. Hay mujeres digitales que dicen todo o nada y las hay analógicas, sabias como la vida, que repelen los extremos pendulares y prefieren algún punto del arco en movimiento. Hay mujeres. A todas he amado, a todas amo, pues todas una son, como una es la tierra, como una es la mar, como uno es el aire, como uno es el hombre que la busca en la noche sin luna, para arder en su hoguera, perdido en algún cruce de caminos, temeroso de viajar a oscuras, asombrado de su propia soledad.

 

 

DICOTOMÍAS ENERGÉTICAS

 

         Sólo puede existir dicotomía cuando el concepto es divisible y los dos nuevos conceptos resultantes separables. No puede existir dicotomía entre Naturaleza y Hombre porque el hombre, desprovisto de su medio, sin un lugar mínimamente apto para sobrevivir sería tan sólo una idea inexpresada de la Naturaleza. Por lo tanto, resultan dos conceptos inseparables.

         Todo ese discurso vano  y nebuloso  sobre la elección entre Hombre o Naturaleza con el objeto de hacer viable un proyecto civilizador de la Humanidad, al que denominamos Progreso, no es más que una falacia porque no existe elección posible: el hombre, separado de su medio natural, simplemente no sería tal.

         No hay por qué caer tampoco en la disyuntiva de glorificar a la Madre, una madre demasiado cruel en ocasiones y siempre indiferente ante los avatares de sus criaturas. El discurso ecologista llevado al fanatismo no es más que una especie de gran “casa de la pradera” donde deberíamos llorar constantemente, impotentes para salvar a la Madre y culpables por las bofetadas que ineludiblemente, con mayor o menor intención, todos le infligimos.

         En realidad, a la Naturaleza le importa un huevo y la yema del otro tanto nuestro lloriqueo infantil como nuestras caóticas putadas de señores adultos, porque a la postre ella sabe muy bien quién ha de ganar: únicamente ella sobrevivirá con seguridad a la barbarie.

         La infinidad de fuerzas energéticas que subyacen en la materia, poseen capacidad sobrada para resarcirse de cualquier intervencionismo ajeno(suponiendo que pudiera serlo), incluidas la desintegración atómica y la transgenización orgánica, así como las potencialidades precisas para recrear, desde cualquier caos generado, un nuevo orden aglutinador. Que el hombre tuviera o no cabida en ese nuevo orden, sería totalmente aleatorio. Al final, nuestros errores los pagaremos solamente nosotros. Y también, claro está, la mayoría de los seres vivos, que de manera inevitable arrastraremos en nuestra caída. Nada que no sea prescindible para la Naturaleza y reemplazable con el devenir del Tiempo como potencialidad creativa expresable. Algunos afirmarán, llegados a este punto, que esto ya ha ocurrido con anterioridad a nuestra aparición en el planeta. E incluso que les ocurrió a seres tecnológicamente más avanzados o dotados de un mayor aprovechamiento de su capacidad intelectiva. Pudiera ser así.

         La inteligencia en expansión, utilizando como vehículo el conocimiento científico, nos está transportando, en un viaje alucinante, desde la razón pura hasta el mismísimo corazón del caos creador. Como diría Escohotado, desde la ordenación piramidal realizada por los hombres durante siglos de dominación, hasta el orden natural de las cosas. Coloquialmente diríamos que estamos poniendo las cosas en su sitio.

         El orden natural de las cosas, como habíamos dicho, se compone de diferentes sistemas energéticos, interdependientes, los cuales cualifican a las mismas. Fuerzas electromagnéticas, gravitatorias y de inducción atómica centrífuga y centrípeta conforman y movilizan la materia, representándola en el escenario de la Vida con toda su diversidad existencial. Todo aquello que existe tiene movimiento, aunque sea imperceptible para nuestros sentidos. Todo aquello que existe es la suma de diferentes composiciones de energía.

         También la inteligencia es una forma de energía. Pero la inteligencia, sin la voluntad, no sería capaz de ejecutar cambios en el medio. Y la voluntad, sin la capacidad afectiva, no conseguiría ordenar una ejecución provechosa para el hombre, para la comunidad humana. La inteligencia y la afectividad han de complementar sus energías en sutil equilibrio para que la voluntad genere vectores energéticos positivos para la Humanidad.

         Mientras se mantengan enfrentadas, mientras obliguemos a la voluntad a elegir dicotonómicamente entre Inteligencia o Afecto, de la misma manera que la obligamos a elegir entre Naturaleza o Progreso, continuaremos tropezando en el camino de lograr una sociedad de verdad solidaria con su medio, con los pueblos vecinales que componen este suburbio cósmico y con la digna libertad de nuestros semejantes.

 

 

LA EDAD DE LA INOCENCIA

 

         Como caricia, hermano, te llegan las señales de aquellos que comparten contigo la inocencia. Situados al margen, sobre el bordillo gris que mira con desdén las sucias aguas derramándose  en las alcantarillas tras la lluvia o allá en el altiplano sobre la fina niebla que como mar anega el impreciso borde de un vacío inquietante te llegan sus señales. Tenues pero anhelantes, potente plenitud, configuran una energía alternativa que recorre y alienta las calles y los campos. No estás solo.

         Sedentarios visionarios o nómadas audaces afilan sus aristas a diario contra la mugre y el olvido, contra los arrabales y el silencio, apostando su vida por defender tan sólo lo que les han negado: la inocencia.

         Miraron alrededor un día, perspicaces y sabios presintieron la tragedia y por destino optaron la negación del hombre. Serán siempre unos niños. Saben que la necedad del hombre tan sólo es superable por su mezquindad. Se niegan a ser necios. Y más a ser mezquinos. Eligieron ser libres, incluso de sí mismos, de aquello que aguardaba superada la edad: la edad de la inocencia. La edad de la inocencia no es la infancia o la juventud... La edad de la inocencia es el momento en que comprendes que te la están arrebatando, que te obligan a ser un hombre más.

         Y luchas, una lucha sin sangre, una lucha sin odio. ¿A quién hundir la daga, a quién atravesar con la mirada? No existe daga alguna capaz de apuñalar la historia de la infamia ni mirada que abarque la inmensidad de la desolación humana. No existe el enemigo en esta guerra.

         La única esperanza es escuchar con atención el sonido del agua corriendo por las calles en los días de lluvia y afinar la mirada sobre la fina niebla allá en el altiplano. Y sentir que te llegan con toda su energía primigenia e inmortal el eco de otras voces y la luz de otras miradas que te animan a caminar y niegan la realidad del vértigo como única victoria. Hermano, no estás solo.

 

 

ISLA GRANDE

 

         Los presos de Isla Grande no tienen barrotes ni aretes ni cadenas que sujeten sus pies. Su cielo se alza libre con cada amanecer y su mar se derrama en innúmeras estelas doradas al ocaso, tantas como sendas ofrece la Vida, tantas como vidas ocupan el lugar.

         Los presos de Isla Grande carecen de destino. Sus días crepitan en la hoguera de los sueños, que arde desde que el tiempo es hombre sobre la cumbre de la torre piramidal, vigía de sus pasos absurdamente ciego.

         Los presos de Isla Grande se hacinan solitarios en los grandes estadios para cantar su ira a los dioses olímpicos e imprecar al poder de la arbitrariedad con gritos impotentes. Olvidaron que un día sus músculos de acero vibraron como alas de titánicos héroes, capaces de soportar el peso de la Tierra o variar el rumbo fijado a las estrellas. Como único destino  su propio caminar.

         Los presos de Isla Grande no tienen memoria. Tampoco recuerdan que una vez fueron libres y se soñaron grandes navegantes de rutas consteladas y aguerridos piratas patapalo abordando las naves del Imperio. Ni siquiera recuerdan quiénes fueron. Escuchan la canción del mohecín a la caída de la tarde y retornan sombríos a sus celdas, a esperar instrucciones para salir al alba de un nuevo repetido despertar.

         Los presos de Isla Grande no creen en el amor. Una abyecta moral hurtó sus cuerpos y ahora vagan impasibles por los patios, ajenos a la piel y a los sentidos. Cicatrices como cuerpos taponaron sus poros un olvidado día, pero la muerte sigue y no es cosa de volver a aquel ahogo, a depender de otro para sentirse vivo y poder respirar.

         Los presos de Isla Grande no pueden ver el cielo ni la tierra ni el mar. Menos aún el amor. De tanto mirar hacia la cumbre les cegó el fuego fatuo de sus sueños ardiendo en la pirámide que levantara un día su propia vanidad. Los presos de Isla Grande no saben que lo están.

 

 

VACÍO

 

         Vacío, sin nada que decir ni que decirte, sigo pensando en ti a la caída de la tarde, cuando agoniza el día y tú no estás. Un nuevo día fraguado a golpes de ausencia y de silencio. Mi soledad me salva: ya no espero.

         Esperar es un verbo transitivo. Nos enseñaron a amarlo como un mensaje bíblico. Nos dijeron que lo importante es el futuro, que el presente no es más que la antesala de la vida, del destino, de lo maravilloso por llegar. Nos pasamos la vida esperando un gran amor, otra vida mejor, morir con dignidad.

         Tú has reunido los tres en mi presente: soñar contigo, vivir sin ti, morir cada segundo. Eres presente. No hay esperanza en ti sino presencia muerta latiendo en cada instante de mi vida. Tu ausencia es una parte viva de mi existencia. Y me incompleta.

         Únicamente la soledad me salva: saberme en un presente donde sólo yo existo, invulnerable a tu tiempo, a nuestro futuro, al dolor de la ausencia. Pero sigo pensando en ti cuando agoniza el día, aunque ya no te espere, aunque ya no me quede nada que decir ni que decirte. Vacío.

 

 

VIVIR AL DÍA

 

         Un proyecto de futuro es una confortable y estimada chaqueta vieja. Un proyecto de futuro es un coche al que incluso le has cogido cariño porque lleva un montón de años proporcionándote libertad de movimiento, e incluso ha hecho las veces de placentero inmueble inolvidable (puede que el primero, ya sabes, en el asiento de atrás). Un proyecto de futuro es pensar que realmente merece la pena abrirse a nuevos proyectos de futuro y a la vez continuar creyendo en nuestras cansadas y atropelladas convicciones.

         Nada de esto es positivo para el progreso. El progreso se basa en la explotación del presente, en la necesidad que tenemos de llenar nuestro presente, de ocuparlo en alguna actividad. Qué más sencillo y accesible para emplear nuestro tiempo que lo superfluo y lo deshechable. Y en la medida que es más accesible también resulta más democrático. El progreso nos iguala a todos, porque todos tenemos las mismas posibilidades de ejecutar cambios superfluos en nuestro presente, en nuestra vida cotidiana. Los cambios dependerán, no de nuestra imaginación o de nuestra capacidad creativa, sino de nuestro presupuesto económico y de esto, claro está, no podemos culpar más que a nosotros mismos por no haber sido más espabilados y competitivos, según afirman los gestores del progreso.

         Podemos sentirnos felizmente inmersos en el progreso mediante un cambio de peinado en la peluquería del barrio o pasando la tarde de compras en el hipermercado del centro. En cambio, un proyecto de futuro es sólo una idea intangible, de dudosa realización futura y que carece de precio. Y si carece de precio, si no la podemos comprar, ¿existirá en realidad?

         Vivimos al día. Nos dicen: ¡Sed felices! ¡Sed espontáneos! ¡Sed vosotros mismos!... (La felicidad del ignorante, la espontaneidad del comprador compulsivo, la identidad dentro de los estrictos márgenes homologados por la pseudocultura oficial del consumo). Y no es sólo porque nos lo digan. Es que además lo vemos. Vemos a diario, porque bien se encargan de mostrárnoslo, que es preciso desprenderse del lastre del pasado para poder progresar y que el mañana es como la lotería.  Y claro, más vale pájaro en mano, aunque no tenga alas. Vivimos la estrategia del aquí y el ahora, del aquí te pillo o aquí te mato.

         El hombre, sin una memoria histórica y un proyecto para llegar a Ser, no será más que un animal ávido de promesas consumibles. Si no lo consideramos, en vez de salir algún día de esta selva de asfalto, terminaremos por convertirla en una progresista chatarrería.